QUINTÍN LAME: RESISTENCIA Y LIBERACIÓN
alicia10169Síntesis23 de Febrero de 2015
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QUINTÍN LAME: RESISTENCIA Y LIBERACIÓN (Luis Guillermo Vasco Uribe)
Cuando se habla del pensamiento propio indígena se suele hacer referencia al pensamiento tradicional, a la cosmovisión, a las historias propias y otros elementos similares. Pero aquí quiero dirigir la atención hacia una forma de pensamiento que, si bien es propio, no es tradicional ni viene de siglos; es el pensamiento de liberación que expresó ya hace casi 100 años Manuel Quintín Lame.
En una ocasión, en una charla en la Universidad Nacional, el senador indígena Jesús Piñacué, ya al final, cuando uno de los asistentes le preguntó qué pensaba de Quintín Lame como guerrero (porque Piñacué se había referido a él como escritor), respondió de un modo muy claro y significativo: “¿cuál guerrero y cuál guerra?, un montón de indios armados con machetes, palos y caucheras no fue una guerra”.
A raíz de esa intervención, miré el pensamiento de Quintín Lame un poco más allá de lo que lo había hecho antes, en su ideario que está publicado en el libro que dictó a sus secretarios y ayudantes,Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas, publicado como una parte de “En defensa de mi raza”, y también en algunos documentos que se editaron bajo el título deLas luchas del indio que bajó de la montaña al valle de la ‘civilización’. Al hacerlo, encontré que en ese pensamiento estaba presente un aspecto fundamental, muy diferente de
aquél en boga en ese entonces entre los indígenas en Colombia, y con mayor razón del que está vigente en las organizaciones y las reivindicaciones indígenas de los últimos años, en especial a partir de 1991.
Manuel Quintín Lame nació en 1880 en la hacienda San Isidro, ubicada en los alrededores de Popayán. Su abuelo Jacobo había salido del resguardo de Lame, en Tierradentro, a causa de algunos problemas internos que se le presentaron allí, y se asentó en Silvia, en donde recibió el apellido Lame por venir del resguardo del mismo nombre. Allí nació Mariano, padre de Manuel Quintín, quien más tarde emigró a la hacienda Polindara, en calidad de terrajero.
Terrajero era quien pagaba terraje, y el terraje fue hasta hace unos treinta años una relación de carácter feudal, servil, según la cual un indígena debía pagar en trabajo gratuito dentro de la hacienda el derecho a vivir y usufructuar una pequeña parcela, ubicada en las mismas tierras que les fueron arrebatadas a los resguardos indígenas por los terratenientes, relación que subsistió hasta que fue barrida definitivamente por la lucha indígena que comenzó a desarrollarse a partir de 1970.
Las tierras indígenas de los resguardos fueron reconocidas como propiedad colectiva de las comunidades por la corona española durante el período colonial y constituían sólo una parte de las tierras que poseían los aborígenes a la llegada de los españoles y desde época inmemorial, y no
precisamente las mejores. Luego de la independencia de Colombia, la ley reconoció esos resguardos y estableció que eran tierras que no podían ser objeto de transacción comercial, ni podían ser embargadas.
Pese a ello, durante el siglo XIX esas tierras comenzaron a pasar a manos de los terratenientes, y ellos a presentar escrituras públicas con las que pretendían avalar su ocupación. Se trataba de una ilegalidad absolutamente legal, como suele ser la ley en Colombia cuando responde a los intereses de las clases dominantes de la sociedad. Los terratenientes se apoderaron, pues, de las tierras que eran de los indígenas, pero no para trabajarlas ellos ni sus familias, por lo cual necesitaban mano de obra para manejarlas, y la única disponible era la de los propios indígenas despojados. Entregaban a estos pequeñas parcelas de tierra para que hicieran allí sus casas y tuvieran cultivos de pancoger (no podían sembrar ningún cultivo permanente). La figura de esta entrega era la de arriendo, o sea, el terrateniente arrendaba a los indígenas una parcela de la misma tierra que les acababa de expropiar, pero como estos en ese entonces no tenía ningún ingreso monetario, se veían obligados a pagar en trabajo gratuito para la hacienda, los hombres en las actividades agrícolas o ganaderas y las mujeres como sirvientas en la casa del patrón. El trabajo duraba, como cuentan los indígenas, de sol a sol y únicamente se les daba media hora para
comer algo que hubieran traído desde sus casas. Si no morían de hambre era porque los terratenientes no los obligaban a que pagaran terraje todos los días del mes, sino que les dejaban a un poco de tiempo para que pudieran producir sus alimentos en la pequeña parcela que ocupaban.
