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Positivismo

nellda22 de Septiembre de 2011

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Resumen

El normalismo ocupó a lo largo de un siglo, un lugar fundamental en la formación de maestros y profesores. Con características particulares, se instaló fuertemente en el imaginario social generando amores idealizados y odios acérrimos. Este trabajo se propone reconstruir su historia, analizando las significaciones imaginarias que se le atribuyeron a lo largo de sus 100 años de vida, desde la idealización de las primeras décadas a la progresiva devaluación de sus últimos años, para comprobar que pese a su decadencia, no existió en la historia de la educación Argentina, otra institución que como ella, dejara su impronta en los más diversos discursos del tejido social argentino.

1ºPeriodo del Normalismo: el Normalismo Fundante (1870-1940)

Las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda trataron de imprimir un fuerte impulso a la educación, pese a lo cual se enfrentaron con dos serios obstáculos. Por un lado, la falta de maestros idóneos, capaces de difundir la educación entre la masa del pueblo y, por otro lado, la carencia de instituciones capaces de formarlos para asumir la función técnica y cultural que la docencia implicaba.

Sarmiento, durante su presidencia, se aboca a dar respuesta a esta problemática. En 1869, el Congreso de la Nación sanciona la ley que constituye el andamiaje legal que le posibilitará la creación -en 1870- de la primera Escuela Normal del país: la Escuela Normal de Paraná. A esta le seguirá la Escuela Normal de Tucumán y cientos de ellas en todo el país.

En 1886, un decreto de Roca y el ministro Eduardo Wilde pone las bases de la Escuela Normal Superior. El artículo 1º de dicho decreto dice: «Hay dos clases de Escuelas Normales: las elementales y las superiores. Las primeras están destinadas a la formación de maestros y maestras de educación primaria elemental y las segundas tienen el objetivo de formar profesores y profesoras competentes para la superintendencia, inspección y dirección de las escuelas comunes y para el magisterio de las escuelas normales.”

Las Escuelas Normales tuvieron la particularidad de no responder a la estructura, nivel académico ni status de ninguna de las instituciones existente en el sistema educativo a finales del siglo XIX. Por eso es interesante ubicarla en la estructura del sistema educativo de la época, que quedó diseñado -conciente o inconscientemente- sobre una base común (la escuela primaria) de la cual se desprendían dos sub-estructuras educativas distintas, a las que se accedía –independiente de la capacidad intelectual- por la pertenencia a determinada condición socio-económica y a determinado género.

Por un lado, se observa una subestructura que contiene –además de la escuela primaria- instituciones orientadas a la educación secundaria, establecimientos terciarios (destinadas principalmente para varones de clase media alta) y la universidad (reservada a varones de clase social alta, cuyos objetivos eran formar la clase dirigente). Por otro lado, otra subestructura que contiene la escuela primaria y la Escuela Normal. En este contexto, la Escuela Normal se diferenciaba porque si bien respondía a la concepción populista de Sarmiento (la mayoría de su alumnado era de clase media y media-baja) no tenía como objetivo la continuidad de carreras universitarias. La diferente significación social que las instituciones de estas subestructuras tenían en el imaginario social, se veía reflejada –entre otras cosas- en el nivel de la formación académica que recibían sus alumnos. “La falta de profesores –apremiante problema que era indispensable resolver enseguida- obligo a formarlos rápidamente, sobre la base de una instrucción secundaria inferior a la de los bachilleres y una informaron pedagógica profesional.” 1

Coherente con esto, ambas sub estructuras se articulaban de modo particular: se observa una movilidad unilateral, fundamentada por la significación social que cada una poseía. Quienes pertenecían (como profesor o alumno) a una Escuela Secundaria o a la Universidad tenían amplias posibilidades de inclusión en las Escuelas Normales, mientras que para los estudiantes y egresados normales estaba vedada cualquier tipo de movilidad hacia la Universidad.

Con el paso de las décadas la estructura organizativa y académica de las escuelas Normales evolucionaron hasta incorporarse a la educación terciaria. Sin embargo, es importante destacar que aspectos de la estructura simbólica e imaginaria de estas instituciones se han cristalizado y penetrado en el imaginario social y en la estructura de las organizaciones de la educación superior no universitaria de nuestros días.

