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El Engaño


Enviado por   •  25 de Febrero de 2014  •  675 Palabras (3 Páginas)  •  148 Visitas

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El engaño

A la vieja casona la derrumbaron hace muchos años, también al panteón, y del bosquecillo donde se erguían no queda nada. Pero cuando yo era adolescente aún estaban allí.

Un sendero atravesaba el bosquecillo cruzando a un lado de la casa y del panteón. Antes, los ricos acostumbraban enterrar a sus parientes fallecidos en el mismo terreno donde vivían, y construían también panteones.

Mi hermano mayor y yo (él se llama Pablo) cortábamos casi todos los días por ese lugar. Lo hacíamos para ir por la sombra, y de paso tirábamos piedras a gusto con la resortera. Una tarde, al pasar frente al panteón escuchamos arañazos que sonaban en su interior. Nos miramos sorprendidos y le pregunté a mi hermano:

- ¿Qué serán esos arañazos?

- ¡Es el muerto arañando la pared! ¡Yo me voy! -y mi hermano salió corriendo, y yo salí tras él.

Como dormíamos en el mismo cuarto, durante la noche hablamos del asunto hasta muy tarde. Como él se había asustado más que yo, pretendía ahora asustarme a mí, y decía que el muerto me iba a buscar esa noche.

Durante la madrugada sentí que una mano trepaba por mi cabeza como una araña gigante. Me senté de golpe con un grito, entonces mi hermano se echó a reír: era su mano. Armamos tal alboroto que hicimos que nuestros padres se levantaran, y él, como otras veces, se las ingenió para echarme toda la culpa.

Esa vez me enfadé bastante. Pensando luego en una forma de vengarme, de demostrar que él era más miedoso que yo, se me ocurrió desafiarlo a volver a pasar al lado del panteón, y mirar hacia adentro por su ventanilla. Él dijo que aceptaba, pero solo quería engañarme.

Volvimos al lugar cuando el sol estaba bien alto. Nuevamente algo arañaba la pared desde adentro. Habíamos convenido avanzar uno al lado del otro, pero a unos tres metros del la puerta del panteón mi hermano se alejó corriendo. Mas esta vez no lo seguí; estaba empeñado en demostrar que era más valiente.

La puerta de hierro tenía una ventana pequeña. Me paré sobre la punta de los pies y miré hacia adentro. Allí estaba el causante de los ruidos; cuando me asomé giró la cabeza hacia mí. Era un mapache, uno grande. Al ver que no se trataba de nada aterrador me sentí muy aliviado.

En ese momento advertí, viendo por el rabillo del ojo, que mi hermano no había huido del todo, permanecía allí, esperando que corriera como él.

Ahora era mi turno de engañarlo. Giré hacia él, muy serio, y le dije en voz alta:

- ¡Ven, Pablo! El muerto te quiere ver también, te está señalando con el dedo.

- ¡Ni loco! -gritó Pablo, y salió corriendo

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