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Análisis De La Biografía De Tadeo Isidoro Cruz, De Jorge Luis Borges.

eva.pascuale15 de Mayo de 2014

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Análisis de la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, de Jorge Luis Borges.

La siguiente obra de Borges narra la historia de Tadeo Isidoro Cruz, las circunstancias de su nacimiento, su crianza en el campo, su vida como soldado y su encuentro con un personaje que lo marcaría definitivamente. Este personaje, final esperado de la obra para quien pueda significar el título, es nada más ni nada menos que Martin Fierro. En efecto, este Tadeo Isidoro no es otro que el Sargento Cruz, compañero fiel en las andanzas de aquel gaucho rebelde mutado y transmutado en la palabra de José Hernández. Cuento corto y poderoso, se vale de la característica vuelta técnica célebre de Borges, la herramienta signatura que, si se quiere, puede considerarse el hilo unidor de todos sus cuentos, hablemos del Aleph, o de las Ficciones. Esta técnica es la intertextualidad, a veces clara y explícita, como la misma existencia de Cruz en su papel de protagonista, o implícita en elementos más sutiles, en sememas ocultos a la espera de la luz reveladora. Ahora, bien, empecemos con la tarea:

“El seis de febrero de 1829, los montoneros que, hostigados ya por Lavalle, marchaban desde el Sur para incorporarse a las divisiones de López, hicieron alto en una estancia cuyo nombre ignoraban, a tres o cuatro leguas del Pergamino”.

Pequeña y concisa introducción, se vale de las fechas claras y las locaciones propias para dar un lugar y un tiempo a los sucesos venideros. No solo eso, sino que la falta de nombres expresos, la ausencia de identidades, otorgan, desde el principio, ese sentimiento de ambigüedad, la constitución de un vacío de información que, para el lector ávido, se vuelve un hueco de potenciales significaciones a llenar. Junto a la intertextualidad, podemos definir esto como otra de las signaturas propias de la intelectualidad borgiana. Toda esta lexía puede enmarcarse sin problemas como un código de acción que se vale de los códigos simbólicos (Seis de febrero de 1829, Pergamino), a modo de instrumentos. La mención de las “Divisiones de López”, se torna un código cultural identificable si se poseen los conocimientos necesarios de historia.

“Hacia el alba, uno de los hombres tuvo una pesadilla tenaz: en la penumbra del galpón, el confuso grito despertó a la mujer que dormía con él”.

Una pequeña oración que sirve para agregar ese toque de misticismo infaltable en toda la literatura borgiana. Aunque a simple vista pueda parecer una catálisis común, un relleno cualquiera, la obra entera nos referirá una variedad de posibilidades con las que completar este hueco, volviendo al cuento nuestro cuento. Un código de enigma sin duda, la probabilidad de una premonición enviada a este anónimo por capricho del destino.

“Nadie sabe lo que soñó, pues al otro día, a las cuatro, los montoneros fueron desbaratados por la caballería de Suárez y la persecución duró nueve leguas, hasta los pajonales ya lóbregos, y el hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil”.

El enigma abierto en la lexía anterior parece determinado, aquí, a perecer como un sinsentido. Nuevamente, los códigos culturales marcan su presencia en “La caballería de Suárez”, “Perú”, “Brasil” y “Montoneros”. La frase final, “… El hombre pereció en una zanja, partido el cráneo por un sable de las guerras del Perú y del Brasil”, refleja no la poca importancia de este desconocido en la historia, sino la irrelevancia de su identidad, espejada en la muerte simple y común que le sobrevino a manos de otro desconocido como él. Dos hombres que llevaron a cabo su papel en la planificación universal de la Historia.

“La mujer se llamaba Isidora Cruz; el hijo que tuvo recibió el nombre de Tadeo Isidoro.”

La oración final del primer párrafo, corta, concisa y necesaria, pues no solo aquí se hace la primera mención del personaje principal de la obra, sino que, al concedérsele un nombre, se lo destaca por sobre todos los demás, se lo despoja de esa ambigüedad que le da José Hernández, y se lo rescata de un segundo nivel para llevarlo a un plano principal. Código de acción sumamente importante.

“Mi propósito no es repetir su historia. De los días y noches que la componen, sólo me interesa una noche; del resto no referiré sino lo indispensable para que esa noche se entienda.”

La aclaración del propósito de la obra, que no es narrar una historia con una introducción, un nudo y un desenlace, sino describir un momento decisivo que se manifiesta como el verdadero núcleo del cuento, el destino al que sirve y la razón por la que fue creado. Los datos que se proporcionen, además, estarán todos conectados y permitirán la mejor comprensión de ese momento.

