El Príncipe Hamlet
nagisa54621 de Abril de 2015
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Elsinor. Una explanada en la parte frontal del castillo. (Estos personajes y los de la escena siguiente están armados con espada y lanza).
Francisco en su vigilancia nocturna. Entra Bernardo dirigiéndose a él.
BERNARDO.- ¿Quién está ahí?
FRANCISCO.- No, respóndeme tú a mí. Detente e identifícate.
BERNARDO.- ¡Larga vida al Rey!
FRANCISCO.- ¿Bernardo?
BERNARDO.- El mismo.
FRANCISCO.- Tú eres el más puntual en llegar.
BERNARDO.- son las doce en punto. Puedes ir a acostarte, Francisco.
FRANCISCO.- Te agradezco mucho este relevo. Hace un frío terrible y yo estoy delicado del pecho.
BERNARDO.- ¿Has tenido tu guardia tranquila?
FRANCISCO.- Ni un ratón ha pasado.
BERNARDO.- Bien. Buenas noches. Si encuentras a Horacio y a Marcelo, mis compañeros de guardia, diles que vengan aprisa.
FRANCISCO.- Me parece que los oigo ... ¡Alto! ... ¿Quién está ahí?
Entran Horacio y Marcelo.
HORACIO.- Amigos de este país.
MARCELO.- Y súbditos del Rey de Dinamarca.
FRANCISCO.- Buenas noches.
MARCELO.- ¡Oh, adiós honrado soldado! ¿Quién te ha relevado?
FRANCISCO.- Bernardo quedó en mi lugar. Buenas noches. (Se va).
MARCELO.- ¡Hola, Bernardo!
BERNARDO.- ¿Quién está ahí? ¿Es Horacio?
HORACIO.- Una parte de él.
BERNARDO.- Bienvenido, Horacio. Bienvenido buen Marcelo.
MARCELO.- ¿Y qué, se ha aparecido aquella cosa otra vez esta noche?
BERNARDO.- Nada he visto.
MARCELO.- Horacio dice que es producto de nuestra fantasía, y nada quiere creer sobre esta temida aparición que hemos visto en dos ocasiones. Por eso le he rogado que venga con nosotros a la guardia de esta noche, para que, si vuelve la aparición de nuevo, él pueda confirmar lo que vimos y le hable.
HORACIO.- Por lo tanto, no se aparecerá.
BERNARDO.- Siéntate mientras, y dejanos al menos acometer tus oídos con la historia que tanto repugna oír, y que en dos noches hemos presenciado.
HORACIO.- Bien, sentémonos, y oigamos lo que Bernardo dice de esto.
BERNARDO.- La noche anterior, cuando esa misma estrella que está al Occidente del polo había hecho su curso para iluminar esa parte del cielo donde ahora brilla, Marcelo y yo, al tiempo que la campana sonaba una vez ...
Entra el Fantasma del padre de Hamlet.
(Los soldados se levantan asustados).
MARCELO.- ¡Espera! ¡Calla! Míralo por dónde viene otra vez.
BERNARDO.- Con la misma figura que tenía el difunto Rey.
MARCELO.- Horacio, tú que eres un hombre preparado, háblale.
BERNARDO.- ¿No se parece al rey? Fíjate, Horacio.
HORACIO.- Es muy parecido. Su vista me conturba con temor y asombro.
BERNARDO.- Querrá que le hablen.
MARCELO.- Pregúntale, Horacio.
HORACIO. (Al Fantasma).- ¿Quién eres tú, que usurpas este tiempo a la noche, junto con esa presencia noble y guerrera que tuvo alguna vez el difunto Rey de Dinamarca? ¡Por el cielo te lo pido, habla!
MARCELO.- Parece que está ofendido.
BERNARDO.- Miren, se va enojado.
HORACIO.- ¡Detente! ¡Habla, habla! ¡Te lo pido, habla!
Se va el Fantasma.
MARCELO.- Se ha ido y no nos contestó.
BERNARDO.- ¿Qué te pasa Horacio? Tiemblas y te ves pálido. ¿No es esto algo más que fantasía? ¿Qué piensas?
HORACIO.- Por Dios, nunca lo hubiera creído sin la sensible y cierta comprobación de mis propios ojos.
MARCELO.- ¿No es muy parecido al rey?
HORACIO.- Como tú a ti mismo. Igual era la armadura que él portaba cuando peleó contra el ambicioso Rey de Noruega; y así arrugó el ceño cuando, en fiero combate, hizo caer al de Polonia sobre el hielo de un solo golpe. Extraña aparición ésta.
MARCELO.- Pues de esa manera, y exactamente a esta tétrica hora, con marcial desdén se ha paseado dos veces delante de nuestra guardia.
HORACIO.- No comprendo el fin con que esto sucede; pero en el poco alcance de mi opinión, presagia algún extraordinario cambio a nuestra nación.
