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Manifiesto De Cartagena

ycrem21 de Agosto de 2011

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1812 Manifiesto de Cartagena. Simón Bolívar

Libertar

a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela, y redimir a ésta de la

que padece, son los objetos que me he propuesto en esta Memoria.

Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio

de miras tan laudables.

Yo soy,

granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de

en medio de sus ruinas físicas, y políticas, que siempre fiel al

sistema liberal, y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir

aquí los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente

tremolan en estos estados.

Permitidme

que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros,

para indicaros ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su

destrucción; lisonjeándome que las terribles, y ejemplares lecciones

que ha dado aquella extinguida República, persuadan a la América, a

mejorar de conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y

energía que se notan en sus gobiernos.

El

más consecuente error que cometió Venezuela, al presentarse en el

teatro político fue, sin contradicción. la fatal adopción que hizo del

sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde

entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los

últimos periodos, con una ceguedad sin ejemplo.

Las

primeras pruebas que dio nuestro Gobierno de su insensata debilidad,

las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a

reconocer su legitimidad, lo declaró insurgente y lo hostilizó como

enemigo

La Junta Suprema, en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas

marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable, que logró subyugar después la

Confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla. Fundando la

Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno, para hacer por la

fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.

Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del

gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado

alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por

jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y

de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a

una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.

De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y

particularmente por nuestros natos e implacables enemigos, los españoles europeos, que maliciosamente se habían

quedado en nuestro país para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar

nuestros jueces perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes que se dirigían contra la salud

pública.

La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que

defienden la no residencia de facultad en nadie, para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido

éste en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón

sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia.

¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente

concluido!

De aquí vino la oposición decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas y capaces de presentarse en el campo

de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria. Por el contrario, se establecieron innumerables

cuerpos de milicias indisciplinadas, que además de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana

mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares, e hicieron odioso el gobierno que obligaba a

éstos a tomar las armas y a abandonar sus familias.

"Las repúblicas -decían nuestros estadistas- no han menester de hombres pagados para mantener su libertad.

Todos los ciudadanos serán soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Génova, Suiza,

Holanda, y recientemente el Norte de América vencieron a su contrarios sin auxilio de tropas mercenarias, siempre

prontas a sostener al despotismo y a subyugar a sus conciudadanos".

Con estos antipolíticos e inexactos raciocinios, fascinaban a los simples, pero no convencían a los prudentes, que

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conocían bien la inmensa diferencia que hay entre los pueblos, los tiempos, y las costumbres de aquellas repúblicas y

las nuestras. Ellas, es verdad que no pagaban ejércitos permanentes; mas era porque en la antigüedad no los había y sólo

confiaban la salvación y la gloria de los Estados en sus virtudes políticas, costumbres severas y carácter militar,

cualidades que nosotros estamos muy distantes de poseer. Y en cuanto a las modernas que han sacudido el yugo de

sus tiranos es notorio que han mantenido el competente número de veteranos que exige su seguridad; exceptuando el

Norte de América, que estando en paz con todo el mundo y guarnecido por el mar, no ha tenido por conveniente

sostener en estos últimos años el completo de tropas veteranas que necesita para la defensa de sus fronteras y

plazas.

El resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo, pues los milicianos que salieron al encuentro

del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estando habituados a la disciplina y obediencia, fueron

arrollados al comenzar la última campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes,

por llevarlos a la victoria. Lo que causó un desaliento general en soldados y oficiales; porque es una verdad militar que

sólo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. EL soldado

bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez; porque la experiencia no le ha probado que el valor, la

habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.

La subdivisión de la provincia de Caracas, proyectada discutida y sancionada por el Congreso federal, despertó y

fomentó una enconada rivalidad en las ciudades y lugares subalternos, contra la capital: "La cual -decían los congresantes

ambiciosos de dominar en sus distritos- era la tiranía de las ciudades y la sanguijuela del Estado". De este modo se

encendió el fuego de la guerra civil en Valencia, que nunca se logró apagar con la reducción de aquella ciudad; pues

conservándolo encubierto, lo comunicó a las otras limítrofes a Coro y Maracaibo; y éstas entablando comunicaciones

con aquéllas, facilitaron, por este medio, la entrada de los españoles que trajo la caída de Venezuela.

La disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y particularmente en sueldos de infinidad de

oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores provinciales y federales, dio un golpe mortal a la República,

porque la obligó a recurrir al peligroso expediente de establecer el papel moneda, sin otra garantía que la fuerza y las

rentas imaginarias de la Confederación. Esta nueva moneda pareció a los ojos de los más, una violación manifiesta del

derecho de propiedad, porque se conceptuaban despojados de objetos de intrínseco valor, en cambio de otros cuyo

precio era incierto y aun ideal. El papel moneda remató el descontento de los estólidos pueblos internos, que llamaron al

comandante de las tropas españolas, para que viniese a librarlos de una moneda que veían con más horror que la

servidumbre.

Pero lo que debilitó más el Gobierno de Venezuela, fue la forma federal que adoptó, siguiendo las máximas

exageradas de los derechos del hombre, que autorizándolo para que se rija por sí mismo rompe los pactos sociales, y

constituye a las naciones en anarquía. Tal era el verdadero estado de la Confederación. Cada provincia se gobernaba

independientemente; y, a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquéllas

y la teoría de que todos los hombres, y todos los pueblos, gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo, el gobierno

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