Lazarillo De Tormes
evyvaldez13 de Mayo de 2012
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Tarea arriesgada es, cuando menos, fundar y levantar conjeturas sobre cimientos sabulosos. En todas las parcelas de todas las disciplinas, ya por deducción ya por inducción, —a veces vislumbrando en la incertidumbre—, se establecen hipótesis sobre cuestiones de las que el tiempo ha eliminado cualquier ribete testimonial, dato fehaciente o atestación garante. Estos asuntos que han quedado, y que quedarán en muchos casos, por dilucidar se muestran a los especialistas e investigadores apetitosos y suculentos. Es aquí donde el encumbramiento y la sátira entran a formar parte del banquete. Las loas y los encomios los otorgará el tiempo y la crítica; los oprobios e invectivas están servidos. Así pues, a tal premio tal precio. Precio que pagarás o con el que te galardonarán. El manjar puede pagarse caro si te equivocas. En el campo de la filología, y esto es lo que me interesa, fundamentos y teorías son continuamente puestos en tela de juicio. Hacerse un hueco entre la inabordable y torrencial bibliografía es algo menos que imposible, y no son pocos resabidos los que recurren a medidas desmedidas para distinguirse en esta nómina bibliográfica.
Caudales de libros irrumpen cada año en tropel en la industria textil; ésta en su singular criba y sin el más mínimo escrúpulo escoge los que inunden sus arcas de bien acogidos euros. La editorial Gredos —que se definía por una rigurosidad y formalidad en las obras que publicaba— no ha declinado la propuesta, a mi parecer desatinada, de Rosa Navarro Durán, quien en su ensayo aporta pruebas incontestables —según ella— para demostrar y certificar la autoría de uno de los clásicos de la literatura universal: Lazarillo de Tormes. A mi juicio, los argumentos que esgrime la autora para verificar la paternidad de Alfonso de Valdés no son definitivos, ni siquiera definitorios. En el pasado 2002 aparecieron dos artículos de la citada autora[1] que posteriormente se recogerían en un librito con el siguiente título: Lazarillo de Tormes de Alfonso de Valdés[2]. Un año más tarde sale al mercado otra edición crítica —ésta en Octaedro— con Introducción de la profesora Navarro[3], que es básicamente una sinopsis de su ensayo[4]. En éste último desarrolla con detenimiento todas las teorías que se limitaría a esbozar en la edición. Lazarillo de Tormes, obra generadora de manantiales de tinta, ha puesto en disyuntiva a grandes investigadores y ha ocasionado pesquisas indescifrables para la crítica posterior. No es de estimar, por tanto, que de sus manos hayan salido las diatribas más feroces. Navarro Durán resuelve todas estas diferencias de manera muy sencilla: señala a Alfonso de Valdés autor de tan idolatrada obra y ajusta los diferentes postulados a las exigencias de tal autoría.
El título del ensayo, Alfonso de Valdés, autor del Lazarillo de Tormes, llama poderosamente la atención al recordar dos artículos de uno de los mejores investigadores del hispanismo, Marcel Bataillon. Me refiero a «Alfonso de Valdés, auteur du Diálogo de Mercurio y Carón»[5] y «Andrés Laguna, auteur du Viaje de Turquía»[6]. En el primero de ellos, el estudioso francés aporta las pruebas necesarias para asignar al conquense la autoría del Diálogo, una obra que circuló anónima y fue atribuida erróneamente a su hermano, Juan de Valdés, en el siglo XIX. Peor suerte corrió con el segundo, «la atribución no ha sido confirmada por ningún documento, y sí puesta en cuestión por la mayoría de los investigadores que se han ocupado de la obra»[7]. Navarro Durán con este libro pretende rectificar muchas de las propuestas formuladas y proponer nuevas (hipó)tesis y caminos de investigación, arrojando luz sobre un texto controvertido que se resiste a ser situado en una época. Con el título pensaría sumarse a la revolución que supuso el primer artículo de Bataillon, sólo que ella no posee ningún dato o documento axiomático.
