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Revolucion francesa. El despotismo de la libertad: Girondinos y montañeses (1792-1793)


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2018  •  Monografías  •  2.163 Palabras (9 Páginas)  •  207 Visitas

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Soboul: la revolución francesa
El despotismo de la libertad: Girondinos y montañeses (1792-1793)

La Gironda, portavoz de la burguesía negociante, pretende defender la propiedad y la libertad económica contra las limitaciones que reclamaban los sans-culottes: reglamentación, tasación, requisa, curso forzoso del papel moneda. Los girondinos, imbuidos del sentimiento de las jerarquías sociales, sentían un rechazo instintivo ante el pueble, reservaban para su clase el monopolio gubernamental. Estigmatizando a los jacobinos y montañeses  en un llamamiento a todos los republicanos de Francia. Los montañeses, y sobre todo los jacobinos, se esforzaron por dar a la realidad nacional un contenido positivo capaz de atraer a las masas populares. El proyecto y la muerte del rey volvieron inexpiable el conflicto entre la Gironda y la Montaña al precisar los perfiles de la nueva realidad política. A la nación, identificada con la república y basada en la solidaridad reforzada entre la burguesía montañesa y el pueblo sans-culotte, la ejecución del rey no le dejó más salida que la victoria. Las derrotas de marzo de 1793, la insurrección de la Vendée y el peligro que produjo sellaron el destino de la Gironda. Las jornadas del 31 de mayo al 2 de junio de 1793, en las que las secciones parisienses eliminaron a los girondinos de la convención, presentan un doble aspecto nacional y social.

Montañeses, Jacobinos y <> (1793-94)

Mientras la montaña, prisionera ya de sus contradicciones, vacilaba, las masas populares, impulsadas por sus necesidades y sus odios, imponían las grandes medidas de salvación pública, la primera de las cuales fue, el 23 de agosto de 1793, el levantamiento en masa. Un gobierno revolucionario pareció indispensable para disciplinar la presión popular y mantener la alianza con la burguesía, que era la única que podía propiciar los cuadros necesarios. Sobre esta doble base social, sans-culottes y burguesía montañesa y jacobina, el gobierno revolucionario fue organizándose pieza por pieza de julio a diciembre de 1793: sus dirigentes más clarividentes intentaron salvaguardar a cualquier precio la unidad revolucionaria del antiguo tercer estado, es decir, la unidad nacional.
La presión popular se mantuvo con fuerza hasta el otoño de 179. Arrancó a la convención, a quien no le agradaban, y a sus reticentes comités, las grandes medidas revolucionarias: el 5 de septiembre, el terror se pone al orden del día; el 11 se adopta el máximo nacional de los granos, el 17 se vota la ley de los sospechosos, el 29 de septiembre, por último, se instituye el máximo general, es decir, la economía dirigida. El 6 de diciembre con la evocación solemne de la libertad de cultos, El de firmario del año II (4 de diciembre de 1793), adoptó el decreto de constitución de gobierno revolucionario. La lógica de los acontecimientos llevaba a reconstruir la centralización, a restablecer la estabilidad administrativa, a reforzar la autoridad gubernamental. Todas ellas condiciones necesarias para esa victoria tan perseguida por el comité de Salvación Pública. Pero se había acabado la libertad de acción del movimiento popular.  Al subordinado todo a las exigencias de la defensa nacional, el Comité de Salvación Pública pretendía no ceder ni a las reivindicaciones de las masas a expensas de la unidad revolucionaria, ni a las reclamaciones de la burguesía moderada a expensas de la economía dirigida necesaria para sostener la guerra o a expensas del Terror que le garantizaba la obediencia de todos. Danton había apoyado a Robespierre contra los   descristianizadores, no sin segundas intenciones: se trataba de aflojar los resortes del gobierno revolucionario. La política “indulgente” de Danton se oponía en todos los puntos al programa popular apoyado por Hébert y sus amigos cordeleros: terror extremo, máximo aumentado, guerra a ultranza.