MARCELO.- Bueno, siéntense y díganme, cualquiera de ustedes que lo sepa, ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan penosas y vigilantes? ¿Y por qué tanta fundición diaria de cañones de bronce y el acopio extranjero de implementos de guerra? ¿Para qué esa multitud de carpinteros de marina, cuyo doloroso trabajo no divide al domingo del resto de la semana? ¿Qué causas puede haber para que el trabajador sudoroso y apresurado junte la noche con el día? ¿Quién de ustedes puede informarme?
HORACIO.- Yo puedo decírtelo ..., o al menos los rumores que corren sobre esto. Nuestro último Rey, cuya imagen acaba de aparecérsenos, fue picado en su orgullo y desafiado a combate, como tú sabes, por Fortimbrás de Noruega. En aquel desafio, nuestro valiente Hamlet (que alcanzó tanto renombre en la parte del mundo que conocemos) mató a Fortimbrás, quien mediante un pacto sellado y ratificado por la ley y el fuero de las armas cedía, junto con su vida, todos aquellos lugares que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se obligó también a cederle una porción equivalente, que hubiera pasado como herencia suya a manos de Fortimbrás, si hubiera sido vencido. En virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo en Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de experiencia y lleno de presunción, en nombre de Noruega ha ido recogiendo aquí y allá, una turba de gente resuelta y desesperada, a quien la necesidad de comer obliga a realizar empresas peligrosas. Por eso los vemos dentro de nuestra nación, con el único fin de quitarnos, a la fuerza y por medios violentos, los mencionados lugares que perdió su padre. Esto es, según yo, el principal motivo de nuestros preparativos, la razón de esta guardia que hacemos y la verdadera causa de la agitación y movimiento en la nación.
BERNARDO.- Yo pienso que no puede ser otra sino esa. Esto explicaría la presencia de la increíble figura que viene armada hacia nuestro puesto; tan parecida al Rey que fue y es el causante de estas guerras.
HORACIO.- Una paja que molesta a los ojos de la mente. En la época más gloriosa y próspera de Roma, poco antes de que el poderoso Julio César cayese, quedaron vacías las sepulturas y los amortajados cadáveres vagaron y gimieron por las calles de la ciudad; como estrellas con colas de fuego y rocío de sangre. Se observaron señales funestas en el Sol; y la Luna, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció con un eclipse, como si fuera el Juicio Final. Y hemos visto otras veces iguales presagios de sucesos terribles, como precursores fatales que avisan sobre los acontecimientos venideros. El Cielo y la Tierra juntos, los han mostrado a nuestras tierras y a nuestra población.
Entra el Fantasma.
HORACIO. (Continua).- Pero ... ¡Silencio! ¡Miren! Donde viene otra vez. Lo enfrentaré aunque me maldiga. ¡Detente, fantasma! Si puedes articular sonidos o usar tu voz, háblame; si allá donde estás puedes recibir algún beneficio por algo que hagamos, háblame; si estás al tanto del destino de tu país, el cual, felizmente previsto, pueda evitarse, ¡Oh, habla! O si acumulaste durante tu vida tesoros mal habidos en las entrañas de la Tierra, por cuya causa, según dicen, ustedes espíritus, vagan inquietos después de la muerte, decláralo; ¡Detente y habla! (Canta un gallo). Marcelo, ¡detenlo!
MARCELO.- ¿Lo golpeo con mi lanza?
HORACIO.- Hazlo, si no quiere detenerse.
BERNARDO.- Aquí está.
HORACIO.- Aquí está.
MARCELO.- Se ha ido. (Se va el Fantasma). Lo ofendemos, siendo él un soberano, al hacer demostraciones de violencia. Además, según parece, es invulnerable como el aire y nuestros esfuerzos maliciosos resultan vanos y grotescos.
BERNARDO.- Ya iba a hablar cuando el gallo cantó.
HORACIO.- Y en ese momento se estremeció como un delincuente temeroso. Yo he escuchado que el gallo, trompeta de la mañana, hace despertar al dios del día con el alto y agudo sonido de su garganta, y que a este anuncio, todo extraño espíritu errante por la Tierra o el aire, el mar o el fuego, huye hacia su morada; y sobre la verdad de este punto, el fantasma que hemos visto la confirma. (Empieza a iluminarse lentamente el escenario).
MARCELO.- Efectivamente, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que justo antes de que llegue la estación en que el nacimiento de nuestro Redentor es celebrado, esta ave matutina canta toda la noche; y que entonces, según dicen, ningún espíritu se atreve a vagar. Las noches son saludables; ningún planeta influye siniestramente; ninguna maldad produce efecto y las hechiceras no tienen poder para sus encantos. Tan bendito y tan feliz es ese tiempo.
HORACIO.- Así lo tengo entendido yo también, y en parte lo creo. Pero miren la mañana, cubierta con rosado manto, viene pisando el rocío de aquel alto monte oriental. Terminemos nuestra guardia; y soy de la opinión que contemos al joven Hamlet lo que hemos visto esta
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