El Príncipe - Nicolás Maquiavelo
rodro_2427 de Junio de 2013
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NICOLÁS MAQUIAVELO AL MAGNIFICO
LORENZO DE MÉDECIS
Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentd
sele con aquello que reputan por más precioso entre lo que
poseen, o con lo que juzgan más ha de agradarle; de ahí que
se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas,
telas de oro, pledras preciosas y parecidos adornos dignos
de su grandeza. Deseando, pues, presentarme ante Vuestra
Magnificencia con alglún testimonio de mi sometimiento, no
he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea más
caro o que tanto estime como el conocimiento de las
acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga
experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio
de las antiguas.¹ Acciones que luego de examinar y meditar
durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado en
un corto volumen, que os dirijo.
Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra
Magnificencia, no por eso confío menos en que sabréis
aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo
que poneros en condición de poder entender, en brevísimo
tiempo, todo cuanto he aprendido en muchos años y a costa
de tantos sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado
esta obra con cláusulas interminables, ni con palabras
ampulosas y magníficas, ni con cualesquier atractivos o
adornos extrinsecos, cual muchos suelen hacer con sus
cosas; ² porque he querido, o que nada la honre, o que só1o
la variedad de la materia y la gra- vedad del tema la hagan
grata. No quicro que se mire como presuncióne el que un
hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el
gobierno de los príncipes. Porque asi como aquellos que
dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar
mejor los moties y los lugares altos, y para apreciar mejor
el llano escalan los montes,³ así para conocer bien la
naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para
conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio
con el mismo ánimo con que yo lo hago; si lo lee y medita
con atención, descubrirá en él un vivísimo deseo mío: el de
que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el
destino y sus virtudes le auguran. Y si Vuestra
Magnificencia, desde la cúspide de su altura, vuelve alguna
vez la vista hacia este llano, comprenderá cuán
inmerecidamente soporto una grande y constante malignidad
de la suerte.
1 Las dos escuelas de los grandes hornbres. (Cristina de Suecia.)
2 Como Tácito y Gibbon (G).
3 Con esto empecé y con ello conviene empezar. Se conoce mucho mejor el
fondo de los valles cuando se está en la cumbre de la montaña (RC).
EL PRÍNCIPE
Capitulo I
DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPADOS Y DE LA FORMA
EN QUE SE ADQUIEREN
Todos los Estados, todas las dominaciones que han
ejercido y ejereen soberanía sobre los hombres, han sido y
son repúblicas o principados. Los principados son, o
hereditarios, cuando una misma farmilia ha reinado en ellos
largo tiempo, o nuevos. Los nuevos, o lo son del todo, como
lo fue Milán bajo Francisco Sforza, o son como rniembros
agregados al Estado hereditario del príncipe que los
adquiere, como es el reino de Nápoles para cl rey de
España. Los dominios así adquiridos están acostumbrados a
vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por
las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la
virtud.
Capitulo II
DE LOS PRINCIPADOS
HEREDETARIOS
Dejaré a un lado el discutir sobre las repúblicas porque
ya en otra ocasión lo he hecho extensamente. Me dedicaré
solo a los principados, para ir tejiendo la urdimbre de mis
opiniones y establecer cómo pueden gobernarse y conservarse
tales principados.
En primer lugar, me parece que es más fácil conserver un
Estado hereditario, acostumbrado a una dinastía, que uno
nuevo, ya que basta con no alterar el orden establecido por
los príncipes anteriores, y contemporizar después con los
cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el
príncipe es de mediana inteligencia, se mantendrá siempre
en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje
de él; y aunque asi sucediese, sólo, tendría que esperar;
para reconquistarlo, a que el usurpador stifriera. el
primer tropiezo.
Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que
no resistió los asaltos de los venecianos en el 84 (1484)
ni los del papa Julio en el 10 (1510), por motivos
distintos de la antigüedad de su soberanía en el dominio.
