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Literatura

Perla201214 de Septiembre de 2014

506 Palabras (3 Páginas)170 Visitas

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PINOCHO

CARLO COLLODI

CAPITULO I

De cómo el carpintero maese Cereza encontró un trozo de madera que lloraba y

reía como un niño.

--Pues, señor, éste era...

--¡Un rey! --dirán en seguida mis pequeños lectores.

--Pues no, muchachos nada de eso.

Este era un pedazo de madera.

Pero no un pedazo de madera de lujo, sino sencillamente un leño de esos con que

en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.

Pues, señor, es el caso que, Dios sabe cómo, el leño de mi cuento fue a parar

cierto día al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era maese Antonio, pero al

cual llamaba todo el mundo maese Cereza, porque la punta de su nariz, siempre

colorada y reluciente, parecía una cereza madura. Cuando maese Cereza vio

aquel leño, se puso más contento que unas Pascuas. Tanto, que comenzó a

frotarse las manos, mientras decía para su capote:

--¡Hombre! ¡llegas a tiempo! ¡Voy a hacer de ti la pata de una mesa!

Dicho y hecho; cogió el hacha para comenzar a quitarle la corteza y desbastarlo.

Pero cuando iba a dar el primer hachazo, se quedó con el brazo levantado en el

aire, porque oyó una vocecita muy fina, muy fina, que decía con acento

suplicante:

--¡No! ¡No me des tan fuerte!

¡Figuraos cómo se quedaría el bueno de maese Cereza!

Sus ojos asustados recorrieron la estancia para ver de dónde podía salir aquella

vocecita, y no vio a nadie. Miró debajo del banco, y nadie; miró dentro de un

armario que siempre estaba cerrado, y nadie; en el cesto de las astillas y de las

virutas, y nadie; abrió la puerta del taller, salió a la calle, y nadie tampoco. ¿Qué

era aquello?

--Ya comprendo --dijo entonces sonriendo y rascándose la peluca--. Está visto

que esa vocecita ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!

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Y tomando de nuevo el hacha, pegó un formidable hachazo en el leño

--¡Ay! ¡Me has hecho daño! --dijo quejándose la misma vocecita.

Esta vez se quedó maese Cereza como si fuera de piedra, con los ojos espantados,

la boca abierta y la lengua fuera, colgando hasta la barba como uno de esos

mascarones tan feos y tan graciosos por cuya boca sale el caño de una fuente.

Se quedó hasta sin voz. Cuando pudo hablar, comenzó a decir temblando de

miedo y balbuceando:

--Pero, ¿de dónde sale esa vocecita que ha dicho ¡ay!? ¡Si aquí no hay un alma!

¿Será que este leño habrá aprendido a llorar y a quejarse como un niño? ¡Yo no

puedo creerlo... Este leño... Aquí está: es un leño de chimenea como todos los

leños de chimenea: bueno para echarlo al fuego y guisar un puchero de

habichuelas! ¡Zambomba! ¿Se habrá escondido alguien dentro de él? ¡Ah! Pues si

alguno se ha escondido dentro, peor para él. Ahora le voy a arreglar yo.

Y diciendo esto agarró el pobre leño con las dos manos, y empezó a golpearlo sin

piedad contra las paredes del taller.

Después se puso a escuchar si se queja alguna vocecita. Esperó dos minuto y

nada; cinco minutos, y nada: diez minutos, y nada.

--Ya comprendo --dijo entonces tratando de sonreír y arreglándose la peluca--.

Está visto que esa vocecita que ha dicho ¡ay! ha sido una ilusión

...

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