LAS MÁSCARAS DEL DOLOR
Perlavisita13 de Mayo de 2013
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Espiando teatro
Primera parte
LAS MÁSCARAS DEL DOLOR: LUIGI PIRANDELLO
En 1605, la Historia de la Literatura se sacudió el polvo acumulado. Se tuvo que repensar. Se incomodó y se admiró. En ese año se publicó un libro que marcó un antes y un después. Don Quijote de la Mancha salió al mundo, largo grafismo flaco como una letra, acabado de escapar directamente del bostezo de los libros . “Con todas sus vueltas y revueltas, las aventuras del Don Quijote trazan un límite. En ella terminan los juegos antiguos de la semejanza y de los signos” explica Michel Foucault, en Las palabras y las cosas, y agrega: “Allí se anudan nuevas relaciones. Él mismo es asemejanza de los signos, todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya escrita. El libro es menos su existencia que su ser, ha de consultarlo sin cesar a fin de saber qué hacer y qué decir y qué signos debe darse a sí mismo y a los otros para demostrar que tiene la misma naturaleza que el texto del que ha surgido.”
En la segunda parte de la novela del Quijote, el personaje se encuentra con otros personajes que ya han leído la primera parte y lo reconocen como un ente real dentro de este mundo de palabras y papel, lo reconocen como el protagonista de la novela. En la segunda parte Don Quijote debe ser fiel a su propia ficción y realizar una apología del texto, salvarlo de posibles errores, imitaciones, textos apócrifos, mentiras sobre él mismo y así, reafirmar su verdadera identidad de ficción dentro de la ficción. Foucault se teje en el texto.
El Quijote es la primera novela moderna. Su originalidad, en realidad, pertenece a una evolución de la creación artística que va más allá del autor y que en ese momento, encarnó Cervantes.
Con Pirandello, en teatro, sucede algo similar. Seis personajes en busca de autor nos muestra a personajes de ficción (valdría preguntarnos, a la manera pirandelliana, qué es ficción y qué es realidad) que necesitan incorporarse a una obra y que un autor les de identidad teatral sobre un escenario. La trama de la fantasía y la realidad, la ficción y la obra, el autor y el personaje, los personajes y el papel del libro, la hoja y la letra, se resignifican a sí mismas re-creándose y re-semantisándose indefinidamente. El Quijote tiene una existencia que sólo va a ser legitimada por los libros de caballería. Los seis personajes de Pirandello tienen existencia pero necesitan ser validados por un autor, en un libro. Augusto Pérez, el personaje de Niebla, en cambio, necesita conocer a Unamuno para poder morir.
Tres autores que, de maneras diferentes, plantean un conflicto o una instancia del acto creador. Estos fantasmas que habitan el espíritu del artista pujan por manifestarse en su esencialidad inmanente: entes de ficción. Y que, una vez reencontrados con su ser, avanzan impunes, arman su propia historia, sorprenden al mismo autor, nos maravillan porque reconocemos en ellos la autenticidad de la vida que asume la creación, se independizan anárquicos: “Ellos ya se han separado de mí; viven por su cuenta;” explicará Pirandello. El espíritu se despoja de las máscaras (habitan también en esta dimensión) que lo anclan a la ilusoria vida de la realidad. De allí vamos a partir. Seguramente no llegaremos a ningún lugar. Esto será lo más valioso. No existe término. Entramos en el ámbito de lo eterno e inefable. El de la creación.
Soledad San Emeterio
FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas, Madrid, Siglo veintiuno Editores, 1988, p. 53
2 PIRANDELLO, Luigi, Seis personajes en busca de autor, Buenos Aires, Losada, 1997, p. 31
la consciencia del él mismo como artista. El resto es una anécdota que atraviesa
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