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Pueblos originarios, indios, indígenas o aborígenes

samudio87Tutorial22 de Septiembre de 2014

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PUEBLOS ORIGINARIOS, INDIOS, INDÍGENAS O ABORÍGENES?

Por Jorge Fernández Chiti

Muchas cuestiones ideológicas, preconceptos e ignorancia semiológica se hallan implicados en torno a estas denominaciones; así como intereses geopolíticos astutamente disfrazados. Y hasta una moda “new age” pseudoantropológica bastante superficialoide por cierto, con arraigo en los medios y hasta en las conceptualmente famélicas universidades de hoy, hartas veces sometidas a intereses populistas, imperiales y de otro tipo.

Todos sabemos que cuando Colón “invadió” América… (porque no la “descubrió”), creyó haber llegado a la India, cuyas riquezas, oro y piedras preciosas eran ya conocidas en toda Europa, lo cual alimentó su voracidad y la de quienes financiaron su escuadra invasora y depredadora con las intenciones más perversas e inhumanas. De allí nació la denominación “indio” con que se designó desde entonces, en Europa, a los habitantes de nuestra América, la “mal llamada”. “Indiani” dijeron los italianos; “indiens” los franceses; “Indian” en inglés. A nadie se le ocurrió criticar el título del “Handbook of South American Indians”, publicado a partir de 1946 por la Smithsonian Institution, porque la semiosis de esa década era otra: no había recibido aún el impacto de la “deconstrucción cultural” absolutista originada desde la década de 1970 y reinante hasta la actualidad. “Native aboriginal peoples”; “Indigenous peoples”; son las denominaciones más usuales en antropología actual en idioma inglés: “nativo”, “indio”, aborigen”, “indígena”.

Es sabido que cada vocablo se halla “cargado”, esto es, que aparte de su significado propiamente dicho, posee también un “sentido”, que va más allá del significado mismo, revelado por la etimología y el uso lingüístico. En efecto, al hablar de “indio”, desde hace siglos, ya nadie piensa en lo más mínimo en la India, ni siente que se alude a ella. Cuando alguien insulta a otro diciéndole “hijo de…”, en lo más mínimo se pretende insultar a la madre… sino al contrincante. Este ejemplo fuerte lo incluimos para que quede en claro que el sentido es el que se impone siempre en la comunicación lingüística, el que con el tiempo adquiere nuevas cargas y siempre deja de lado tanto a la etimología como el uso primerizo.

Es absurdo, pues, que se pretenda deslegitimar la palabra “indígena” diciendo que proviene de la India y que alude a ella. ¡Esto sí que es ignorancia supina!!! La voz “indígena” proviene del latín “inde”: de allí mismo; y del sufijo “génos”: nacido, generado. “Indígena vinum” (Plinio) es “vino del país o de la región”, y en nada alude a la India, según pretenden algunos charlatanes televisivos. Es absolutamente legítimo, pues, el uso de la palabra “indígena” para aludir a los habitantes racial y lingüísticamente nativos de nuestra América, antes, durante y después de la invasión de los genocidas y crueles európidos.

Muy diferente es el caso de la palabra “indio”, la que sin duda surgió como alusión a la entonces llamada “India”, y desde 1492 “Indias orientales” o del Asia, la misma que holló (y depredó) Alejandro Magno hacia el 330 a.C. y que desde entonces fue denominada y conocida como “Indía” por los griegos (con acento en la última “i”). “Indikós” o “índico” se denominó en griego al nativo de la India, y también “indós” al río Indo y a sus habitantes. El latín, como receptor de la cultura y la nomenclatura helénica, absorbe las mismas denominaciones griegas, y tan sólo cambia la acentuación de la palabra que, desde entonces hasta hoy, pasó a ser grave y no aguda. “Índi” se denominó en latín a los indios (de la India), pero también a los persas y árabes. “Índicus” y luego “Índus” pasó a ser el nativo de la India. “Índa conkha” se llamaba en Roma a las perlas, tan apetecidas en Europa.- Pero no se debe creer que la palabra India se aplicó exclusivamente a la India, sino también a Egipto y hasta a Etiopía… De allí que fuera sencillo extender la misma denominación tan difusa a las nuevas tierras americanas, cuya ubicación exacta en el mapa aún no era del todo segura ni conocida (pese a variadas conjeturas ya entonces existentes).

Ya Cristóbal Colón, en su “Diario” o “Relaciones de Viajes”, escrito hacia el 1500, utiliza ampliamente la palabra “indio” para referirse al hombre que halló en América (y, de paso, cuenta cómo engañaban al indígena trocando sus adornos nasales de oro puro por “pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio…”). Mismo empleo de la voz “indio” también hizo Bartolomé de las Casas, antes del 1550, en su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”; y también Garcilaso de la Vega, en sus “Comentarios reales” (hacia 1560).