“La aventura consta en un libro insigne; es decir, en un libro cuya materia puede ser todo para todos (1 Corintios 9:22), pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones.”

Una intertextualidad que puede interpretarse como la mención subyacente a la obra-fuente de este cuento, que es el Martin Fierro, y a la vez constituye un código cultural, por la misma referencia. Partiendo de esta intertextualidad, Borges alude a la potencialidad de su materia para derivar en innumerables significaciones a través de los tiempos, con la frase “… pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversiones”. Aquí se vuelve interesante la presencia de otro código cultural, una segunda intertextualidad enlazada a la primera, que es la cita a un pasaje del libro de Corintios, el cual reza: “A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles; a todos me he hecho todo, para que por todos los medios salve a algunos”. Realza la posición del Martin Fierro como una sustancia central sobre la cual la mente crítica puede realizar su tarea de desglosar y re significar. Finalmente, se le atribuye una capacidad de transformación del pensamiento, una especie de revelación de la conducta humana que viene a funcionar a modo de “Salvación”, quizás de sí misma, ya que para todos se ha hecho todo, para que por todos los medio salve a algunos.

“Quienes han comentado, y son muchos, la historia de Tadeo Isidoro, destacan el influjo de la llanura sobre su formación, pero gauchos idénticos a él nacieron y murieron en las selváticas riberas del Paraná y en las cuchillas orientales. Vivió, eso sí, en un mundo de barbarie monótona. Cuando, en 1874, murió de una viruela negra, no había visto jamás una montaña ni un pico de gas ni un molino. Tampoco una ciudad.”

Aquí se menciona el papel de Cruz como tema estudiado por cantidad de sujetos, los cuales hacen mención de la influencia que tuvo su ámbito de crianza en su formación como persona. Se encuentra por debajo otro código cultural mezclado con uno simbólico, y más oculto aún, un código de significación. El primero hace referencia a las descripciones de los sitios que vieron el crecimiento de Isidoro: La llanura, las riberas y las cuchillas orientales, que en su ser son indicios de espacio y requieren de los conocimientos pertinentes de geografía. El segundo, que con facilidad pasa desapercibido al ojo, es el efecto que estos lugares crean, la significación que tierras tan desoladas y páramos tan hostiles y salvajes pueden concederse cuando uno observa la figura del gaucho, la figura de Cruz. No obstante, el narrador replica a esto diciendo que otros gauchos se han criado en las mismas condiciones, más no lo hace para minimizarlo, sino para, por medio de la objeción, afirmar que hay algo en Cruz que lo distingue de todos ellos, algo que está lejos de ser consecuencia de las tierras en las que cazó y luchó. Concede, en última instancia, la afirmación de que vivió en la barbarie típica que se asemeja a la de otros gauchos, y que el último de sus días le llegó sin que haya visto él una montaña, un molino, o una ciudad.

“En 1849, fue a Buenos Aires con una tropa del establecimiento de Francisco Xavier Acevedo; los troperos entraron en la ciudad para vaciar el cinto: Cruz, receloso, no salió de una fonda en el vecindario de los corrales. Pasó ahí muchos días, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba y recogiéndose a la oración.”

Nuevamente los códigos de referencia cultural, marcados en las presencias de Francisco Xavier Acevedo. Pero este queda en segundo lugar, pues la principal motivación de esta lexía es mostrar el recelo que el personaje de Cruz siente por todo aquello ajeno a los llanos. Una reclusión del resto del mundo, tal vez por la incapacidad de adaptarse a lo nuevo y temible.

“Comprendió (más allá de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenía que ver con él la ciudad.”

La revelación, la última confirmación de la naturaleza solitaria del gaucho, que trasciende lo emocional o lo racional. Aquí no hay un entendimiento que se valga de la inteligencia, más se presenta en forma de naturaleza, la condición del ser que no necesita reflexionarse a sí mismo para comprender sus aspectos y limitaciones.

“Uno de los peones, borracho, se burló de él. Cruz no le replicó, pero en las noches del regreso, junto al fogón, el otro menudeaba las burlas, y entonces Cruz (que antes no había demostrado rencor, ni siquiera disgusto) lo tendió de una puñalada Prófugo, hubo de guarecerse en un fachinal: noches después, el grito de un chajá le advirtió que lo había cercado la policía.”

Código de acción que marca el principio de las peripecias que cambiarían la naturaleza de este ser que anteriormente mencionamos. Sería más correcto decir que lo tapa, lo oculta. Es interesante como con las palabras remarca la frialdad del personaje, que

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