La Hoguera Barbara
269617629 de Mayo de 2013
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Todo empieza con el amanecer y la vida tranquila de Montecristi cierto día, cuando el Estado del Sur, con el nombre de Ecuador, acababa de separarse de la gran Colombia, llegó al pequeño pueblo un emigrante español llamado Manuel Alfaro, Capitán de guerrillas en la Península con su cabeza llena de ideas liberarles, estaba contra absolutismo de Fernando VII, inspirado por los sombreros de paja toquilla viaja a Ecuador para olvidar los enfrentamientos por la causa de la libertad.
En Ecuador Manuel Alfaro olvida sus confrontamientos, y sus desengaños políticos, se dedica a una vida tranquila con el negocio de sombreros de paja toquilla, duplica el capital con el que vino de España y compra una finca en la que se dedica a exportar tagua, vivía en paz con las personas ya que vivían con la primera Constitución en la cual se indicaba como “ser moderados y hospitalarios”. Juan José Flores hizo que la ley fundamental tuviera espíritu acogedor para los extraños.
Lo que prendió definitivamente en la tierra a don Manuel Alfaro fue su amor por una hermosa joven de 15 años, manabita, de nombre Natividad Delgado; algunos años más tarde, don Manuel y doña Natividad formaron una familia, tuvieron hijos, el quinto de ellos era Eloy Alfaro que nació el 25 de junio de 1842.
Ubicación geográfica de Montecristi
Don Manuel se dedica al cargo de juez de comercio que el gobierno del General Flores le otorga, con el cual se enriquece con doña Natividad.
Eloy Alfaro no fue un niño ni triste ni alegre, entre personas extrañas le aislaba la timidez, no era un niño incorregible ni más caprichoso que la generalidad, pero padecía de resentimientos prolongados y tenaces y de accesos de cólera, que don Manuel calificaba de “pataletas”.
Sus mejores horas de aprovechamiento las tenía cuando doña Natividad le narraba las historias le lucha que su marido había sostenido en la remota España, o las anécdotas del Libertador Simón Bolívar; Don Manuel, en cambio, apacible filosofador del pesimismo, pero moralista y práctico le hablaba de los desastres nacionales.
La Soldadesca genízara y analfabeta Floreana, había hecho del Ecuador un lugar de saqueo, la misma que asesinará a los redactores de “El Quiteño Libre” y colgara de un farol al brillante irlandés Francisco Hall.
Eloy estudio con un maestro compatriota de don Manuel, luego que el maestro retomó a su país, quedó sometido a lecciones prácticas que su padre le daba de contabilidad y comercio. En Montecristi no había colegios de enseñanza secundaria ni cosa parecida, pero como solo conocía el pueblo no tenía idea de cómo era el mundo así que su padre lo llevo a uno de sus viajes por Centro América y quedo con una visión más amplia del mundo, hasta que le llegó el deslumbramiento súbito, fue el día más alegre y también el más triste, pero el más completo de cuantos había contado.
Se dirigió a la aventura como un sonámbulo asombrado del mundo que iba encontrar, se enamoró en silencio y también experimentó el placer y la pena de perder su inocencia; era una mujer de la tierra: distante y morena, boca burlona a la cual la tomo muy enserio y con la cual tuvo un hijo....
Un día, su padre le mostró en una calle de Lima al general Juan José Flores, quien, desde 1845, vivía su destierro en el Perú, Siempre supo ocultar así sus sentimientos cuando no quería o no debía delatarlos.
Una fiesta en Montecristi en la que todos los campesinos en este día no se dedican a sus labores cotidianas por preparar las fiestas, Eloy y su hermano llegaron tarde por estar trabajando en su hacienda, cuando llegaron a la plaza central se escuchaba “que viva el presidente negro”, así la fiesta terminaba, los manabitas no sabían muy bien de que se trataba pero se entregaban con toda su alma.
Eloy pensaba en el derrocamiento de García Moreno, quien había salvado al Ecuador de perecer al igual que toda la juventud de la época se había conmovido dos años antes con las palabras del estadista: “guerra, guerra sin tregua a los enemigos de la patria”; y admirado cómo ese hombre fuerte había podido, a sangre y fuego, destruir a franco y erguirse luego como la figura dominante y terrible, indiscutiblemente necesaria en el instante de agonía del país, la figura maravillosa de su Simón Bolívar no estaba definitivamente muerta, saltaría en cualquier momento de su tumba, y de nuevo sobre el corcel impetuoso, volvería a sembrar frutos prodigiosos en los campos de la libertad.
Eloy creía que García Moreno era un déspota, sanguinario perseguidor de los liberales, utilizador del clero para sus fines absolutistas.