Grandeza y contradicciones de la República del año II: Tendencias sociales y prácticas políticas del movimiento popular.
De junio al invierno del año 1793, el movimiento de la sans-culloterie había permitido la consolidación del gobierno revolucionario y la estabilización de la dictadura jacobina de salvación pública, al mismo tiempo  que imponía a una convención, reacia unas medidas destinadas a mejorar la suerte de las masas. Sin duda no hay que excluir otros móviles del comportamiento popular: el odio hacia la nobleza, la creencia en el complot aristocrático, la voluntad  de acabar con el privilegio y establecer la igualdad real de derechos, En última instancia se reducen a la exigencia del plan cotidiano, a la que se unió confusamente, en muchos casos, la reivindicación política. El comportamiento terrorista estaba indisolublemente ligado a la reivindicación social.
Las tendencias políticas de la sans-culotterie se oponían igualmente a las concepciones burguesas. La soberanía reside en el pueblo: de ese principio se deriva todo el comportamiento político de los militantes populares, para quienes se trata no de una abstracción sino de la realidad concreta del pueblo reunido en sus asambleas de sección y en ejercicio de todos sus derechos; los más conscientes tendían al gobierno directo. En materia legislativa reivindicaban, llegado el caso, la sanción de las leyes por el pueblo.  
El pueblo, legislador soberano, es también juez soberano: cuando las masacres de septiembre de 1792, se organizaron tribunales populares. El poder de las armas constituía, por último, un atributo esencial de la soberanía: el pueblo debe estar armado, en el año III, el desarme de los militantes seccionarios simbolizó su caída política. El pueblo en armas y recuperando el ejercicio de sus derechos mediante la insurrección: aplicación extrema del principio de soberanía popular. El pueblo manifestó con la insurrección su omnipotencia soberana y delegó de nuevo el ejercicio de la soberanía a sus mandatarios revestidos de su confianza: así ocurrió el 2 de Junio de 1793. De todas las instituciones seccionarías, los comités revolucionarios son los que mejor simbolizan el poder popular.
Gobierno revolucionario y dictadura jacobina
La Convención “único centro impulsor del gobierno”. Los comités gobiernan bajo su control. De hecho, sólo dos ejercen efectivamente el poder: El comité de Salvación pública, “en el centro de la ejecución”, “se reserva el pensamiento del gobierno, propone a la convención nacionales medidas principales”, y el comité de Seguridad general que tiene “bajo su inspección concreta todo lo relativo a las personas y a la policía en general.” El gobierno revolucionario es un gobierno de guerra: “la revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos”. Su objetivo es el de cimentar la república: después de la victoria volverá al gobierno constitucional, “régimen de libertad victoriosa y pacífica”.
El gobierno, por lo tanto, tiene en sus manos la fuerza coercitiva, es decir, el terror.
La virtud, “principio fundamental del gobierno democrático o popular”, constituye la garantía de que el gobierno revolucionario no se orientará hacia el despotismo. La virtud, “es decir, según Robespierre, el amor a la patria y por sus leyes”, “la entrega, magnánima que funde todos los intereses particulares en el interés general”.
El terror constituye un medio de defensa nacional y revolucionaria. Manifiesta, frente al complot aristocrático siempre renaciente, la reacción defensiva y la voluntad de ese momento estarán disciplinadas por la ley y controladas por el gobierno.
La maquinaria revolucionaria se perfeccionó, pero al servicio solamente del gobierno.
Los jacobinos, reclutados en las capas de la burguesía media, frecuentemente compradoras de bienes nacionales, son los hombres de la resistencia: frente a todos los peligros conjugados intentan conservar las conquistas políticas del 1789; con ese fin se aliaron el pueblo sans-culotte. Como partidarios que eran del liberalismo económico, aceptaron la reglamentación y la tasación como una medida de guerra y como una concesión a las reivindicaciones populares. El jacobinismo, que caracterizó la teoría  y la práctica del gobierno revolucionario. Los jacobinos consideraban que la libertad y la igualdad constituyen las características de una sociedad concebida racionalmente.
La imposible república igualitaria: Cese y declive del movimiento popular (primavera de 1794)
El momento pareció propicio a los patriotas decididos, cordeleros a la cabeza. Para una acción que les desembarazaría de los moderados e impondría su triunfo en los comités de gobierno y en la convención. El 14 de ventoso del año II (4 de marzo de 1794) los cordeleros proclamaron la necesidad  de una santa insurrección: en su espíritu, probablemente una simple manifestación de masas. No les siguieron. Pero su intento dio ocasión al gobierno revolucionario para salir del inmovilismo: se desembarazó de la doble oposición, primero liquidando a los cordeleros (24 de marzo de 1795), después volviéndose hacia los indulgentes, guillotinados el 5 de abril. El drama de germinal fue decisivo. La evolución se precipitó. Al ver condenar al Pére Duchesne y a los cordeleros que tenían audiencia y expresaban sus aspiraciones, los sans-culottes dudaron del gobierno revolucionario. En vano Danton fue también ejecutado. El gobierno revolucionario, que salió ganando, emprendió un amplio esfuerzo de regularización de las instituciones y de unificación de las fuerzas políticas.