Evidentemente, la voz “indio”, en lengua castellana, ya desde el año 1500 o tal vez unos años antes, designaba a los habitantes del llamado Nuevo Mundo con quienes se enfrentaron los españoles y europeos de entonces, no en un “encuentro de culturas” (como aún hoy pretende España), sino en un genocidio y deculturación de los indígenas. Más de 500 años de uso de una voz… desde el punto de vista semiótico y lingüístico, sería imposible de erradicar. En efecto, la voz “indio” ha sufrido el proceso natural y espontáneo (“desde abajo”) de “resignificación” al que se halla sometida toda el habla de una cultura, sin excepción. Pretender “desde arriba”, en forma vertical y totalitaria, decretar la supresión de vocablos y significados, además de estúpido, es ingenuo. Todo un libro se podría escribir en torno a este espinoso tema. Pensemos que la palabra “Europa” deriva y alude a una vaca, con la cual Zeus (o Júpiter según la mitología romana) mantuvo relaciones amorosas… Sin embargo, a ningún estudioso europeo se le ocurriría la jocosa pretensión de prohibir dicha voz y reemplazarla por otra…más casta…

Las palabras surgen, crecen, se implican, y adquieren vida propia, independizándose de sus respectivas etimologías y acepciones diacrónicas. No son ni racionales ni racionalizables; y menos aún podrían someterse al análisis pseudorracional de un zopenco o a sus caprichos de “omnipotencia lingüística”. Con semejante criterio, hasta la palabra “América” debería suprimirse, pues no fue Américo Vespuccio quien la visitó por vez primera… (en sí, el nombre “América” implica ya un craso error de apreciación histórica). Más absurdo y jocoso sería el pretender que nuestro Continente debería denominarse “Abya Yala”, según un indigenismo fonético de pacotilla, puesto que ni los indígenas tenían en su cosmovisión un concepto “macro” o continental, ni una idea “moderna” de las verdaderas dimensiones de los Continentes, ni tampoco existía entre ellos una política conglutinante ni una ideología a nivel “mapamundi” que la apuntalara… Todo lo contrario: cada cultura indígena era en extremo localista e introspectiva. Transpolar a Abya Yala nuestra idea de “América” constituye un absurdo mal uso de dos voces procedentes de la lengua de los indios Cuna (de Panamá y Colombia), que en nada aludió jamás al concepto de América como Continente, sino que significa: “tierra-vida”; o “tierra-riqueza”; conceptos que bien pueden hallarse en quichua, o en aymara, o en mapuche, o en la lengua maya, azteca, etc. ¿Qué significaría para los mapuches de la Patagonia el concepto abstracto de Abya Yala? Pues nada: sería una intrusión vacua de sentido y, además, fuente interminable de controversias y disidencias (lacra de nosotros, los americanos indigenistas). Los nativos de habla quichua preferirán su rica terminología (“Pacha” equivale a nuestra voz “mundo”; y “Kay Pacha” a “Mundo de aquí”; “Kay runa”: “hombre de aquí, nativo, indígena, indio). Los aymaras lo mismo; al igual que los guaraníes; o los mapuches: “Mapu”: tierra; “fill mapu”: mundo, todo (tierra y su gente). ¿Para qué ir a buscar en Panamá lo que tenemos acá? Justamente eso es “desarraigo”, identidad negativa impuesta por el invasor…

No es posible meter a empellones una voz porque se le ocurrió a algún dirigente indigenista boliviano, sin reparar en el localismo del nombre y de la propuesta, lo que contradice el sentir latinoamericanista (que siempre ha sido regionalista y jamás conceptualmente abarcativo). Es nuestra mentalidad occidental, la que, con sus lacras procedentes de la ideología ecuménica europeizante y “catholiké” (“para todo el orbe”) se nos mete por la ventana cuando la queremos echar por la puerta (señal de que la tenemos todavía introyectada). Sería como pretender crear un indigenismo “a la occidental… y cristiana…”, supuestamente negador de dichos conceptos totalitarios y globalizantes.

Buscar términos que guarden alguna similitud con la voz “América” es otro absurdo que pretende forzar el lenguaje, aberrante postura propia de mentes poco sagaces e ilustradas. No falta quien pretende que el término América en realidad derivó del vocablo maya Quiché: “Amerrique”, que significaría “país del viento”, para nada alusivo al concepto generalizador y universalizante de América, con extensión continental. Nuevamente se pretende forzar el lenguaje para adecuarlo a nuestras pretensiones de carácter ideológico. La bondad de lo segundo en nada justifica el absurdo de la postura primera, de carácter

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