Porque el príncipe natural tiene menos razones y menor
necesidad de ofender: de donde es lógico que sea más amado;
y a menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es
razonable que le quieran con naturalidad los suyos. Y en la
antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los
recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un camibio
deja siempre la piedra angular para la edificación de otro.
Capitulo III
DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS
Pero las dificultades existen en los principados nuevas.
Y si no es nuevo del todo, sino como miembro agregado a un
conjunto anterior, que puede llamarse así mixto, sus
incertidumbres nacen en primer lugar de una natural
dificultad que se eneuentra en todos los principados
nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres cambian
con gusto de Señor, creyendo mejorar; y esta creencia los
impulsa a tornar las armas contra él; en lo cual se
engañan, pues luego la experiencia les enseña que han
empeorado. Esto resulta de otra necesidad natural y común
que hace que el príncipe se vea obligado a ofender a sus
nuevos súbditos, con tropas o con mil vejaciones que el
acto de la conquista lleva consigo. De modo que tienes por
enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el
principado, y no puedes. conserver como amigos a los que te
han ayudado a conquis- tarlo, porque no puedes
satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estás
obligado, tampoco puedes emplear medicines fuertes contra
ellos; porque siempre, aunque se descanse en ejércitos
poderosísimos, se tiene necesidad de la colaberación de los
“provincianos” para entrar en una provincia. Por estas
razones, Luis XII, rey de Francia, ocupó rápidamente a
Milán, y rapidamente lo perdió; y bastaron la primera vez
para arrebatárselo las mismas fuerzas de Ludovico Sforza;
porque los pueblos que le habían abierto las puertas, al
verce defraudados en las esperanzas que sobre el bien
futuro habian abrigado, no podían soportar con resignación
las imposiciones del nuevo príncipe.
Bien es cierto que los territorios rebelados se pierden
con más dificultad cuando se conquistan por segunda vez,
porque el señor, aprovechándose de la rebelión, vacila menos
en asegurar su poder castigando a los delincuentes,
vigilando a los sospechosos y reforzando las partes más
débiles. De modo que, si para hacer perder Milán a Francia
bastó la primera vez un duque Ludovico que hiciese un poco
de ruido en las fronteras, para hacércelo perder la
segunda se necesitó que todo el mundo se concertase en su
contra, y que sus ejérecitos fuesen aniquilados y arrojados
de Italia, to cual se explica por las razones antedichas.
Desde luego, Francia perdió a Milán tanto la primera
conmo la segunda vez. Las razones generales de la primera
ya han sido diseurridas; quedan ahora las de la segunda, y
queda el ver los medios de que disponia o de que hubiese
podido disponer alguien que se encontrara en cl lugar de
Luis XII para conservar la conquista mejor que él.
Estos Estados, que al adquirirse se agregan a uno más
antiguo, o son de la misma provincia y de la misma lengua,
o no to son. Cuando to son, es muy fácil conservarlos,
sobre todo cuando no están acostumbrados a vivir libres, y
para afianzarse en cl poder, basta con haber borrado la
linea del príncipe que los gobernaba, porque, por lo demás,
y siempre que se respeten sus costumbres y las ventaias de
que gozaban, los hombres permanceen sosegados, como se ha
visto en cl caso de Borgoñla, Bretaña, Gascuña y Normandía,
que están sujetas a Francia desde hace tanto tiempo; y aun
cuando hay alguna diferencia de idioma, sus costumbres son
parecidas y pueden convivir en buena armonía. Y quien los
adquiera, si desea conservarlos, debe tener dos cuidados:
primero, que la descendencia del anterior príncipe
desaparezca; después, que ni sus leyes ni sus tributos sean
alterados. Y se verá que en brevisimo tiempo el principal
adquirido pasa a constituir un solo y mismo cuerpo con el
principado conquistador.
Pero cuando se adquieren Estados en una provincia con
idioma, costumbres y organización diferentes, surgen
...