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Enviado por   •  16 de Marzo de 2015  •  849 Palabras (4 Páginas)  •  114 Visitas

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MISTERIO DE LAS FLORES EN LA CABEZA

En la definición encontramos que para la mayoría de docentes su trabajo se resume en enseñar, trasmitir conocimientos o verdades a sus estudiantes, tratar de descubrir con ellos el saber que está a su alcance.

De lo anterior, aclaro que no estoy totalmente de acuerdo con el hecho de que solo sea enseñar, lo que sucede es que hace falta algo que también es esencial en el trabajo del maestro, y es el aprender. Todos nuestros alumnos ya sea en pequeñas o grandes dosis de enseñanzas nos trasmiten realidades tan diversas que conforman en nosotros diferentes puntos de conocimiento, y en última instancia se vuelven tan valiosos para el diario vivir que es necesario adquirirlos.

Cuando el maestro encara en el aula una realidad de desórdenes sociales, delincuencia, violencia, como en la I.E.D. de la Paz tiene la posibilidad de encontrarse con estudiantes que le enseñarán mucho acerca de la vida, debido a lo inmersos que están en esas realidades y la cantidad de experiencias que afrontan día a día en relación con ello.

Inevitablemente cualquier maestro que experimente esas realidades se sentirá aún más cercano a sus estudiantes y desde ahí sabrá cuáles serán las mejores herramientas que podrá utilizar para aprender y desaprender aptitudes, comportamientos y conceptos nuevos o allegados en sus estudiantes.

La experiencia de ser maestros en instituciones como la antes nombrada, dan la posibilidad de asemejar lo vivido con metáforas que pueden expresar mejor lo que puede decirse acerca de convivir con estudiantes de población vulnerable.

En palabras más comprensibles, pretendo expresar mis recuerdos vividos de una forma maquillada y expresiva, que permita ver la importancia de aprender y enseñar a personas diferentes con realidades difíciles.

En cierta ocasión, en la que estaba esperando a los estudiantes para iniciar las clases, una niña, que no recuerdo fuese estudiante de mi salón, entró descomplicadamente al aula y puso en mi cabeza la flor que traía en la mano, se sentó y estuvo así todo el trascurso de la jornada, cuando ésta acabó, quitó la flor de mi cabeza y se fue sin decir nada más que… “Adiós profe”.

Terminando de asimilar todo, al día siguiente esperé a la niña de la flor para preguntarle exactamente de qué salón era y la flor, ¿cuál fue su papel todo el tiempo en mi cabeza? Lo desanimante para mí fue saber que no se presentó ni ese día, ni el siguiente, ni el más lejano; en palabras finales, de la niña no supe más nada.

Mi cabeza durante mucho tiempo, en el trascurso de mi docencia en la escuela, se preguntó varias veces, qué pensó la niña al entrar en mi clase, la flor tendría algún significado para ella.

El hecho es que más que enseñarle a la niña, ella dejo en mí una incertidumbre que quizás no se respondería. De esa

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