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La Otra Pantalla

dianacarobarzu30 de Noviembre de 2014

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La otra pantalla es la unión de las dos realidades: sintoniza lo que ocurre en nuestro mundo, pero que a la vez bien pudiera exportarse al de las cámaras y antenas, al del rating y los actores, en otras palabras, la otra pantalla significa los momentos de la vida que bien pudieran ser vistos en televisión. Siendo así, hay dos tipos de personas, que son los espectadores y los que se muestran a ellos. Gerson Rivelino, bautizado con nombres de personaje más que de hombre, intentará ser parte del mundo al que pertenece, apadrinado por el ex presidente López Portillo y sabedor de que la actriz Mara Loudet le espera en para brindarle su amor, por tanto, esperará uno de los momentos adecuados, cuando los dos mundos se rozan, para repatriarse.

Sin embargo, algo andaba mal en nuestro héroe. Pero a pesar de sus capacidades mentales distintas, de quizá tener un tumor en la cabeza y de tener la certeza de que su cerebro se convierte en roca, Gerson Rivelino se embarcará en su particular odisea, para además del amor y la dicha de instalarse en el mundo de los sueños, encontrar su verdadero yo, y ya no desdoblarse en una segunda o a veces tercera persona. Así pues, con el nombre de su hermanito muerto a cuestas y en un tiempo con la ropa de su padre, también muerto, mientras veía la televisión, el protagonista enfrentará en una pelea caricaturesca al estilo de la Warner, con guitarrazos en la cabeza y pajaritos que pían alrededor de ella, a Arcadio Aldaco, pero antes deberá sobrevivir a las drogas y pistolas, al alcohol y los accidentes, a la violencia y los robos (cometidos por él mismo) y al olvido implacable al que someten la muerte y la crueldad que existen en nuestra realidad, porque la muerte solo existe aquí, territorio de cucarachas, miseria y malformidades físicas y de otros tipos, ya que en la televisión nadie muere.

Gerson Rivelino, que no es de los de las maquinitas, o de las heavymetaleros, o de los del futbol, que luego evolucionan hasta ser los de los amigos y las fiestas y la risas, es más de los de la nada, los que se pierden en el tiempo y se desvanecen, por ello imitará lo que ocurre en la televisión (todos, no solo él, imitan finalmente, pues en la televisión ocurre todo lo digno de imitarse). La televicracia ofrece todo: dentro de la pantalla hay un dios representado a través del Papa, una historia nacional, e incluso un nuevo México creado después del terremoto de 1985, además, claro, de los característicos finales felices. El poder de la televisión no cesa y con el tiempo se expande, pues con los Reality Shows toda actividad por común y cotidiana que sea es material apto para transmitirse, al mismo tiempo que la familia de la tele, la de los actores, se incrementa e incluye a los hijos de estos, para así perpetuarse a pesar del paso de los años. La televisión ofrece “la posibilidad de olvidarnos que sólo somos un sueño que otros sueñan”, y de salir de este mundo donde “todo es un conjunto de fragmentos que no alcanzan a ser un todo”. Es muy sencillo escapar y el protagonista así lo indica: “yo apagaba mi mente y encendía la televisión”. Este libro produce en sus 161 párrafos, finalmente (y felizmente), lo contrario a lo que denuncia y señala, lo que lo hace ser, pues para poder disfrutarlo hay que apagar la televisión y encender la mente.

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