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La Columna De Hierro

fernand423 de Abril de 2015

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H elvia escuchó atentamente el relato que le hizo Marco de su encuentro con Sila. Sólo los matices grises y oliváceos de sus rasgados ojos y la crispación de sus manos delataron su gozo al saber que su hijo favorito estaba a salvo y bajo la protección de Sila, y seguidamente dijo: -Iré a ver a Quinto mañana. -Ya he preparado esa visita -contestó Marco-. Cuando se encuentre recuperado suficientemente haré que lo traigan a casa. Después debemos irnos todos a Arpinum. Me encuentro muy cansado. Ella se mostró de acuerdo y apoyó una mano en su brazo. -Ahora no podré odiar a Sila -añadió-. Soy madre y me alegro de que Quinto se haya salvado. Pero veo que tú lo sigues odiando. -Odio lo que representa. -También deberemos estarle agradecidos a Catilina. -Cumplió con su deber de soldado -repuso Marco-. ¿Crees que puedo olvidarme de Livia, que es su esposa, y de lo que le ha hecho? Entre nosotros hay una enemistad insalvable. -¿Qué le diremos a tu padre? Marco consideró el asunto con fría amargura. Le daba escalofríos pensar en los líricos gritos de alegría de su padre, su sentimentalismo, su profuso agradecimiento a Dios y a los hombres, sus lloriqueos exagerados. Y dijo a su madre: -Debemos ser precavidos, puesto que padre es frágil, y para los que son como él, la felicidad puede ser a veces tan peligrosa como la pena. Vayamos a verle y digámosle que hemos recibido un mensaje de Quinto a través de un compañero suyo, que Quinto se encuentra bien y pronto estará con nosotros. Helvia, comprendiendo, sonrió. -Será lo mejor -coincidió. Pero aun así, Tulio se comportó de un modo extravagante e infantil y su rostro demacrado pareció iluminarse. Habló con animación. Dios era bueno, los hombres eran buenos, aun en estos tiempos, y abrazó a Marco en uno de sus arrebatos de agradecimiento. -Ya verás como todo sale bien -declaró-. Roma sigue siendo Roma y los hombres siguen siendo buenos. Aunque últimamente no hay la misma confianza entre nosotros, Marco. Tu rostro, aunque joven, es a menudo sombrío y arrugas la frente con demasiada frecuencia. No esperes mucho del mundo, hijo mío -dijo el hombre que había esperado siempre que el mundo fuera mejor de lo que su capacidad para serlo permitía esperar, y se irritaba cuando éste le desengañaba-. ¿Por qué no sostenemos largas conversaciones juntos como antes, Marco? -le preguntó con tono penoso. -Tengo que mantener a la familia -replicó Marco-. Ya no soy tan joven y me debo a mi carrera de abogado. Cuando vuelvo a casa de noche, me siento muy cansado. -Se quedó mirando a su padre esperando una palabra de simpatía, pero Tulio se limitó a asentir con la cabeza. Los hombres de negocios se sentían con frecuencia cansados. Poco a poco el invierno fue cediendo paso a la primavera. Marco seguía aplicándose asiduamente a su profesión, aunque a veces se sentía dominado por la desesperación y en ocasiones le parecía que sus esfuerzos eran risibles. Defendía leyes constitucionales ante los magistrados, sabiendo muy bien que la vieja Constitución había sido abolida y sustituida por otra de hierro, implacable y militarista. Invocaba el honor de los jueces, aun comprendiendo que ya no había honor. A menudo le parecía ser un actor grotesco de una ridícula comedia escrita por un loco. Los jueces eran todos hipócritas, poniendo cara seria, porque les gustaba creer que seguían siendo hombres en un mundo que se había vuelto caótico y

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