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Chicas Del Alambre


Enviado por   •  24 de Marzo de 2014  •  506 Palabras (3 Páginas)  •  355 Visitas

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Aquel día me dormí.

Había estado trabajando hasta tarde, terminando un artículo no demasiado brillante sobre

la moratoria para la caza de ballenas y el hecho de que noruegos y japoneses se la pasaran

por el forro cuando les convenía. Me caen bien las ballenas. Pero el problema es que

cuando algo me afecta, pierdo la visión periodística, dejo de ser objetivo, tomo partido y

entonces... acabo escribiendo panegíricos bastante densos. Ideales para los boletines

informativos de Greenpeace o de Amnistía Internacional, pero no para una revista.

Aunque la dueña sea tu propia madre.

Por esa misma razón, ese día, al despertar a las diez de la mañana, me quedé sin aliento.

No por ser Paula Montornés la propietaria y directora de Z.I. tienes más privilegios que

los demás o puedes hacer lo que te dé la gana.

Me aseé, duché y vestí en diez minutos. Ni siquiera desayuné. Dejé mi desordenado

apartamento a la carrera —es tan pequeño que cualquier cosa fuera de sitio ya crea

sensación de desorden y caos— y llegué a la redacción pasadas las diez y media, porque

no quise saltarme ningún semáforo pese a preferir la moto por razones obvias. La primera

sonrisa de la mañana me la dirigió Elsa, sentada como siempre al frente de su mesa en

forma de media luna, debajo del logotipo de la revista inserto en la pared situada a sus

espaldas. Nos llevábamos bien. Bueno, aunque Elsa sea la recepcionista de Z.I., lo cierto

es que me llevo bien con todas las recepcionistas y telefonistas que conozco. Son la clave

para acceder a sus jefes, para que te digan si están o no están, o a qué restaurante van a ir

a comer o cenar. Ellas, y las secretarias. Un buen periodista debe saber eso.

—Buenos días, Jon —me deseó, antes de darme directamente la noticia—: Tu madre

quiere verte ya mismo.

Me olí la bronca. Mamá es de las que aterriza en la oficina a las nueve en punto. Como

un reloj.

Ella no actúa «fuera», claro. Ya no ha de tomar aviones, ni quedar con gente que vive

lejos, ni...

—¿Cuándo ha dado la orden de busca y captura?

—Hace una hora. Y la ha repetido hace veinte minutos.

Eso era mucho. Me la iba a ganar. Despedirme, no podía despedirme, pero casi.

Ni siquiera fui a mi mesa. Tampoco tenía nada para dejar en ella. Mientras caminaba en

dirección al Sacrosanto Templo Central de la casa, le dejé el disquete con el artículo a

Mariano, el Hombre Para Todo. No tuve que decirle nada. Ya lo tenía metido en el

ordenador antes de que yo diera tres pasos más.

Llamé a la puerta del despacho de mi madre y, tras abrirla, metí la cabeza, sin esperar una

respuesta procedente del interior. Ahí sí tengo privilegios. Una

...

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