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Liar By Asimov (traducido)

danilius1 de Diciembre de 2013

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¡MENTIROSO! By Asimov

Alfred Lanning encendió su cigarro con parsimonia, pero las puntas de sus dedostemblaban ligeramente. Sus cejas grises se curvaban hacia abajo mientras hablaba entrechupadas.

— Lee las mentes, de acuerdo... ¡sobre ello no hay la mínima maldita duda! Pero ¿por qué?-dijo, y miró al matemático Peter Bogert-. ¿Y bien?Bogert se aplastó su negro cabello con las dos manos.

— Este era el trigésimo cuarto modelo RB que hemos producido, Lanning. Todos losdemás eran estrictamente ortodoxos.El tercer hombre que se hallaba en la mesa frunció el ceño. Milton Ashe era el oficial más joven de «U.S.Robots & Mechanical Men Corporation», y estaba orgulloso de su puesto.

— Escucha, Bogert. En el ensamblaje no surgió ni una sola dificultad desde el principiohasta el final. Lo garantizo.Los gruesos labios de Bogert se abrieron en una sonrisa protectora.

— ¿Ah, sí? Si puedes responder por toda la cadena de montaje, recomendaré tu ascenso.Con cifras exactas, hay setenta y cinco mil doscientas treinta y cuatro operacionesnecesarias para la fabricación de un solo cerebro positrónico, y cada operación separadadepende, para el éxito del acabado, de una serie de factores, de cinco a ciento cinco. Sicualquiera de ellas funciona mal, el «cerebro» se arruina. Lo cito de nuestro expedienteinformativo, Ashe.Milton Ashe se sonrojó, pero una cuarta voz cortó su réplica.

— Si vamos a empezar a intentar echamos la culpa los unos a los otros, yo me marcho -dijoSusan Calvin, cuyas manos estaban fuertemente apretadas sobre su regazo y cuyas arrugasalrededor de los finos y pálidos labios se habían intensificado-. Tenemos un robot queadivina los pensamientos entre las manos y me parece más importante que descubramosexactamente por qué lee las mentes. Y esto no lo vamos a conseguir diciendo: ¡Tu culpa!¡Mi culpa!Sus fríos y grises ojos se posaron en Ashe, y él sonrió entre dientes.Lanning también sonrió y, como siempre en semejantes momentos, su largo cabello blancoy sus ojillos sagaces le hacían parecer un patriarca bíblico.

— Tienes razón, doctora Calvin.Su voz se volvió súbitamente resuelta:

— Todo esto parece un concentrado de píldoras. Hemos producido, de una partidasupuestamente ordinaria, un cerebro positrónico que tiene la notable propiedad de ser capazde armonizar con las ondas del pensamiento. Si supiésemos cómo ha sucedido, marcaría eladelanto más importante en robótica desde hace décadas. No lo sabemos, y tenemos quedescubrirlo. ¿Está claro?

— ¿Puedo hacer una sugerencia? -preguntó Bogert.

— ¡Adelante!

— Yo diría que mientras no hayamos resuelto el enigma, y yo como matemático creo quees un endemoniado lío, mantengamos la existencia de RB-34 en secreto. Quiero decir incluso para los otros miembros del equipo. Como responsables de los diferentesdepartamentos, el problema no debería ser insoluble, y cuantas menos personas estén al

corriente...

— Bogert tiene razón -dijo la doctora Calvin-. A pesar de que el Código Interplanetario fuemodificado a fin de permitir que los modelos de robots fuesen probados en las plantas antesde ser enviados al espacio, la propaganda antirrobot se ha incrementado. Si se filtra unasola palabra sobre un robot que es capaz de leer el pensamiento antes de que hayamosanunciado el control completo del fenómeno, le sacarán partido a la situación.Lanning dio una larga chupada a su cigarro y asintió gravemente. Se volvió hacia Ashe.

— Me parece haberte oído decir que estabas solo cuando tropezaste por primera vez con elasunto del adivinador de pensamiento.

— Estaba solo... y me llevé el susto de mi vida. RB-34 acababa de ser sacado de la mesa demontaje y me lo mandaron. Obermann estaba fuera en alguna parte, así que yo mismo lo bajé a las salas de pruebas. -Ashe hizo una pausa, y una ligera sonrisa se perfiló en suslabios-. Decidme, ¿alguno de vosotros ha mantenido alguna vez una conversación mentalsin saberlo? Nadie se preocupó de contestar, y él continuó:

— Al principio no te das cuenta, ¿sabéis? Él simplemente me hablaba, con la mayor lógicay sensibilidad que podáis imaginar, y no fue hasta que estaba a punto de llegar a las salas de pruebas cuando me percaté de que yo no había dicho nada. Claro que pensaba mucho, perono es lo mismo, ¿verdad? Encerré a esa cosa con llave y corrí en busca de Lanning. Me diohorror haberlo tenido caminando junto a mí, escudriñando con toda tranquilidad en mimente, seleccionando y extrayendo mis pensamientos.

— imagino que debió de ser terrible -dijo Susan Calvin, seriamente. Su mirada se posó enAshe de una forma extraña y deliberada-. Estamos tan acostumbrados a considerar quenuestros pensamientos son privados.Lanning interrumpió con impaciencia.

