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Analisis Doña Barbara

master1215 de Marzo de 2015

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Doña Bárbara.

Primera parte.

Capitulo 1

¿Con quién vamos?

Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha del rio; a bordo van dos pasajeros: bajo la toldilla, un joven vigoroso, de facciones enérgicas y expresivas que le prestan gallardía y altivez, vestido con buen gusto y a la usanza de la ciudad. El otro es un hombre inquietante, de facciones asiáticas y sombrías; va tendido fuera de la toldilla, sobre la cobija, y finge dormir, pero ni el patrón ni los palanqueros del bongo lo pierden de vista.

Es mediodía. Un sol cegante centellea en las aguas del Arauca y sobre los arboles de las orillas. El patrón y el pasajero inquietante cruzan unas palabras, y entonces Santos Luzardo el hombre que va bajo el toldo vuelve rápidamente la cabeza: ha reconocido, de pronto, aquella voz singular. Era la tercera vez que la oía desde que se puso en camino, por lo que saco en conclusión que aquel hombre venia siguiéndolo desde San Fernando.

Recordó entonces que para que el patrón del bongo accediera a llevarlo, aquel individuo había tramado un ardid: dijo que necesitaba ir hasta el paso de El Bramador, pero la calentura no le permitía sostenerse a caballo. Santos Luzardo, que no era malicioso ni desconfiado, autorizo al patrón de la embarcación para que aquel individuo subiera a bordo (pues era Santos quien pagaba el viaje). Ahora estaba arrepentido de haberlo hecho; y mirando de soslayo al desconocido se preguntaba: Que se propondrá este individuo, porque si lo habían mandado a tenderle una celada, ya se le habían presentado oportunidades. Santos Luzardo está seguro de que el asiático pertenece a la pandilla de El Miedo comandada por doña Bárbara pero para saberlo pregunta en voz alta y con toda intención al bonguero: dígame patrón ¿conoce usted esa famosa doña Bárbara de quien tantas cosas se cuentan en Apure?, los palanqueros se cruzan una mirada recelosa; el patrón responde evasivamente que él no sabe nada porque yo vivo lejos. Luzardo sonrió comprensivo; pero no quiso darse por vencido y volvió a preguntar, sin perder de vista al hombre de rasgos asiáticos: dicen que es una mujer terrible, capitana de una pandilla de bandoleros, encargados de asesinar a mansalva a cuentos intenten oponerse a sus designios.

Por toda respuesta, el que manejaba el timón hizo saltar el bongo con un movimiento brusco, y los demás palanqueros aprovecharon para cambiar de conversación. Nuevamente sonrió comprensivo Santos Luzardo; y el pasajero sospechoso murmuro una frase ambigua y siniestra, con doble intención. El capitán lo miro de pies a cabeza, pero él se hizo el desentendido. Entre tanto, el bongo atracaba para el descanso del mediodía. Saltaron a tierra. El desconocido se interno por entre la espesura del monte; Luzardo, entonces pregunto al patrón: ¿conoce usted a ese hombre? El bonguero respondió que no, porque era la primera vez que lo veía; pero sospechaba que debía ser uno a quien llamaban el brujeador, dato que fue apoyado por uno de los palanqueros. ¿Y ese brujeador, que especie de persona es? Volvió a interrogar Luzardo. Según respondió el bonguero, aquel individuo era de la peor calaña que uno podía imaginarse; era un salteador de las montañas y de allá había bajado hasta venir a parar en lo de doña Bárbara, donde ahora trabajaba, y de quien era el guardaespaldas preferido.

Además de estos datos, el bonguero le dio un consejo: que tuviera mucho cuidado con doña Bárbara, pues era una mujer que había aniquilado muchos hombres, y al que no estaba de acuerdo con sus enredos, lo embrujaba con sus brebajes o se lo amarraba a sus pretinas y hacia con él lo que se le antojaba, porque también era ducha en las brujerías. Tampoco esta mujer tenía escrúpulos en mandar asesinar a cualquier enemigo que se le atravesase, y

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