Una mañana, sin resistir a su demonio interior, se dirigió a visitar a don Manuel Albán jefe de los liberales de la provincia, sostuvo un diálogo corto, sin palabras sobrantes, al poner a disposición de la revuelta el caudal que su padre le confiara; poco después enviado por Albán, marchó al Perú a entrevistarse con el general José María Urbina, cuyas instrucciones se esperaban. Retomó con ellas y un día levantó la primera montonera en la montaña.
Soñaba: serán cientos, serán miles de hombres que le seguirán, correrá por los campos ecuatorianos un solo y enorme grito rebelde, y el tirano caerá.
Las posibilidades de sufrir una derrota no contaban para él, una compañía de artilleros enviada desde Guayaquil para reforzar la guarnición, debía estar en viaje desde Manta, y preparó el ataque. Alfaro no perdió tiempo en la embriaguez del triunfo, repartió el despojo abandonado, dejó a la mayor parte de su tropa apostada por aquellos lados y, al mando de seis hombres escogidos, se dirigió a Montecristi, con un atrevido plan en la cabeza, se dirigió hacia El Gobernador de la Provincia, el Coronel Francisco Javier Salazar a quien toma el mismo que se ofrece apoyar a la revolución.
Durante la travesía sumido en la penumbra de una tristeza nueva, saboreó la amargura de la derrota, no había nada, sólo el vacío cercándole y ahuecando la historia atormentada del país.
El Gobernador Salazar violó el pacto de Colorado y empezó a perseguir a los liberales y a sus propios cómplices, los partidarios de Antonio Flores. Su peligrosa jugada requería del silencio para recuperarse, quedaba ahora fiel a García Moreno, exterminando a los que supieron de sus maniobras, así también le fueron llegando las noticias.
Cuando ya el país estaba totalmente pacificado, noticias de muerte, presidio flagelación y destierros. A comienzos de 1865 se encontraba en Lima, donde obtuvo trabajo en una casa de comercio, en tanto esperaba la ejecución de los nuevos planes de Urbina; la lucha, esta vez era a muerte. Urbina amagaría el golfo de Guayaquil con una escuadrilla y él señor capitán, iría a Manta, donde un buque de Urbina le esperaría para insurreccionar la provincia. Desde el caserío de la Colina hasta los astilleros del Sur, el terror Graciano ponía sombras en los gestos de las gentes y en el aire que circulaba por los alrededores de la casa de gobierno. La audacia de Alfaro al acercarse a los dominios de la tiranía, se vio compensada; viejos amigos de don Manuel le ayudaron para que embarcase escondido.
No cabe duda que García Moreno era un constructor. Su preocupación civilizadora y a frecuentes ratos genial, no le era negada ni por sus enemigos, como Alfaro y como Montalvo, que intuían o conocían su poderosa inteligencia, la que cayó en el empeño de dotar al Ecuador de una cultura postiza que lo llevaría al desastre.
Nada ecuatoriano, nada americano, vivía en el espíritu del gran hombre de hierro.
El 6 de agosto de 1875 llegó la noticia, García Moreno había sido asesinado en la lonja del Palacio de Gobierno de Quito. Las cosas no cambiaron de inmediato, el general Salazar, desde el Ministerio de la Guerra, destruía los empeños liberales. No contó con el pueblo quiteño, que el 2 de octubre inflamó las calles de la vieja ciudad colonial con su presencia tumultuosa.
Muerte de Garcia Moreno.
Paseaba por la vieja ciudad, descubriendo estrechas calles torcidas, muros subidos que detenían la perspectiva, quebradas abiertas a las inmundicias, bajas casas de adobe y pintadas en blanco, empinadas cuestas que le acortaban el aliento no hecho a tamaña altura. Los conservadores habían iniciado la guerra contra Carbo, el hereje, y que no era sino Carbo el iluso.
Veintimiilla en el fondo se reía de todos. Alfaro empezó a notar que las cosas andaban mal y que las esperanzas se diluían en la presión clerical, y fue a decir lo que sentía y sabía a su jefe, el general Urbina.
El Coronel Alfaro fue suspendido violentamente en sus sueldos y no volvió a pasar revista. Cierto día tomó la diligencia para Guayaquil, en busca de un barco que lo condujera al querido hogar de Panamá. El año de 1877 lo vivió Alfaro dedicado a rehacer sus negocios y a mantener activa correspondencia con los liberales de oposición. Tuvo quebrantos y dudas.
Un intrigante acusó a su amigo Macay, reveló negocios reservados con falsas imputaciones y fue castigado en duelo. Le mando Alfaro sus representantes, con una carta en la cual le abofeteaba con estas palabras: “usted merece que yo le dé látigo en la lengua”. Después, se refugió en la conspiración, sabía que los conservadores ofrecían apoyar a Veintimilla, a condición de que destituyera a Carbo, el más
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