Significaciones sociales que entraña el discurso pedagógico del normalismo

Es interesante poder delimitar las significaciones sociales que giraban en torno al discurso de los docentes y egresados de las escuelas normales de fines del siglo XIX, así como es conveniente analizar las significaciones que se deslizan en el discurso de los pedagogos de la época respecto a los maestros y profesores normales.

Manganiello describe la generación pedagógica de 1880 como eminentemente positivista. El positivismo normalista, adquirió características definitorias con la generación de 1896. La Escuela Normal de Paraná impregnada con el positivismo de Pedro Scalabrini que difundió la doctrina positivista de Auguste Comte, las teorías evolucionistas y organicistas de Herbert Spencer y los principios evolucionistas de Charles Darwin, incorporando posteriormente, los aportes de la psicología experimental y la sociología, se destacaba por un positivismo cientificista, liberal y polemizante. Proclamaban el método experimental, aceptando como dogma la subordinación de las ciencias psíquicas a las naturales, manteniendo una postura fuertemente agnóstica, y adherían a las tendencias individualistas del liberalismo inglés, renegando de lo nacional con una fuerte tendencia europizante.

En relación al positivismo aplicado al pensamiento pedagógico, centraba su preocupación en los aspectos psicológicos, biológicos y metodológicos, desatendiendo los fines y objetivos de la educación.

En la generación pedagógica de 1896 se acentuó la posición fuertemente cientificista que impregnaba todas las actividades culturales: filosóficas, sociológicas, psicológicas, pedagógicas, etc., estimulando poderosamente el desarrollo científico.

El discurso positivista generó una corriente de pensamiento crítica que en un principio se definió más por su oposición a él que por sus cualidades propias. El antipositivismo encontró en algunas instituciones educativas el marco donde desarrollarse, pero sería recién en la década del ‘30 cuando comenzó a tomar protagonismo en los discursos pedagógicos oficiales. Aún así, las escuelas normales siguieron fieles a su espíritu positivista, por lo que los cambios que se vieron forzados a realizar para adecuarse a los nuevos tiempos solo fueron superficiales y no estructurales.

A partir del contexto ideológico que establecía el discurso pedagógico de la época, se pueden descubrir algunas significaciones sociales que se desprenden del mismo.

La designación “Escuela Normal”, puede brindar los primeros indicios de las significaciones que estas tenían, en el imaginario de los pedagogos que las concibieron.

“Normal” en el Diccionario de la Real Académica Española, remite a tres acepciones, que dan cuenta, en parte, de las significaciones imaginaria que entrañaba la institución en el imaginario social.

1- “Dícese de lo que se halla en su “estado natural”.

2- “Dícese de lo que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas “normas fijadas de antemano”.

3- “Que sirve de norma o regla.”

Coherente con la segunda y tercera acepciones, se puede decir que estas instituciones, que nacieron bajo el manto del paradigma positivista, tenían como objetivo imponer normas que, por efecto cascada se difundieran en todo el sistema educativo naciente. La Escuela Normal se ofrecía como modelo a seguir por todas las instituciones, aún cuando su objetivo fundamental se orientaba hacia la población docente, porque no sólo intentaba garantizar la formación académica de los maestros, sino homogeneizarla interviniendo en forma directa en los contenidos curriculares y sobre todo en la metodología con que estos se enseñaban.

Se impone por otro lado el “estado natural” en el que son posibles los procesos de enseñanza y de aprendizaje, es decir, la forma “natural” y “normal” de aprender y de enseñar que era la que se utilizaba en la Escuela Normal. Pero la “normalidad” como entidad dentro de las ciencias humanas es muy difícil de delimitar: algo es normal o no según los criterios que se empleen para calificarlos y estos estarán acotados por el encuadre ideológico y teórico del evaluador.

La fuerte política alfabetizadora de ese momento no sólo tenía como objetivo la mera enseñanza de los rudimentos básicos de la lecto-escritua, sino la configuración de nuevas formas de pensamiento que posibilitarán la reorganización del sistema social. Reorganización que se tornó imprescindible, entre otras cosas, por dos aspectos fundamentales:

En primer término, porque Argentina era hasta el momento una sumatoria de territorios en los que eran mucho más fuertes las identificaciones con los ideales del caudillo local que con los ideales de una nación. Por otro lado, porque la fuerte inmigración alentada y recibida en ese periodo, modificó la estructura social incrementando significativamente el porcentaje de habitantes provenientes de distintas culturas, portadores de idiosincrasias e idiomas diferentes.

Es

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