— Entonces sólo nosotros cuatro lo sabemos. ¡De acuerdo! Vamos a ocuparnos de esto demanera sistemática. Ashe, quiero que revises la línea de montaje desde el principio hasta elfinal... todo. Debes eliminar todas las operaciones donde no hubo posibilidad de error, yhacer una lista de todas aquellas donde pudo haberlo, junto con su naturaleza y posiblemagnitud.

— Es mucho pedir -dijo Ashe, gruñendo.

— ¡Naturalmente! Por supuesto, puedes poner a tus subordinados a trabajar en ello, todos sies necesario, y no te preocupes si nos retrasamos en la producción. Pero ellos no debenconocer la razón, ¿comprendido?

— ¡Mmm-m-m, sí! -El joven técnico sonrió irónicamente-. Aun así sigue siendo un trabajode envergadura.Lanning se volvió en su silla y se dirigió a Calvin.

— Tú tendrás que emprender la tarea en otra dirección. Tu eres la robopsicóloga de la planta, así que tienes que estudiar al robot en cuestión y trabajar hacia atrás. Intentadescubrir cómo funciona. Estudia qué otra cosa está vinculada a sus poderes telepáticos,hasta dónde alcanzan, cómo afectan a su actitud, y exactamente en qué medida se handañado sus propiedades normales de RB. ¿Lo has comprendido?Lanning no esperó la respuesta de la doctora Calvin.

— Yo coordinaré el trabajo e ínterpretaré los hallazgos matemáticamente. -Dio unachupada violenta a su puro y murmuró el resto a través del humo-. Bogert me ayudará enesto, por supuesto.Bogert se estaba limpiando las uñas de una gordinflona mano con la otra, y dijo

suavemente:

— Me atrevo a decir que sé algo del tema.

— ¡Bien! Me pongo en acción -dijo Ashe, y empujó su silla hacia atrás y se levantó. Su joven y agradable rostro se arrugó en una mueca-: A mí me ha tocado el peor trabajo detodos, así que me voy a trabajar. -Y se marchó diciendo entre dientes-: ¡Hasta luego!Susan Calvin contestó con un gesto de la cabeza apenas perceptible, pero sus ojos losiguieron hasta que se perdió de vista y no contestó cuando Lanning gruñó y dijo:

— ¿Quiere subir ahora y ver a RB-34?Los ojos fotoeléctricos de RB-34 se levantaron del libro ante el sonido apagado de goznesque giraban y estaba de pie cuando Susan Calvin entró.Ella se detuvo para ajustar la señal «Prohibida la entrada» en la puerta y se acercó al robot.

— Te he traído los textos sobre los motores hiperatómicos, Herbie... son unos cuantos.¿Podrías echarles un vistazo?RB-34 -comúnmente llamado Herbie- tomó los tres pesados libros de sus brazos y abrióuno en la portada:

— ¡Mm-m-m! Teoría hiperatómica -murmuró de forma inarticulada para sí mismo mientras pasaba las páginas, luego habló con un aire distraído-: ¡Siéntese, doctora Calvin! Metomará unos minutos.La psicóloga se sentó y miró a Herbie atentamente mientras él tomaba asiento en otra sillaal otro lado de la mesa y examinaba los tres libros de forma sistemática.Al cabo de media hora, los dejó.

— Por supuesto sé por qué los ha traído.Las comisuras de la doctora Calvin se contrajeron nerviosamente,

— Temía que así fuese. Es difícil trabajar contigo, Herbie. Siempre estás un paso másadelantado que yo.

— Lo mismo ocurre con estos libros, ¿sabe?, y con los otros. Simplemente no me interesan. No hay nada en sus libros de texto. Su ciencia es sólo un montón de datos recopilados yemplastados con una teoría temporal... y todos tan increíblemente simples, que apenasmerece la pena preocuparse por ellos.»Es su ficción lo que me interesa. Sus estudios sobre la interacción de los motivos yemociones humanos. -Su enorme mano hizo un vago gesto mientras buscaba las palabrasadecuadas.La doctora Calvin susurró:

— Creo que comprendo.

— Veo dentro de las mentes, ¿sabe? -continuó el robot-, y no puede usted imaginarse locomplicadas que son. No puedo comprenderlo todo porque mi propia mente tiene muy pocoen común con ellas... pero lo intento, y sus novelas me ayudan.

Sl, pero me temo que después de haber leído las horrendas experiencias emocionales denuestra novela sentimental actual -hubo un tinte de amargura en su voz-, encontrarásnuestras mentes reales aburridas y sosas.

— ¡Pues claro que no!La repentina energía de su respuesta hizo que ella se pusiese en pie. Sintió que se estabaruborizando y pensó furiosamente: «¡Debe de saberlo!»Herbie se calmó de pronto y murmuró en voz baja de la cual se había desvanecido casicompletamente el timbre metálico:

— Por supuesto, lo sé, doctora Calvin. Usted piensa siempre en ello, ¿cómo, por consiguiente, podría yo hacer otra cosa más que saberlo?El rostro de ella se había endurecido.

— ¿Se lo has dicho... a alguien?

— ¡Claro que no! -contestó el robot, con genuina sorpresa-. Nadie me lo ha preguntado.

— Bien, pues -dijo aliviada-.

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