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Breve semblanza de un vampiro


Enviado por   •  11 de Junio de 2021  •  Reseñas  •  546 Palabras (3 Páginas)  •  121 Visitas

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Ramírez González Rodolfo

Semiótica de la arquitectura

Documento de investigación

Profesor: Arq. Antonio Mora Ramírez

Obra: Breve semblanza de un vampiro

Autor: Manuel Rodríguez Lozano

Como participante de un periodo en que el arte mexicano buscó alejarse del trance revolucionario, Manuel Rodríguez Lozano reinventó constantemente su ideario estético con una capacidad única para manipular la perturbación de todo, eso que algunos llaman perversidad. Esta es la breve semblanza de un vampiro, un artista que creó sus propios símbolos del deseo, la luminosidad y, por qué no, la redención 


Una silueta oscurecida dice su nombre: Manuel Rodríguez Lozano, y el sonido de su voz arrastra ecos de otros nombres. Al decir su nombre se alumbra, despierta, por así decirlo: la silueta se corporiza, se apersona, adquiere movimiento, quiere ser vista, quiere ser contada: quiere ser en nuestros ojos. Se muestra, muestra sobre todo su rostro, se aperfila, luego se nos enfrenta, se exhibe, y al hacerlo parece que dijera: “Este es mi reino”. De súbito, extiende las manos hacia su costado derecho y aparece un lienzo blanco que se incrusta en el aire y en el que empieza a dibujar y a pintar. Y la nada del lienzo se llena con la forma, y Rodríguez Lozano se vuelca con materia de colores que fluye de sus dedos, la continuidad del tiempo se anula, se condensa y luego quiere volar, y al querer hacerlo se revela, expira: emerge sobre el lienzo un rostro, una cabeza, unos hombros, un hombre. Y detrás de él: un paisaje, cezanniano por la pincelada, que abarca casas, torres de iglesia, la esquina de una calle, árboles. El hombre pintado por Manuel Rodríguez Lozano lleva puesta corbata y una gabardina con cuello alzado. La piel de su cara recibe –¿o exhuda?– una luz rojiza anaranjada. Su mirada es taciturna, y la tristeza que transmite pareciera ser el único sostén del rostro. La mirada ha sido pintada, atrapada, en el instante mismo en que los ojos empiezan a guarecer nubes, nubes que se antojan llanto suspendido, llanto crucificado en la superficie, tumba del tiempo. Es la mirada que precede al desbordamiento. Todo aquí es ya crepúsculo, y sin embargo la pintura es también una pieza que se quisiera feliz, y lo es en su composición colorística, en su emerger. El cuadro quisiera convencernos de que nos ve de frente. ¿Será por ese aire draculiano que permea el rostro que aparece en él? De hecho, cualquier espectador al observarlo podría sentirse asaltado por una intención hipnótica, y evocar la palabra vampiro y a su representante cinematográfico por antonomasia: el actor Bela Lugosi. ¿A quién mira? No, no a nosotros. A él, a su autor. ¿En qué lugar se halla? El paisaje concordaría muy bien con alguna población literaturizada o cinematografiada para un drama romántico. ¿Y si fuera un pedacito de El Oro, el pueblo de origen de Abraham Ángel, el pintor discípulo y amante de Manuel Rodríguez Lozano que muriera a finales de octubre de 1924 a los 19 años de edad? Rodríguez Lozano firma y data su cuadro: Yo, nombre, y debajo: 924. Ha terminado, se aparta del cuadro, se sacude las manos; enseguida, lo observa: el cuadro de su amor yo, el cuadro de él. Él es el cuadro. Un autorretrato.

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