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El Esclavo


Enviado por   •  25 de Junio de 2012  •  18.875 Palabras (76 Páginas)  •  414 Visitas

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El esclavo Francisco del Real

Capitulo I

Cuando recuperé el sentido, me di cuenta de inmediato que algo andaba muy mal, una luz frente a mi hería mis ojos, sin que yo fuera capaz siquiera de parpadear. Intenté desviar la mirada, intenté mover los brazos para tapar mi rostro con las manos sin lograrlo, mi cuerpo entero estaba totalmente paralizado y era recorrido por dolor y frío como jamás lo había sentido.

Intenté también gritar y pedir ayuda pero todo fue inútil, algo entraba por mi boca y quemaba mi garganta a la vez que un horrible ruido lastimaba mis oídos.

Pasaron varias horas en las que lo único que ocupaba mi mente era una terrible desesperación, de la desesperación pase al terror cuando algunos pensamiento lograron filtrarse a través del dolor de mi mente, donde estoy? Que me esta pasando? Estoy muerto??

La mezcla del dolor, terror y estos pensamientos ocasionaron que perdiera el sentido. Gracias a Dios porque ya no soportaba mas… No se si pasaron horas o días para que volviera en mi. Seguía inmóvil, con los ojos completamente abiertos. El dolor había disminuido un poco, la luz frente a mi cegaba mis ojos pero era soportable, ahora fui capaz de darme cuenta de que el terrible ruido era una especie de respiración forzada, profunda y fuerte… no era mi respiración de eso estaba seguro.

La disminución del tormento físico abrió la puerta a otro tipo de sufrimiento: la confusión en mi mente y la urgente necesidad de respuestas Estoy realmente muerto?? De quien es la respiración que escucho?? Que es esto que siento en mi boca y que raspa mi garganta??

Poco a poco fui recuperando recuerdos de lo que yo pensaba era el día anterior; la fiesta, los tragos, la discusión con Laura y la insistencia de Eduardo para que probara esa estúpida droga que le resultaba fascinante.

Mi amor, deja de tomar por favor que no ves que te estas matando? Me gritaba Laura ¿es eso lo que quieres? No quiero matarme, lo que quiero es escapar ¿escapar de que, estas loco?? Si estoy loco y tú no me entiendes….. nadie me entiende…

Lleve a mi boca el par de pastillas azules que acepte de Eduardo. Eso es lo último que recuerdo.

¡Hay Dios mío! Por fin lo logré acabé con mi vida, ¡No puede ser!... ¿que me pasa? ¿Porque no puedo moverme? ¿Por qué no puedo cerrar los ojos?

Ese imbécil me enveneno pensaba, estoy en el infierno pagando por todo lo que hice… es mucho peor que lo que me imaginaba.

Yo no creía en la vida después de la muerte, pero en ese momento no encontraba otra respuesta. ¡No Díos, perdóname por favor!.... Dame otra oportunidad…

El sonido de una puerta que se abría, interrumpió mis pensamientos, distinguí entonces una voz femenina:

¡Pero que ruido hace esa mierda comentó! Es el único que tenemos, ya sabes como están las cosas aquí, le contestó un hombre, ¿ Como es posible que tengamos solo un aparato de respiración artificial? Pues es así y hay que hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos.

Y a éste que le paso? ¿Este? … Este ya se jodió Destápalo para que lo veas. Sentí como retiraba de mi rostro una sábana y pude ver a una mujer vistiendo una bata blanca con una expresión entre asombro y temor. ¡Esta despierto gritó! El hombre junto a ella se inclinó a verme.

Que va, así lo trajeron, cuando llegó a urgencias dijeron que había tenido un accidente, estaba completamente intoxicado pero aun consciente, repetía una y otra vez:

“Laura, Laura, perdóname.” Después cayó en coma y en una especie de Ritus Mortis no pudieron cerrarle los ojos.

¡Pobre imbécil! Mas le hubiera valido haberse muerto! ¡Mas nos hubiera valido a nosotros! Ahora tenemos que mantenerlo vivo como un vegetal, ocupando una cama que otros necesitan y gastando energía.

Pero… ¿Puede ver, oír… siente? Claro que no mira… Vi como movía un tubo cerca de mi cama y sentí una terrible punzada en el brazo.

¡Eso duele Idiota!... estoy vivo… estoy consciente, ¡Ayúdame!! Traté inútilmente de gritarle.

Aprovecha para cambiarle el suero dijo el hombre, alguien tiene que regar las plantas… Los dos soltaron una carcajada y yo me quedé lleno de rabia y desesperación… Salió el hombre de la habitación, la mujer colgó un frasco que colgaba junto a mi cama y salió apresurada. Ya tenia algunas respuestas… la conversación se repetía una y otra vez en mi mente.. ¿un accidente? ¿Cayó en coma? ¿Laura perdóname? … Alguien tiene que regar las plantas… regar las plantas….

Capitulo II

Los primeros días pude explorar la habitación en la que estaba. En realidad, exploraba la parte del cuarto que abarcaba mi campo visual inmóvil. Había en el techo una lámpara de luz neón, destartalada que parecía que estaba a punto de caer.

Del lado derecho de mi cama había un gancho del que colgaba un frasco de suero, que la enfermera cambiaba todos los días, mas a la derecha alcanzaba a ver un tubo que contenía un fuelle negro que bajaba y subía al ritmo de lo que ahora identificaba ya como “mi respiración”.

Del lado izquierdo distinguía un complicado aparato con varios interruptores, focos y gráficas. Después me enteré de que estaba encargado de controlar mi respiración, los latidos de mi corazón y los nutrientes que me eran suministrados a través de un tubo que iba directo a mi estómago. Detrás del aparato se veía una parte de la ventana que era para mi un tormento. La luz que entraba todas las mañanas lastimaba mis pupilas, me despertaba y me traía siempre de regreso al infierno en que me encontraba. El dolor físico no era nada comparado con el dolor que me causaban mis propios pensamientos. La impotencia, la culpa, el rencor, el miedo y la imposibilidad de expresar mis emociones, todo se juntaba en mi mente y me enloquecía. Cada día rogaba por no volver a despertar, porque esa maquina que me mantenía vivo dejara de funcionar y acabara ya con mi sufrimiento.

¿Quién le da derecho a estos doctores a mantenerme aquí? ¿De que puede servir ya mantenerme vivo? ¡Soy una maldita planta incapaz de moverme o expresarme! La impotencia se apoderaba de mi y se convertía en odio. Odio por los que me mantenían vivo, odio por la vida misma. La enfermera tenía razón, mas valdría haberme muerto. Y, sin embargo, todos los días entraba con su cara de miedo a cambiar el suero que me alimentaba. A pesar de que me creía inconsciente nunca me miraba a los ojos.

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