De germinal a mesidor se acentuó  la centralización: con la supresión de seis ministros del consejo ejecutivo provisional y su sustitución, el 1° de abril de 1794, por doce comisiones ejecutivas subordinadas al comité de salvación pública; con la nueva llamada a los representantes en misión, el 19 de abril, pues el comité prefirió utilizar a sus propios agentes. El terror se aceleró por la ley de 22 de pradial del año II (10 de junio de 1794) Pero lo que el gobierno ganaba en fuerza coercitiva lo perdía en apoyo confiado y su base social se reducía peligrosamente.
Caída del gobierno revolucionario y fin del movimiento popular (terminador año II- pradial año III)
Caído Robespierre, el gobierno revolucionario no le sobrevivió. Empezó a desmantelarse en el verano de 1794, en particular por el decreto de 7 de fructidor del año II (24 de agosto de 1794) que puso fin a la concentración gubernamental. El abandono del Terror fue a la par y así la fuerza coactiva desapareció con los demás resortes revolucionarios, se abrieron las cárceles. El club de los jacobinos fue disuelto en brumario del año III (13 de noviembre de 1794) .No puede olvidarse que la revolución francesa fue básicamente una lucha del conjunto del tercer estado contra la aristocracia europea. En esta lucha la burguesía llevaba la voz cantante. En lo esencial, odio a la aristocracia y voluntad de victoria, los sans-culottes estaban de acuerdo con la burguesía revolucionaria: siempre se quedaron en eso, de modo que el 13 de vendimiario (5 de octubre de 1795) y el 18 fructidor (4 de septiembre de 1797) ahogando su legitimo rencor, los más conscientes todavía ayudaron a la burguesía termidora a aplastar la contrarrevolución.
En el plano político la guerra exigía un gobierno autoritario y los sans-culottes tuvieron conciencia de ello, ya que contribuyeron a su formación. Pero la guerra y sus necesidades entraron rápidamente en contradicción con la democracia que montañeses y sans-culottes invocaban por igual pero en sentidos distintos. Los sans-culottes habían reclamado un gobierno fuerte que aplastara a la aristocracia: no se habían dado cuenta de que, en su voluntad de vencer, ese gobierno les obligaría a obedecer. Sobre todo la democracia, tal como ellos la practicaban, tendía espontáneamente hacia el gobierno directo. Control de los elegidos, derecho para el pueblo de revocar su mandato, voto en voz alta o por aclamación: este comportamiento político se oponía irremediablemente a la idea de una democracia liberal y representativa defendida por la burguesía montañesa. Más que enfrentamiento circunstancial, había en este terreno una contradicción fundamental.
En el plano económico y social la contradicción no era menos insuperable. Partidarios de la economía liberal, los hombres del gobierno revolucionario, Robespierre el primero, sólo aceptaron la economía dirigida porque no podían prescindir de la tasación y la requisa para mantener una gran guerra nacional: los sans-culottes, al imponer el máximo general, pensaban mucho más también en su propia subsistencia. La revolución, por democrática que se hubiera vuelto, no dejaba de ser burguesa: el gobierno revolucionario tasó tanto los salarios como los productos, para mantener el equilibrio entre los jefes de empresa y asalariados. La economía dirigida del año II al no reposar sobre una base de clase, estaba en falso: después del 9 de termidor el edificio se hundió.
Los antagonismos  entre la dictadura jacobina y movimiento popular no eran los únicos: las contradicciones propias de la sans-culotterie llevaban en germen la ruina del sistema del año II. Los sans-culottes no constituían una clase, ni su movimiento un partido de clase. Artesanos y tenderos, obreros y jornaleros, formaron con una minoría burguesa, una coalición que despegó una fuerza irresistible contra la aristocracia. Pero en el seno de esta coalición se afirmó la oposición entre artesanos y tenderos, que vivían del beneficio que obtenían de la propiedad privada de los medios de producción y obreros y jornaleros, que no disponían más que de un salario. Termidor y su epilogo de pradial del año III, al arruinar la esperanza popular en una democracia igualitaria, permitieron restablecer el 1789. Pero en esas fechas, el terror, con sus terribles golpes había concluido la destrucción de la antigua sociedad y despejado el terreno para la instauración de nuevas relaciones sociales: el reino burgués de los notables podía comenzar.

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