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Literatura


Enviado por   •  13 de Octubre de 2014  •  9.099 Palabras (37 Páginas)  •  147 Visitas

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Trabajo Práctico n°2: La épica . Cantares de Gestas Medievales.

La Edad Media como marco histórico. Características:

El fin de la unidad romana.

Las grandes migraciones.

La conformación de las naciones europeas.

Feudalismo y vasallaje.

El surgimiento de la vida urbana. La burguesía.

La importancia del cristianismo.

Origen y evolución de la lengua castellana:

La conformación de las romances.

Causas de la diversificación de la lengua latina en lenguas romances.

Influencias ejercidas por los pueblos invasores sobre la lengua en formación.

Los relatos épicos medievales:

Juglares y Trovadores.

Los Cantares de Gesta en Francia, Alemania, Rusia e Inglaterra.

En España: Características de los Cantares Españoles.

Cantar de Mío Cid

Argumento y estructura.

Características y temas.

Fuentes. Estilo. Narrador (voz anunciadora)

Autor y fecha de la composición del Cantar de Mío Cid.

El fin de la Unidad Romana.

Tras los siglos dorados del Imperio Romano (periodo denominado Pax romana, siglos I–II), comenzó un deterioro en las instituciones del Imperio, particularmente la del propio emperador. Fue así como tras las malas administraciones de la Dinastía de los Severos, en particular la de Heliogábalo, y tras la muerte del último de ellos, Alejandro Severo, el Imperio cayó en un estado de ingobernabilidad que se le denomina Anarquía del siglo III. Entre 238–285 pasaron 19 emperadores, que fueron incapaces de tomar las riendas del gobierno y actuar de forma coordinada con el Senado, por lo que terminaron por dejar a Roma en una verdadera crisis institucional. Durante este mismo periodo comenzó la llamada «invasión pacífica», en la que varias tribus bárbaras se situaron, en un principio, en los limes del imperio debido a la falta de disciplina por parte del ejército, además de la ingobernabilidad emanada del poder central, incapaz de actuar en contra de esta situación. 

Por otro lado, las guerras civiles arruinaron al Imperio, el desorden interno no solo acabó con la industria y el comercio, sino que también debilitó a tal punto las defensas de las fronteras imperiales que, privadas de la vigilancia de antaño, se convirtieron en puertas francas por donde penetraron impunemente las tribus bárbaras. Las más audaces fueron los pueblos germánicos, francos y godos, que arremetieron contra el imperio, atravesando la frontera de los ríos Rin y Danubio.

Las Grandes Migraciones:

Mucho antes de que los romanos extendieran su administración unificadora por el Viejo Continente, los cambios climáticos, las crisis demográficas o, simplemente, las ansias de conseguir nuevas tierras habían obligado a numerosos pueblos a moverse y a penetrar más allá de las fronteras de sus vecinos. El fenómeno no sólo se ceñía a Europa y no siempre era pacífico. A menudo, aquellas migraciones involucraban a cientos de miles de personas que, organizadas en una formidable fuerza armada, trastocaban por completo las sociedades que invadían.

Uno de esos grandes desplazamientos se produjo a mediados del siglo XII a. de C., cuando las tribus dorias, seguramente presionadas por los movimientos de otros pueblos asiáticos, asaltaron en masa el Peloponeso con sus armas de hierro. La próspera civilización micénica fue destruida, el territorio quedó fraccionado y miles de griegos huyeron a las costas de Asia Menor. En Grecia se impuso una oscurantista cultura que apenas había evolucionado desde la Prehistoria. Las grandes ciudades, como Tirinto y Argos, fueron arrasadas; la escritura micénica, el Lineal B, desapareció para siempre y las cabañas de piedra se alzaron sobre los restos de los grandes palacios.

La presión viene de Asia

Casi cuatro siglos después, el Este europeo fue sacudido por otro violento flujo de población. Entre los años 800 y 400 a. de C., las tribus de las estepas asiáticas se desplazaron de nuevo hacia el Oeste y los germanos descendieron de las regiones bálticas. Los celtas de Europa central, acosados, se extendieron por todos los rincones del continente y en el año 386 a. de C., uno de esos pueblos, los galos transalpinos, penetró en la Península Itálica y saqueó Roma.

No fue la última vez que la Ciudad Eterna se vio amenazada por el desplazamiento de un pueblo belicoso. A finales del siglo II a. de C., un millón de cimbrios y teutones partieron de la Península de Dinamarca y se encaminaron a Italia destruyéndolo todo a su paso. Las fuerzas romanas, incapaces de frenar aquella avalancha, fueron masacradas en Noreia (113 a. de C.) y Arausio (105 a. de C.), aunque finalmente pudieron evitar el desastre y detener la migración.

La construcción de una línea defensiva a lo largo del Rin y del Danubio, el limes, a finales del siglo I de la Era cristiana, contuvo una nueva invasión durante cien años. Sin embargo, a finales del siglo II, los temidos bárbaros superaron por primera vez aquella frontera fortificada. Su reconstrucción no impidió el asalto definitivo, a finales del siglo IV. No sabemos con certeza qué causas precipitaron la crisis, pero lo cierto es que los movimientos de aquellos bárbaros fueron cruciales en la formación de la nueva Europa.

El pueblo godo, quizá el más civilizado de los invasores, había partido de Gotland, en Suecia, hacia 50 a. de C., y había recorrido en los tres siglos siguientes el sur de Escandinavia, Polonia y Alemania. En el siglo III, como consecuencia de aquellas migraciones, surgió un grupo perfectamente delimitado que ocupó Dacia, en la actual Rumanía: los visigodos. Tras mantener diversas escaramuzas con los romanos, se les concedió el estatus

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