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VERSIONES DE LA LEYENDA DE LA LLORONA

Montielowsky3215 de Mayo de 2013

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La leyenda de La Llorona

Es quizás una de las leyendas que mas rápido llegó al resto del mundo. La leyenda de la Llorona nace donde se fundó la ciudad de México, lo que hoy conocemos todos como DF, o Distrito Federal.

Se dice que existió una mujer indígena que tenía un romance con un caballero español. Fruto de esta pasión, nacieron tres niños, que la madre atendía siempre en forma devota. Cuando la joven comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la esquivaba, quizás por temor al que dirán. Dicho y hecho, un tiempo después, el hombre dejó a la joven y se casó con una dama española de alta sociedad. Cuando la mujer se enteró, dolida y totalmente desesperada, asesinó a sus tres hijos ahogándolos en un río. Luego se suicida por que claro, no soporta la culpa.

Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la joven en el río donde esto ocurrió. Luego de que México fuera establecido, comenzó un toque de queda a las once de la noche y nadie podía salir. Es desde entonces que dicen escuchar un lamento cerca de la plaza mayor, y que al ver por las ventanas para ver quien llamaba a sus hijos de forma desesperada, veían una mujer vestida enteramente de blanco, delgada y que se esfumaba en el lago de Texcoco.

Fuente: Fotoleyenda

http://www.lointeresante.com/la-leyenda-de-la-llorona

LA LLORONA 
Leyenda Mexicana del Periodo Virreinal

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México que se recogían en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico. 

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con persignarse o santiguarse, que aquellos lúgubres gemidos eran, según ellas, de ánima del otro mundo; pero fueron tantos y repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados, quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello; y primero desde las puertas entornadas, de las ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos. 

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía. 

"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, que habían sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona." 

Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular que durante más de tres centurias quedó grabada en la memoria de los habitantes de la ciudad de México y que ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras costumbres y el candor de la mujer mexicana han ido perdiéndose. 

Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona es antiquísima y se generalizó en muchos lugares de nuestro país, transformada o asociándola a crímenes pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer, parecía gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos, penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hundía en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas o se desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las tapias de un cementerio. 

La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la mitología de los antiguos mexicanos. Sahagún en su Historia (libro 1º, Cap. IV), habla de la diosa Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como una señora compuesta con unosatavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire... Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos, y los cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente". El mismo Sahagún (Lib. XI), refiere que entre muchos augurios o señales con que se anunció la Conquista de los españoles, el sexto pronóstico fue "que de noche se oyeran voces muchas veces como de una mujer que angustiada y con lloró decía: "¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de perder?". 

La tradición es, por consiguiente, remotísima; persistía a la llegada de los castellanos conquistadores y tomada ya la ciudad azteca por ellos y muerta años después doña Marina, o sea la Malinche, contaban que ésta era La Llorona, la cual venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sojuzgasen. 

"La Llorona - cuenta D. José María Roa Bárcena -, era a veces una joven enamorada, que había muerto en vísperas de casarse y traía al novio la corona de rosas blancas que no llegó a ceñirse; era otras veces la viuda que veía a llorar a sus tiernos huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del marido a quien venía a traer el ósculo de despedida que no pudo darle en su agonía; ya la desgraciada mujer, vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se aparecía para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia." 

Poco a poco, al través de los tiempos la vieja tradición de La Llorona ha ido, como decíamos, borrándose del recuerdo popular. Sólo queda memoria de ella en los fastos mitológicos de los aztecas, en las páginas de antiguas crónicas, en los pueblecillos lejanos, o en los labios de las viejas abuelitas, que intentan asustar a sus inocentes nietezuelos, diciéndoles: ¡Ahí viene La Llorona! 



Del libro: Las calles de México, Leyendas y sucedidos. Luis González Obregón

http://www.redmexicana.com/leyendas/lallorona.asp

La Llorona


Un Lamento de Cinco Siglos

by Angelica Galicia

 

Durante más de 500 años y aún en la época de los viajes espaciales y del calentamiento global, en muchas partes de México se sigue escuchando el eco de un lamento. Una mujer tezontle o cantera, lamentando la muerte de sus hijos. Vestida de blanco, con sus cabellos sueltos, esta mujer aún estremece a niños y ancianos, desde el Bajío y hasta en el sureste de México. Es la Llorona.

Esta antigua leyenda es la que todo niño mexicano sabe por boca de su abuelo o por la de algún compañero de la escuela que ha querido jugarle alguna broma. Y hasta una canción al estilo de rock’n roll refleja la manera en que seguimos conviviendo con esta mítica mujer.

La llorona es mucho más que un fantasma o una aparecida. No tiene nada qué ver con mujeres horribles de ojos sangrantes y dientes afilados. No es un ente paranormal ni una loca que inspiró una historia. La llorona es una mujer sin rostro ni edad, compendio de muchos símbolos y deidades prehispánicas. Es una mujer condenada y, al mismo tiempo, es diosa portadora de un mensaje funesto.

En “Visión de los vencidos”, libro escrito por Ángel María Garibay, se recogen los presagios que los mexicas, el imperio del México prehispánico, recibieron de sus dioses antes de la llegada de los españoles. Uno de estos presagios hace referencia a una mujer, la Cihuacóatl o mujer serpiente, que vagaba entre las amplias calles de la Gran Tenochtitlan gimiendo y lamentándose: “¡Mis muy queridos hijos, ya llega nuestra partida, ya estamos a punto de perdernos! ¡Oh, hijos míos!, ¿a dónde os llevaré?”

Curiosamente, con la conquista de los españoles, el eco de la Cihuacóatl se dispersó y en cada región se fusionó con la imagen de varias deidades femeninas: Auicanime "la necesitada, la sedienta", diosa del hambre de los tarascos de Michoacán; Xtabai, diosa del suicidio según los mayas de la Península de Yucatán; Xonaxi Queculla,"la señora de la red de carne", deidad de la muerte, del inframundo y de la lujuria entre los zapotecos, en Oaxaca[1].

Y por supuesto, surgió también la versión “colonial”, la de una hermosa y joven mujer que, rechazada por el hombre que amaba, ahogó a sus hijos y luego se suicidó. Al llegar a las puertas del cielo, Dios le preguntó por sus criaturas y ella contestó: “No lo sé, mi Señor”, así que se el envió de regreso para que los buscara.

 

Y así pasó la pobre mujer los siglos de la Colonia, los años de Independencia y la Revolución, buscando a sus hijos entre

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