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Las Venas Abiertas De America Latina


Enviado por   •  18 de Abril de 2014  •  4.341 Palabras (18 Páginas)  •  268 Visitas

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PRIMERA PARTE

LA POBREZA DEL HOMBRE COMO RESULTADO DE LA RIQUEZA DE LA TIERRA

CAPÍTULO 1

FIEBRE DEL ORO, FIEBRE DE LA PLATA- América fue descubierta por los noruegos aunque ellos no lo sabían, y ésta misma carecía de nombre, en este primer capítulo narra la historia de América¬¬¬ como los indígenas fueron derrotados. Entre 1545 y 1558 se descubrieron las fértiles minas de plata de Potosí, en la actual Bolivia, y las de Zacatecas y Guanajuato en México a mediados del siglo XVll la plata abarcaba más del 99 por ciento de las exportaciones minerales de América hispánica; entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. Como se decía en el siglo XVII, “España es como la boca que recibe los alimentos, los mastica, los tritura, para enviarlos enseguida a los demás órganos, y no retiene de ellos por su parte, más que un gusto fugitivo o las partículas que por casualidad se agarran a sus dientes”. En esta etapa todo estaba hipotecado o con deudas, con lo que contaban éstos eran recursos para poder pagar sus deudas. El saqueo, interno y externo, fue el medio más importante para la acumulación primitiva de capitales; ni España ni Portugal recibieron los beneficios del arrollador avance del mercantilismo capitalista, aunque fueron sus colonias las que, en medida substancial proporcionaron oro y la plata que nutrieron esa expansión. Los metales preciosos de América alumbraron la engañosa fortuna de una nobleza española y a contramano sellaron la ruina de España en los siglos por venir. La economía colonial financiaba el despilfarro de los mercaderes, los dueños de las minas y los grandes propietarios de tierras, se repartían el usufructo de la mano de obra indígena y su principal asociada era la Iglesia. En el caso de la era colonial se encontró una enorme masa de capitales en manos de los propietarios de minas, los mineros mexicanos invertían sus excedentes en la compra de latifundios y en los empréstitos en hipoteca. En el Perú, a mediados del siglo XVII, grandes capitales procedentes de los encomenderos, se volcaban al comercio; las fortunas nacidas en Venezuela del cultivo del cacao, se invertían en nuevas plantaciones y otros cultivos comerciales. A lo largo de la historia de América Latina André Gunder Frank ha destacado, que las regiones hoy día más signadas por el subdesarrollo y la pobreza son aquellas que han disfrutado de períodos de auge. Potosí brinda el ejemplo más claro de esta caída hacia el vacío; el siglo XVIII señala el principio del fin para la economía de la plata que tuvo su centro en Potosí; aquella sociedad potosina, enferma de ostentación y despilfarro, solo dejo a Bolivia la vaga memoria de sus esplendores, las ruinas de sus iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios. Junto con Potosí cayo, Sucre; Sucre cuenta todavía con una Torre Eiffel y con sus propios Arcos de Triunfo, y con las joyas de su Virgen se podría pagar toda la gigantesca deuda externa de Bolivia. En Potosí y en Sucre solo quedaron vivos los fantasmas de la riqueza muerta. En 1581, Felipe II había afirmado, ante la audiencia de Guadalajara, que ya un tercio de los indígenas de América había sido aniquilado, y que los que aún vivían se veían obligados a pagar tributos por los muertos. La economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo pero la Corona consideraba tan necesaria la explotación inhumana de la fuerza de trabajo, que en 1601 Felipe III dictó reglas prohibiendo el trabajo forzoso en las minas y envió otras instrucciones secretas ordenando continuarlo en caso de que aquella medida hiciese flaquear la producción. En tres centurias, el cerro rico de Potosí quemó, según Josiah Conder, ocho millones de vidas. Los indios eran arrancados de las comunidades agrícolas y arriados, junto con sus mujeres y sus hijos, rumbo al centro. En la Recopilación de Leyes de Indias no faltan decretos de aquella época estableciendo la igualdad de derechos de los indios y los españoles para explotar las minas y prohibiendo expresamente que se lesionaran los derechos de los nativos. Cuando los españoles irrumpieron en América, estaban en su apogeo el imperio teocrático de los incas, que extendían su poder sobre lo que hoy llamamos Perú, Bolivia, Ecuador, abarcaban de Colombia y de Chile y llegaban al norte de argentino y la selva brasileña. Los mayas habían sido grandes astrónomos, habían medido el tiempo y el espacio con precisión asombrosa, y habían descubierto el valor de la cifra cero antes que ningún otro pueblo en la historia. La conquista rompió las bases de aquellas civilizaciones. Cuatro siglos y medio después de la conquista sólo quedan rocas y matorrales en el lugar de la mayoría de los caminos que unían el imperio. Los indios habían trasladado grandes masas de barro desde las orillas. Los indígenas eran, como dice Darcy Ribeiro, el combustible del sistema productivo colonial.

Los turistas adoran fotografiar a los indígenas del altiplano vestidos con sus ropas típicas, la actual vestimenta indígena fue impuesta por Carlos III a fines del siglo XVIII; el consumo de coca, que no nació con los españoles; ya existía en tiempos de los incas. La coca se distribuía, con mesura; el gobierno incaico la monopolizaba y sólo permitía su uso con fines rituales o para el duro trabajo en las minas. Además de la coca, los indígenas consumían aguardiente, y sus propietarios se quejaban de la propagación de los “vicios maléficos”. En las minas bolivianas, los obreros llaman todavía mita a su salario. Los mineros despreciaban el cultivo de tierra y la región padeció epidemias de hambre en plena prosperidad, hacia 1700 y 1713: los millonarios tuvieron que comer gatos, perros, ratas, hormigas y gavilanes. Los esclavos se llamaban “piezas de indias” cuando eran medios, pesados y embarcados en Luanda; los que sobrevivían a la travesía del océano se convertían, ya en Brasil “en las manos y los pies” del amo blanco. En la semana santa, las procesiones de los herederos de los mayas dan lugar a terribles exhibiciones de masoquismo colectivo la semana santa de los indios guatemaltecos termina sin Resurrección.

La fiebre del oro, que continúa imponiendo la muerte o la esclavitud a los indígenas de la Amazonia, no es nueva en Brasil, durante dos siglos a partir del descubrimiento, el suelo de Brasil había negado los metales a sus propietarios portugueses. Fueron los portugueses quienes tuvieron que descubrir, por su propia cuenta, los sitios en que se habían depositado los aluviones de oro en el vasto territorio que se iba abriendo, a través de la derrota y el exterminio de los indígenas, a su paso de conquista. A lo largo del siglo XVIII, la producción

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