Castellano
IsaGriman23 de Febrero de 2015
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De cómo Panchito Mandefuá
fue a cenar
con el Niño Jesús
por José Rafael Pocaterra
Especial de Navidad
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Especial de Navidad La artillería del pensamiento Especial de Navidad
A
I
ti que esta noche irás a sentarte a la mesa de los tuyos,
rodeado
de
tus
hijos,
sanos
y
gordos,
al
lado
de
tu
mujer
que
se
siente
feliz
de
tenerte
en casa
para
la
cena
de
Navidad;
a ti
que
tendrás
a las
doce
de
esta
noche un puesto en el banquete familiar, y un pedazo de pastel y
una hallaca y una copa de excelente vino y una taza de café y un
excelente “Hoyo de Monterrey”, regalo especial
de
tu
excelente
vicio;
a ti
que
eres
relativamente
feliz
durante
esta
velada,
bien instalado en el almacén
y en la vida,
te
dedico
este
cuento
de
Navidad,
este
cuento
feo e insignificante, de Panchito Mandefuá, granuja billetero, nacido
de
cualquiera
con
cualquiera
en
plena
alcabala,
chiquillo
astroso
a
quien
el Niño
Dios
invitó
a cenar.
C
II
omo una flor de callejón, por gracia de Dios no fue
palúdico, ni zambo, ni triste; abrióse a correr un buen
día calle abajo, calle arriba, con una desvergüenza
fuerte de nueve años, un fajo de billetes aceitosos, y
un paltó de casimir indefinible que le daba por las corvas y que
era su magnífico macferland de bolsillos profundos, con bolsillito
pequeño para los cigarrillos, que era su orgullo, y que le abrigaba
en las noches del enero frío y en los días de lluvia hasta cerca de la
madrugada, cuando los puestos de los tostaderos son como faros
bienhechores en el mar de niebla, de frío y de hambre que rodea
por todas partes, en la soledad de las calles, al pobre hamponcillo
caraqueño. Hasta cerca de medianoche, después de hacer por la
mañana la correría de San Jacinto y del Pasaje y el lance de doce a
una en la puerta de los hoteles, frente a los teatros o por el bulevar
del Capitolio, gritaba chillón, desvergonzado, optimista:
-Aquí lo cargoooo… El tres mil seiscientos setenta y cuatro; el que
no falla nunca ni fallando, ¡archipetaquiremandefuá...!
El día bueno, de tres billetes y décimos, Panchito se daba una hartada
de
frutas;
pero cuando
sonaban
las
doce
y sólo-
después
de
soportar
empellones,
palabras
soeces;
agrios
rechazos
de
hombres
fornidos
que
tomaron
ron-
contaba
en la mugre
del
bolsillo
catorce
o
dieciseís
centavos
por
pedacitos
vendidos,
Panchito
metíase
a
socialista,
le
ponía
letra
escandalosa
a “La
Maquinita”
y aprovechaba
el
ruido
de
una
carreta
o
el
estruendo
de
un
auto
para
gritar
La artillería del pensamiento
obscenidades graciosísimas contra los transeúntes o el carruaje del
general Matos o de otro cualquiera de esos potentados que invaden
la calle
con
un
automóvil
enorme
entre
un
alarido
de
cornetas
y
una
hediondez
de
gasolina…;
y terminaba
desahogándose
con
un
tremendo
“mandefuá”
donde
el muy
granuja
encerraba
como
en
una
fórmula
anarquista
todas
sus
protestas
al
ver,
cómo
él decía,
las
caraotas
en aeroplano.
Quiso
vender
periódicos,
pero
no
resultaba;
los
encargados
le
quitaron
la venta:
le
ponía
“mandefuá”
a las
más
graves
noticias
de
la
guerra,
a las
necrologías,
a los
pesares
públicos:
-Mira
hijito
-le
dijeron-
mejor
es
que
no
saques
el periódico,
tú
eres
muy
“mandefuá”.
T
III
uvo, pues, Panchito su hermoso apellido Mandefuá,
obra
de
él
mismo,
cosa
esta
última
que
desdichadamente
no
todos
son
capaces
de
obtener,
y
él llevaba aquel Mandefuá con
tanto orgullo como Felipe,
Duque de Orleans,
usaba el apelativo
de igualdad en los días
un poco turbios de la
Convención, cuando el exceso de apellidos podía traer consecuencias
desagradables.
Pero
Panchito
era
menos
ambicioso
que
el Duque
y bastándole
su
“medio
real
podrido”-como
gritaba
desdeñosamente
tirándoles
a los
demás
de
la blusa
o pellízcándoles
los
fondillos
en las
gazaperas
del
Metropolitano.
-Una
grada
para
muchacho,
bien
“mandefuá”
¡De
sus
placeres
más
refinados
era
el irse
a la una
del
día,
rasero
con
la
estrecha
sombra
de
las
fachadas,
y
situarse
perfectamente
bajo
la
oreja
de
un
transeúnte
gordo,
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Especial de Navidad La artillería del pensamiento Especial de Navidad
acompasado, pacífico; uno de esos directores
de
ministerio
que
llevan
muchos
paqueti-
tos, un aguacate y que bajan a almorzar en el sopor bovino del
aperitivo:
-¡El mil setecientos cuarenta y siete “mandefuá”!
-Granuja atrevido!
Y Panchito, escapando por la próxima boca-
calle, impertérrito:
-¡Ese es el premiado, no se caliente mayoral!
El título de mayoral lo empleaba ora en estilo
epigramático,
ora
en estilo
elevado,
ora
como
honrosa
designación
para
los
doctores
y generales del interior a quienes les metía su numeroso archipetaquiremandefuá.
Y
con
su vocablo
favorito,
que
era
penegírico,
ironía,
apelativo
–todo
a un
tiempo–,
una
locha
de
frito
y
un
centavo
de
cigarros
de
a
puño
comprado
en los kioskos
del mercado, Panchito iba a terminar la velada en el Metro con
“Los Misterios de Nueva York”; chillando como un condenado
cuando la banda apresaba a Gamesson o advirtiéndole
a un
descuidado
personaje
que
por
detrás
le estaba apuntando un apache con una pistola o que el leal perro
del comandante Patouche tenía el documento escondido en el
collar. Indudablemente era una autoridad en materia de cinematógrafo
y tenía
orgullo
de
expresarlo
entre
sus
compañeros,
los
otros
granujas:
-Mire,
vale,
para
que
a mí
me
guste
una
película
tiene
que
ser
muy
crema.
P
IV
anchito iba una tarde calle arriba pregonando un número
“premiado” como si lo estuviese viendo en una bolita…
Detúvose en una rueda de chicos después de haber tirado
de la pata a un oso de dril que estaba en una tienda del
pasaje y contemplando una vidriera donde se exhibían aeroplanos,
barcos, una caja de soldados, algunos diávolos, un
...