La pena que viste Sirena (del libro Sirena Selena vestida de Pena)

Marín Galicia Jael

La pena que viste Sirena

Sirena Selana vestida de Pena, pero a qué se debe la triste seda que se balancea al ritmo de sus pasos y su voz, porqué Sirena no puede simplemente tener derecho a no llevar sobre sí el vaivén de esa pena que va oscureciendo entre un sinfín de vueltas algo que estando en sí no le pertenece por el deseo y el horror en la faz de unos cuantos; tal vez esos mismos vestidos tejidos con penas sean su único refugio, el único lugar –creado por la fantasía- para encapsular la lasividad lo mayor posible en miradas y que así no escapen nuevamente en desmembradores toques.

La pena se vuelca una tras otra sobre ella como las capas que la envuelven: convidada en el claustro de una sociedad que, por el egoísmo y los más crueles sentimientos y represiones metamorfoseados en personas, no da más que para vivir entre los abusos de estos. Es en el Caribe donde Sirena crece, sufre el abandono de su madre y tras la muerte de su abuela huye de los del servicio social, “servidores” públicos que la cubrirían de más penas que las calles, ¿cuáles son las oportunidades sociales en un ambiente como éste?

¿Robar a turistas, hacer la calle, juntar latas para no morir de hambre? Incluso si hiciera las tres a la vez –pues no existían más opciones- nada impediría que su vida pudiera terminar en cualquier callejón, abandonada por el mero resplandor de la falsa moral que desvestía sin reserva a chamaquitos como Selena para después reintegrarse (al dejarlos) en la farsa vida creada por apariencias que sólo el dinero puede comprar. Las capas y encajes se mantienen por una triste dualidad: pena que teje con los horrores vividos su manto protector.

En ese ambiente conoce a Valentina Frenesí,

 “y Sirena sintiéndose el ser más desamparado sobre la faz de la tierra, se echaba entre los pechos de espuma de algodón y los brazos musculosos de su hermana en la miseria, más familia que la propia. […] Con aquel llanto silencioso pudo mejor que con palabras contarle todo a su hermanita, el dolor del abandono maternal, de la muerte de su abuela, las noches en vela buscando dónde dormir, la vida al agite de toparse con policías, el tener quince años y ya vivir así, hastiado de todo, desconfiando hasta de la sombra propia, acostumbrado al desamor, a la lujuria asqueada que habita la calle, esa calle que era su hogar y su tumba” (Febres, 2016, cap. XV)

Pero Valentina también muere,- así que Sirena se queda de nuevo sola hasta su encuentro con Martha Divine, dueña de un cabaret de dragas quien ve en Selena una mina de oro pues al encontrarla la escucha cantar percatándose de que no es la única que se adentra en la sensible y hechizante voz llena de dolor… de pena.

Así, Martha –señora y draga veterana, el primer título ganado adueñándose del constructo social de lo femenino- la lleva a debutar en New York y es ahí donde encuentra a Hugo Graubel que ve en el muchachito un caudal inmenso para saciar sus deseos reprimidos. Hugo contrata en secreto a Sirena para que realice una función, es ahí cuando Selena arreglada para el evento. “Y ella no puede explicar por qué el público paga por verla sufriendo; ahora pierde el aplomo de lo que antes era un simulacro perfecto. Al fondo está Hugo, en su lujo envuelto, mirándola a ella, que muere de pena frente a su anfitrión” (Febres, 2016, cap. XLVII) ¿Será que pese al artificio que la cubre entre espectáculo y atavíos no podrá librarse de lo que en sí lo constituye? …. La pena. Y Selena tras haber cautivado sinceramente a Hugo se aleja de él tal vez porque las apariencias al final son las que se mantienen. Jamás se entenderá porque se hiere a propósito, porqué el deseo de resquebrajar lo que se ve pesa más en los sentidos humanos.

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