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COLUMNA DE HIERRO


Enviado por   •  7 de Diciembre de 2011  •  376 Palabras (2 Páginas)  •  979 Visitas

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COLUMNA DE HIERRO

Hay una nostalgia palpable en toda la extensión de esta novela. La vida de Cicerón, en todo caso, esta plagada horrorosas tragedias y triunfos espectaculares. Hombre simple, pero uno de los más grandes oradores de la historia. Consagró su vida al juego político de Roma, sacrificando quizás demasiado en el proceso. El personaje, Marco Tulio Cicerón, es sin duda apasionante, la ambientación, justo en los últimos días de la republica, casi obsequia cientos de posibilidades. La autora pinta el escenario con maestría y al personaje con genialidad. Y sin embargo, algo no está bien. Es una sensación que invade al lector cuando han pasado las primeras páginas. De esta forma, culparía al tono melancólico, casi derrotista, que absorbe cualquier intento por trasmitir otra emoción menos sobrecogedora. Peor aún, cuando la posibilidad de explotar estas está. Por otro lado, Cicerón, que quizás podía alardear de una gran reputación y un sentido del honor envidiable, se vería como un mojigato retrogrado si leyera este escrito. La idealización del personaje es vergonzosamente obvia. También se ignora otro rasgo del gran orador que, para muchos otros autores es indiscutible, su egocentrismo.

Hay una nostalgia palpable en toda la extensión de esta novela. La vida de Cicerón, en todo caso, esta plagada horrorosas tragedias y triunfos espectaculares. Hombre simple, pero uno de los más grandes oradores de la historia. Consagró su vida al juego político de Roma, sacrificando quizás demasiado en el proceso. El personaje, Marco Tulio Cicerón, es sin duda apasionante, la ambientación, justo en los últimos días de la republica, casi obsequia cientos de posibilidades. La autora pinta el escenario con maestría y al personaje con genialidad. Y sin embargo, algo no está bien. Es una sensación que invade al lector cuando han pasado las primeras páginas. De esta forma, culparía al tono melancólico, casi derrotista, que absorbe cualquier intento por trasmitir otra emoción menos sobrecogedora. Peor aún, cuando la posibilidad de explotar estas está. Por otro lado, Cicerón, que quizás podía alardear de una gran reputación y un sentido del honor envidiable, se vería como un mojigato retrogrado si leyera este escrito. La idealización del personaje es vergonzosamente obvia. También se ignora otro rasgo del gran orador que, para muchos otros autores es indiscutible, su egocentrismo.

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