Las primeras dudas: la cuestión temporal y las referencias históricas
En primer lugar, y a modo de introducción, permítaseme plantear las cuestiones que sugiere la asunción de tal hipótesis. Casi de forma obligada debo comenzar por los problemas suscitados por su fecha de escritura. Alfonso de Valdés muere en Viena en 1532, más concretamente el 6 de octubre[8]. Esto supone que la obra permaneció más de 20 años inédita (no olvidemos que las cuatro ediciones halladas hasta ahora datan del año 1554). Por otra parte, en 1529 Valdés parte de España para no volver más. Navarro Durán colige fácilmente que en esta estancia, después de escribir sus dos Diálogos, fue cuando redactaría el texto. Puesto que de la editio princeps no se nos han conservado ejemplares en España, ella hace pensar que fue en Italia donde se imprimió el texto y que originariamente salió en los años treinta[9]. Ahora bien, ¿en qué lugar de Italia? ¿Qué testimonios italianos tenemos de que estuvo circulando una obra con ese título o al menos con ese contenido? ¿Qué ha pasado con los ejemplares en Italia? ¿Con qué argumentos explicamos que los volúmenes del Lazarillo se hayan extinguido por estas tierras? ¿Cómo tardó tanto en llegar hasta España y que se editase el mismo año en tres ciudades diferentes y, coincidentemente, también en Amberes? ¿Quién explica que la Segunda Parte saliese, curiosamente, un año después de las cuatro ediciones conocidas?[10] Además, vale la pena recordarlo, la Segunda Parte es antuerpiense y no italiana. Si aceptamos con Navarro que el Lazarillo fue impreso antes de 1540 —antes de la colección de Dichos graciosos de españoles— implica que circuló durante quince años al menos por tierras italianas[11], ¿no hubo ninguna continuación en este largo intervalo de tiempo? Por otra parte, parece ser que «la hipótesis más probable es que fueron exhumados [los Diálogos de Valdés, que de seguro fueron escritos antes de 1532] entre 1541 y 1545»[12]. No en vano, «la primera edición fechada [se refiere en esta ocasión al Diálogo de Mercurio y Catón] corresponde a una traducción italiana: Venecia 1545»[13]. ¿La primera edición del Lazarillo también fue una traducción italiana? Es más, en 1547 ya aparecían los Diálogos de Alfonso de Valdés en la lista de libros prohibidos de Évora (en Italia). ¿Cómo es que no se registra una obra de claro talante anticlerical como el Lazarillo en este catálogo?[14] Interrogantes todos que capea hábilmente la estudiosa.
Otra de las hesitaciones que nos surgen reside en las fechas históricas que se muestran en el texto. La primera de ellas la encontramos muy tempranamente. Lázaro cuenta cómo su padre «avía muerto en la de los Gelves»[15]. M. Bataillon pensó «que se trataba de la desgraciada expedición de don García de Toledo (1510)». Sería más tarde cuando se retractaría de esta afirmación para sentenciar que más bien la referencia aludiría a «la expedición de don Hugo de Moncada, que tomó los Gelves en 1520»[16]. La segunda de las referencias históricas se nos ofrece al final: «Esto fue el mesmo año que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró, y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regozijos y fiestas, como V. M. avrá oýdo»[17]. Esta alusión a la entrada del Emperador en Toledo tiene sus entresijos. Puede remitir a las Cortes de 1525 o a las de 1538[18]. Navarro Durán concluye que alude a la batalla librada en 1510 y que la referencia a la entrada del Emperador «sólo puede ser la de 1525»[19]. Me siento en la obligación de decir que cada investigador, dependiendo de la teoría (en este caso hablamos de autoría) que sostenga, elige para sus fines una fecha u otra. Todo lo que añada yo aquí para impugnar la datación de la obra es trabajo que ya han realizado todos los que se obcecan por encontrar un autor —su autor—[20].
No en vano, debemos tener en cuenta, como aduce F. Lázaro Carreter, que el autor ha podido utilizar el recurso de aludir a una entrada del Emperador en Cortes como tópico literario[21]. O, por otra parte, y dentro de una lógica aguda y sagaz, el autor «pudo haber estudiado de intento la cronología de la acción, en tanto mayor grado cuanto todo esfuerzo por alejar los hechos en el tiempo no sería más que un acto de elemental prudencia» [22].
Si bien, no me gustaría dejar escapar la ocasión sin matizar algo. Me llama la atención que sea moneda de curso corriente manifestar que en el año de 1525 España vivía unos momentos gloriosos y una apacible calma; por el contrario, es común decir que en 1538 la situación había cambiado por completo: época de calamidades en donde se padecía una crisis de hambre y pestilencia, por no añadir la trágica muerte del hijo de la emperatriz en el parto y posteriormente la de ella. Pocos son los que difieren de estos datos. Pero pocos son los que citan de dónde los extraen, cuando más remiten a otro libro o artículo que se pronuncia sobre este asunto[23]. Tan sólo con que recurramos a uno de los cronistas de Carlos V se nos pueden abrir claraboyas iluminativas y aportarnos una visión más o menos objetiva del dilema que se nos presenta. Uno de los cronistas más reputados que podemos consultar es sin duda fray Prudencio de Sandoval, quien nos narra con suma minuciosidad los hechos que atañen a nuestro interés. Con sólo leer las primeras palabras que escribe nos dará buena idea de lo que ocurrió: «Las cortes del año 1538 fueron tan célebres por el llamamiento general, que el Emperador hizo de todos los grandes y señores de título de Castilla, que me obligan a decir de ellas más particularidades que de otras»[24]. Con total independencia de lo que ocurriera después, a nadie le cabrá duda de la fama que tuvieron
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