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Columna De Hierro


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2011  •  1.631 Palabras (7 Páginas)  •  996 Visitas

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Cualquier parecido entre la República de Roma y la de Estados Unidos

de América es puramente histórico, así como la similitud de la

antigua Roma con el mundo moderno.

Aquel gran romano, Marco Tulio Cicerón, fue un personaje

polifacético: poeta, orador, amante, patriota, politico, esposo y padre;

amigo, autor, abogado, hermano e hijo, moralista y filósofo. Sobre cada

una de estas facetas de su personalidad se podría escribir un libro. Sus

cartas a su editor y más caro amigo, Ático, conforman muchos de los libros

de la Biblioteca del Vaticano, así como de otras grandes bibliotecas

del mundo. Sólo su vida de político podría llenar una biblioteca y ha sido

llamado el Más Grande Abogado. Sus propios libros son voluminosos y

tocan temas referentes a la ley, la ancianidad, el deber, el consuelo, la

moral, etc. Sólo su vida familiar ya merecería una novela. Aunque era un

romano escéptico, era también muy devoto, un místico y un filósofo, que

finalmente fue nombrado miembro del Consejo de Augures de Roma y

fue tenido en gran estima por el sabio Colegio de Pontífices. Su actuación

como cónsul de Roma (un cargo parecido al de presidente de Estados

Unidos) ya daría lugar a un grueso volumen sin necesidad de referirse a

su cargo de senador. Sus casos judiciales son famosos. Sus Orationes

constituyen muchos volúmenes. Durante dos mil años los patriotas han

citado sus libros con referencia a los deberes del hombre para con Dios y

la patria, especialmente el De Republica. La correspondencia que intercambió

con el historiador Salustio podría llenar varios tomos (Biblioteca

del Vaticano y otras famosas bibliotecas). Al final de este libro se incluye

una bibliografía.

Sus cartas a Julio César revelan su naturaleza afable y conciliadora; su

buen humor y a veces su irascibilidad y lo bien que conocía el extraño,

sutil, festivo y poderoso temperamento de aquél, por no citar sus

extravíos. Aunque eran de naturaleza tan diferente, como los

«géminis»1, según dijo Julio César una vez, éste raramente logró engañarle,

¡a pesar de que lo intentó! «Sólo confío en ti en Roma», le confesó

Julio en una ocasión. Ambos se estimaron a su manera, con precaución,

cautela, carcajadas, rabia y devoción. Su relación es un tema fascinante.

El más caro y devoto amigo de Cicerón fue su editor Ático, y su correspondencia,

que abarca miles de cartas a lo largo de toda su vida, es

conmovedora, reveladora, tierna, desesperanzadora y engorrosa. Ático

escribía con frecuencia que Cicerón no sería apreciado en su época, «pero

edades aún por nacer serán las receptoras de tu sabiduría y todo lo que

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has dicho y escrito será una advertencia para naciones aún desconocidas

». Sus numerosas visiones sobre el terrible futuro (el que ahora afrontamos

en el mundo moderno) las describe en sus cartas a Ático. Estaba

muy interesado en la teología y filosofía judaicas, conociendo muy bien a

los profetas y las profecías sobre el Mesías que había de venir, siendo

además adorador del Dios desconocido. Anheló ver la Encarnación profetizada

por el rey David, Isaías y otros grandes profetas de Israel, y su

visión del fin del mundo, que figura en los capítulos primero y segundo

de Joel (versión del rey Jaime) y Sofonías (versión de Douay-Challoner),

es mencionada en una de sus cartas a Ático (Biblioteca del Vaticano) y,

por cierto, describe al mundo en un holocausto nuclear. Su última carta,

escrita poco antes de su muerte, es de lo más movida y relata a Ático su

sueño de la visión de la Mano de Dios.

Cicerón se sintió particularmente impresionado por el hecho de que en

todas las religiones, incluyendo la hindú, la griega, la egipcia y la israelita,

existe la profecía de un Mesías y de la encarnación de Dios como

hombre. Se sintió tan fascinado y esperanzado que en muchas de sus cartas

especula sobre el Advenimiento y deseó, sobre todas las cosas, vivir

todavía cuando eso ocurriera. Su amigo judío (cuyo nombre no men-ciona,

pero a quien yo llamo Noë ben Joel) es citado con frecuencia en sus

cartas a varios amigos y se sintió muy atraído por el famoso actor judeoromano

Roscio, padre del teatro moderno, sobre quien se podría escribir

otro libro.

Odió y temió al militarismo y fue un hombre pacífico en un mundo

que no conoció ni conocería la paz. Sus relaciones con Pompeyo, el gran

soldado, fueron tempestuosas, porque recelaba del militarismo de Pompeyo,

aunque honraba su conservadurismo y procuró su exilio cuando César

marchó

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