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Resumen del libro Terremoto 76. Autor: G. Asturias Montenegro R. Gatica


Enviado por   •  2 de Agosto de 2017  •  Reseñas  •  7.618 Palabras (31 Páginas)  •  248 Visitas

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UNIVERSIDAD SAN CARLOS DE GIATEMALA. CENTRO UNIVERSITARIO DE SAN MARCOS.[pic 1]

Estudiantes        No. De Carné

Edwin Miguel Cardona Fuentes                                               201644163

Danilo Ediberto Orozco López                                                 201641356

José Alberto Estrada Orozco                                                   201641631

Trabajo: Resumen del libro Terremoto 76. Autor: G. Asturias Montenegro R. Gatica

CARRERA: P.E.M EN PEDAGIGIA Y C.C DE LA EDUCACIÓN

DOCENTE: ETIHEL OCHOA

CURSO: LENGUA Y LITERATURA.

CODIGO: 259

SECCION: "A"

TERREMOTO 76

Al filo del Terremoto

Al filo del terremoto. Sobre la marcha. Entre temblores. Y a la intemperie. Así ha sido escrito este libro. El dolor por los muertos aún está vivo. Cincuenta y cinco mil guatemaltecos todavía tienen el yeso que se les puso por las facturas producidas por el desplome de sus casas, que les cayeron encima.

Más de un millón de guatemaltecos, que se han quedado sin casa, duermen a la intemperie, pensando con pavor en la inminente llegada de la estación lluviosa. Día a día miran al cielo para ver si los azacuanes no traen ya los presagios de aguaceros tropicales.

Para su elaboración, los autores oyeron y tomaron nota de cientos de anécdotas y de sucesos. Ahora que todavía están frescos. Cuando aún no han sido estilizados. Son relatos lineales. Geométricos. Sin los rebuscamientos del barroco, al que tanto estamos acostumbrados.

Es un libro que eta escrito para que se lea hoy apasionadamente. Y mañana, para ser releído y para evocar recuerdos. Recuerdos trágicos. Porque también de la tragedia se alimenta el espíritu humano.

UN DIA CUALQUIERA DE FEBRERO

En el altiplano

En San Juan Sacatepéquez, cuatro patojos van retozando camino de la escuela de su pueblo. A veces, van caminando; pero otras corren. Uno de ellos lleva una pelota, que va haciendo rebotar en el suelo.

Juegan un rato. Discuten. Luego, se van porque ya va siendo hora de llegar a la escuela, pasan  por el parque central, frente a la iglesia de gruesos muros. En el templo de la iglesia se venera una imagen del señor en la Cruz, conocida como de la Preciosa Sangre de Cristo.

Cerca de la iglesia vive Marta García, niñera de la escuela de párvulos. A Marta le gustan los niños, sus sonrisas, sus juegos, en los que participa y hasta sus travesuras. La mayoría de los niños son morenos, de pelo y ojos negros. Para su edad, más bien bajos de estatura. La mayor parte son indígenas.

San Juan está en la parte alta de un cerro. Sus calles están empedradas, la única asfaltada es la de la carretera que llega de la capital y que, tras pasar por el pueblo, sigue hacia San Raymundo.

Los campesinos cultivan hortalizas y flores, en las montañas de los alrededores de San Juan. Las inditas bordan sus Güipiles y sus faldas. Con destreza van mezclando los hilos amarillos, los rojos y los morados.

Las montañas de los alrededores de San Juan están llenas de pinares, El clima templado, el paisaje, la proximidad a la ciudad, aconsejaron que en San Juan se establecería una colonia infantil para niños desnutridos.

En el nororiente

Aquí no hay indígenas sino ladinos. En el nororiente, los rasgos de los habitantes del altiplano se suavizan; el color de la piel, se aclara; la estatura, aumenta. Entre los niños que salen de la escuela en Zacapa se ve a muchos de pelo castaño y de ojos avellanados aun verdes. Los hombres ya no son lampiños. Muchos tienen barba poblada y andan con pistola al cinto.

Por los llanos de la Fragua corre ondulante el rio Motagua. El rio empieza pequeño, pero va creciendo al recibir a cada vuelta, un nuevo afluente. Poco a poco se va convirtiendo en río caudaloso, el valle del Motagua es estrecho en un principio, pero cuando llega a la Fragua se ensancha.

En la capital

El día llega a su fin. Febrero es un mes loco, pero ha comenzado con días apacibles, azules y frescos. En el paseo de La Reforma los zanates, que ya presienten la primavera, se alborotan y se emparejan.

La camioneta numero 14 pasa, como siempre, renqueante. Va dejando una estela de humo negro, en el asiento de atrás, roto con navaja y recosido muchas veces, dos estudiantes comentan:

-¿No oíste lo que dijeron en el programa Guate linda de la tele?

- No, vos. Decime

- Fíjate que Charadota. Que iba a haber un terremoto en Guatemala, porque se ha visto una bola de fuego rojo en el cielo. ¡Que se lo crea mi abuelita, que pasó el terremoto del 17 y aún le tiemblan las canillas!

En la 7ª. Avenida, otras parejas de que han venido a buscar el sol, la luz y la paz de Guatemala.

Llega la noche y en las casas de familia se sirve la cena. Los patojos se apuran a terminar los deberes, para seguir viendo tele un rato más. En eso la abuela recuerda: hace 58 años, por estos días, todavía estábamos todos en la calle, por los temblores, Después del terremoto, como pudimos sacamos los armarios y entre ellos, colocamos alfombras y colchas. Había mucho polvo y mucho frio. Después una epidemia de gripe, Abuela usted siempre en otra onda, replica el nieto universitario.

Guatemala está de moda y los hoteles no se dan abasto para alojar a tantos turistas que vienen a ver los antiguos templos mayas, terminados de construir los más recientes hace once siglos, los lagos, volcanes y montañas, el folklore y las telas y artesanías de los indígenas, las ruinas coloniales de la ciudad de Antigua, destruida por un terremoto.

Los turistas están en el bar. Una música suave de fondo. Suenan los cubos de hielo al chocar contra las copas. Comentarios triviales sobre la jornada. Bostezos. Miradas de un mundo donde el confort de los grandes edificios da seguridad.

A muchos kilómetros bajo tierra

Bajo el nororiente del territorio de Guatemala, corrientes de roca fundida actúan sobre la corteza terrestre, sin que nadie lo sepa ni lo sospeche.

El padre Álvaro Echarri exhorta a los fieles a la contrición, sin imaginar que gran parte del país está sobre un polvorín sísmico, que está a punto de estallar.

No lo sabe él ni lo sabe nadie. Tampoco el jefe de la estación sismológica, don José Vassaux, hombre afable y dedicado a su trabajo.

Toda aquella energía aprisionada bajo la corteza terrestre, a muchos kilómetros de profundidad de donde pasa refrescante el río Motagua, es como un resorte que ha sido comprimido. Llegará el momento, en que tendrá que saltar y al estirarse hará crujir a miles de kilómetros cuadrados.

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