Quintín Lame nació y se crió en una de esas haciendas y fue terrajero desde muy niño, pues los niños también pagaban terraje, solamente que apenas les descontaban medio día por cada día de trabajo.
Años después, Quintín Lame tomaría conciencia de lo que implicaba ser terrajero y no quiso serlo más; entonces propuso a su patrón que le vendiera la parcela donde trabajaba y el dueño de la hacienda se negó, diciéndole: “¿Se te ocurre indio, que voy a pedaciar mi finca”?, según cuenta el historiador Diego Castrillón Arboleda.
Con el paso del siglo XIX al XX, el Cauca, como siempre ocurrió desde la independencia, se vio envuelto en una nueva guerra, la de los Mil Días, y Quintín Lame fue alistado a la fuerza en el ejército del Cauca, que era uno de los contendientes; le tocó combatir en Buenaventura y en algunos otros lugares del suroccidente del país, cosa que le permitió conocer el mundo por fuera de la hacienda, porque los terrajeros no podían salir de ella sin autorización de los terratenientes y si no era para asuntos de los patrones; de ahí que su mundo estaba confinado durante toda su vida por los límites de las tierras usurpadas. Más
adelante, estando acantonado en Popayán, el general Carlos Albán lo convirtió en su ordenanza, en su paje, y lo llevó con la tropa a Panamá, poco antes de que los Estados Unidos arrebataran esta provincia a los colombianos. Manuel Quintín estuvo allí durante siete meses y cayó enfermo a causa del clima, razón por la cual lo devolvieron a su tierra; es muy posible que en Panamá Quintín Lame hubiera conocido la lucha guerrillera de Victoriano Lorenzo, un indígena guaymí, cuyo accionar fue clave para la victoria de los ejércitos liberales sobre los conservadores en el istmo.
A su vuelta, Quintín se relacionó con abogados de Popayán y estudió las leyes, visitó archivos en búsqueda de los títulos de los resguardos, elaboró y envió cientos de memoriales, demandas y solicitudes, pero todo eso fue inútil para lograr la devolución de las tierras de los indios, llevándolo a tomar conciencia de que, en Colombia, la ley es ilegal, es “subversiva”, porque trastoca el orden natural de las cosas, y a entender que ese camino legal no constituye solución para los problemas de los indios; comienza entonces a transformar su pensamiento, primero, orientando su lucha a terminar con el terraje y, posteriormente, a proponerse la liberación de los indígenas.
De su experiencia y sus estudios extrajo su primera gran conclusión: que los indígenas son quienes tienen derecho a las tierras porque las han ocupado y trabajado inmemorialmente y que por lo
tanto no tienen por qué pagar terraje, no tienen por qué pagar arriendo por las parcelas en que viven y mucho menos trabajar el resto de las tierras para unas personas que no son legítimos propietarios, porque los blancos, dice, no son de aquí, sino que llegaron para arrebatarles la tierra por la fuerza en la guerra de conquista. A partir de aquí desarrolla dos conceptos muy claros: los de “invasión” y “usurpación”; son los blancos quienes invadieron a los indígenas y usurparon sus tierras. Con estas bases, afirma que “solo los indios somos los verdaderos dueños de esta tierra de Colombia, porque toda América es baldía”, es decir que quienes se las han apropiado no tienen sobre ellas títulos legítimos que avalen su posesión.
Con este criterio y con esos conceptos Quintín Lame comienza un trabajo que poco a poco va deslegitimando entre los indígenas el derecho de propiedad de los grandes terratenientes, de los hacendados. Recorre toda la región, de casa en casa, reuniéndose con la gente hasta convencerla. El movimiento indígena de comienzos de los años setenta del siglo XX retomaría esta experiencia, pues la gran mayoría de los indígenas pensaba que los terratenientes eran los dueños, que quitarles la tierra era un robo y que robar era pecado (como se les decía en las iglesias). Así como hizo antes Quintín, se buscaron y encontraron los títulos de los resguardos, el principal de todos el título colonial legado por Juan Tama.
También se encontraron los reconocimientos de la validez de estos títulos hechos por la ley colombiana después de la independencia. Con ellos se recalcaba que las tierras de los resguardos no se podían perder por ningún concepto, ni por venta ni por compra ni por embargo ni por hipoteca. Fue un trabajo de varios años para que el grueso de los indígenas del Cauca y Nariño se convencieran de que ellos eran los propietarios de las tierras, que los terratenientes eran invasores y usurpadores, y se decidieran a entrar a recuperarlas.
Manuel Quintín había adquirido también el saber acerca del papel que cumplen las leyes en una sociedad de clases y afirmaba que las leyes son el fundamento de la injusticia, que los jueces, tribunales, abogados y todo el aparato legal estaban
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