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Los Barones Del Estaño


Enviado por   •  13 de Octubre de 2013  •  1.886 Palabras (8 Páginas)  •  1.440 Visitas

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El siglo XX comienza con un hecho decisivo para la economía de Bolivia. En 1900, Simón Patiño descubre la veta de estaño más rica del mundo en la mina La Salvadora, ubicada en Llallagüa, departamento de Potosí, a más de 4.600 metros sobre el nivel del mar. El empresario había adquirido el terreno a un precio ínfimo, como pago de una deuda comercial. En la cosmogonía de los aymaras y quechuas de los Andes, Llallagüa o Llallawa es un espíritu benigno que favorece la abundancia en los cultivos de la papa, el alimento básico para su subsistencia. “El campesino boliviano, antes de la usurpación de tierras promovida por la oligarquía a partir de fines del siglo pasado [XIX], estaba asociado sobre la base de lo que se dio en llamar la comunidad indígena y realizaba su trabajo dentro de la propiedad comunitaria de la tierra”[3].

Esa fecha fatídica marca el inicio la “era del estaño”. A principios de 1910, Bolivia ya es la segunda productora de ese metal a nivel mundial. Poco más de diez años después, tres hombres pasan a ser conocidos como los “barones del estaño”: Simón Patiño, Carlos Víctor Aramayo y Mauricio Hochschild. Este trío, que acumula ganancias fabulosas y exhibe un estilo de vida propio de maharajás de la India, maneja durante décadas los resortes económicos y políticos del país. A cambio sólo le dejan a los bolivianos “socavones en los cerros, enfermedades en los cuerpos y frustraciones en el alma”[4].

Los tres registran sus compañías fuera del país. La Patiño Mines Enterprices Consolidated Inc. se inscribe en Delaware (Estados Unidos). La Compagnie Aramayo de Mines en Bolivie se constituye en Suiza. SAMI, de Hochschild, lo hace en Argentina y Chile. Pero la barata mano de obra es, desde luego, nativa. Cincuenta mil mineros mal alimentados destrozan sus pulmones en el oscuro interior de las montañas y determinan con su trabajo el valor de todas las exportaciones de Bolivia, mientras casi tres millones de indígenas quedan excluidos de la economía. “Los grandes capitalistas de la minería sostenían que pagaban los salarios más altos de Bolivia, pero eso era muy relativo: efectivamente, eran los más altos en el país de los salarios más bajos del mundo. A la inversa, las utilidades de la Patiño Mines eran en valores absolutos las más altas del mundo. Estas utilidades se fundaban en la desnutrición, la silicosis, la mortalidad infantil, el hacinamiento en chiqueros y cuevas con nombre de viviendas y un salario máximo que no llegaba ni a 20 dólares mensuales”[5].

Patiño instala en Catavi la mina Siglo XX, la planta concentradora más grande del mundo. Con 700 kilómetros de galería abierta, tiene 80 kilómetros de ferrocarril subterráneo y suministra 30.000 kilovatios de luz, mucho más que toda la electricidad generada en el país.

En diciembre de 1942, los trabajadores de Siglo XX se declaran en huelga. Patiño solicita telefónicamente al presidente militar de turno que le ponga fin como sea, pero rápido. El 21, el ejército ataca a 8.000 mineros que están con sus esposas e hijos. Nunca se supo cuántos hombres, mujeres y niños murieron ese día. Oficialmente se informa que hubo 19 muertos y 40 heridos. Pero días después un oficial relata que cerca de 400 cadáveres fueron enterrados sin identificar las tumbas para que no se pudieran contar las víctimas. Los trabajadores pedían un aumento del cien por ciento. Luego de la masacre, el patrón les concede el 15 por ciento.

De los tres “barones”, sólo uno alcanza el título de “rey del estaño”: Patiño, nacido en Cochabamba en 1860, ex embajador en España y en París.

Se cuenta que cuando el escritor Augusto Céspedes presenta su novela Metal del diablo al concurso convocado por la editorial Reinhardt, de Nueva York, los familiares del “monarca” minero quieren comprar los originales para quemarlos. Céspedes (1904-1997), nativo de Cochabamba y conocido como “El chueco”, es abogado, escritor, periodista y diplomático. Entre sus libros se cuentan Sangre de mestizos, La vida del Rey del Estaño, Un regalo de los incas, El dictador suicida e Imperialismo y desarrollo.

El autor replica con ironía: “Si de verdad están interesados en conocer la novela, mejor se compran toda la edición una vez que esté impresa”. El libro se publica en 1946 y al año siguiente cientos de ejemplares son adquiridos y arrojados al fuego por orden del gobierno de turno, deseoso de satisfacer los deseos de la millonaria familia Patiño. En abril de 1947, bajo el título “Bolivia. Quema de libros”, el semanario Time informa:

“En el campus del exclusivo Colegio Inglés Católico de La Paz, las niñas con uniforme azul marino y largas medias negras cantaron y danzaron alrededor de una fogata. Sus profesores las miraban y aprobaban sonrientes ese acto de fe. Autores en el fuego: Anatole France, Goethe, Maurice Maeterlinck, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Blasco Ibáñez y Augusto Céspedes, autor boliviano de la novela Metal del diablo contra el Barón del Estaño”[6].

Dos décadas más tarde, el escritor Sergio Almaraz describirá las aberrantes condiciones de vida de los trabajadores subterráneos, que contrastan dramáticamente con el suntuoso estilo de sus patrones:

Hay que conocer un campamento minero en Bolivia para descubrir cuánto puede resistir el hombre. ¡Cómo él y sus criaturas se prenden a la vida! En todas las ciudades del mundo hay barrios pobres, pero la pobreza en las minas tiene su propio cortejo: envuelta en un viento y frío eternos, curiosamente ignora al hombre. No tiene color, la naturaleza se ha vestido de gris. El mineral, contaminando el vientre de la tierra, la ha tornado yerma. A los cuatro o cinco mil metros de altura, donde no crece ni la paja brava,

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