Los Cuatro Acuerdos
tanyanyara16 de Noviembre de 2012
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INTRODUCCIÓN
Espejo Humeante
Hace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo, que vivía cerca de una ciudad
rodeada de montañas. Este ser humano estudiaba para convertirse en un chamán, para aprender
el conocimiento de sus ancestros, pero no estaba totalmente de acuerdo con todo lo que aprendía.
En su corazón sentía que debía de haber algo más.
Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió de la
cueva a una noche de luna llena. El cielo estaba despejado y vio una infinidad de estrellas.
Entonces, algo sucedió en su interior que transformó su vida para siempre. Se miró las manos,
sintió su cuerpo y oyó su propia voz que decía: «Estoy hecho de luz; estoy hecho de estrellas».
Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de que no son las estrellas las que crean la luz, sino que es
la luz la que crea las estrellas. «Todo está hecho de luz –dijo–, y el espacio de en medio no está
vacío.» Y supo que todo lo que existe es un ser viviente, y que la luz es la mensajera de la vida,
porque está viva y contiene toda la información.
Entonces se dio cuenta de que, aunque estaba hecho de estrellas, él no era esas estrellas. «Estoy
en medio de las estrellas», pensó. Así que llamó a las estrellas el tonal y a la luz que había entre
las estrellas el nagual, y supo que lo que creaba la armonía y el espacio entre ambos es la Vida o
Intento. Sin Vida, el tonal y el nagual no existirían. La Vida es la fuerza de lo absoluto, lo supremo,
la Creadora de todas las cosas.
Esto es lo que descubrió: todo lo que existe es una manifestación del ser viviente al que llamamos
Dios; todas las cosas son Dios. Y llegó a la conclusión de que la percepción humana es sólo luz
que percibe luz.
También se dio cuenta de que la materia es un espejo –todo es un espejo que refleja luz y crea
imágenes de esa luz–, y el mundo de la ilusión, el Sueño, es tan sólo como un humo que nos
impide ver lo que realmente somos. «Lo que realmente somos es puro amor, pura luz», dijo.
Este descubrimiento cambió su vida. Una vez supo lo que en verdad era, miró a su alrededor y vio
a otros seres humanos y al resto de la naturaleza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí mismo en
todas las cosas: en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en
las nubes, en la Tierra... Y vio que la Vida mezclaba el tonal y el nagual de distintas maneras para
crear millones de manifestaciones de Vida.
En esos instantes lo comprendió todo. Se sentía entusiasmado y su corazón rebosaba paz. Estaba
impaciente por revelar a su gente lo que había descubierto. Pero no había palabras para explicarlo.
Intentó describirlo a los demás, pero no lo entendían. Vieron que había cambiado, que algo muy
bello irradiaba de sus ojos y de su voz. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre nada ni nadie.
Ya no se parecía a nadie.
El los comprendía muy bien a todos, pero a él nadie lo comprendía. Creyeron que era una
encarnación de Dios; al oírlo, él sonrió y dijo: «Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros también lo sois.
Todos somos iguales.
Somos imágenes de luz. Somos Dios». Pero la gente seguía sin entenderlo.
Había descubierto que era un espejo para los demás, un espejo en el que podía verse a sí mismo.
«Cada uno es un espejo», dijo. Se veía en todos, pero nadie se veía a sí mismo en él. Y
comprendió que todos soñaban pero sin tener consciencia de ello, sin saber lo que realmente eran.
No podían verse a ellos mismos en él porque había un muro de niebla o humo entre los espejos. Y
ese muro de niebla estaba construido por la interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los
seres humanos.
Entonces supo que pronto olvidaría todo lo que había aprendido. Quería acordarse de todas las
visiones que había tenido, así que decidió llamarse a sí mismo «Espejo Humeante» para recordar
siempre que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber
qué somos. Y dijo:
«Soy Espejo Humeante porque me veo en todos vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente
por el humo que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres tú, el soñador».
Es fácil vivir con los ojos cerrados,
interpretando mal todo lo que se ve...
JOHN
LENNON
La domesticación y el sueño del planeta
Lo que ves y escuchas ahora mismo no es más que un sueño. En este mismo momento estás
soñando.
Sueñas con el cerebro despierto. Soñar es la función principal de la mente, y la mente sueña
veinticuatro horas al día. Sueña cuando el cerebro está despierto y también cuando está dormido.
La diferencia estriba en que, cuando el cerebro está despierto, hay un marco material que nos
hace percibir las cosas de una forma lineal. Cuando dormimos no tenemos ese marco, y el sueño
tiende a cambiar constantemente.
Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que naciésemos, aquellos que nos
precedieron crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el sueño
del planeta. El sueño del planeta es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más
pequeños, de sueños personales que, unidos, crean un sueño de una familia, un sueño de una
comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño de un país, y finalmente, un sueño de toda la
humanidad. El sueño del planeta incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes,
sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus
acontecimientos sociales y sus celebraciones.
Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, y los seres humanos que nos preceden nos
enseñan a soñar de la forma en que lo hace la sociedad. El sueño externo tiene tantas reglas que,
cuando nace un niño, captamos su atención para introducir estas reglas en su mente. El sueño
externo utiliza a mamá y papá, la escuela y la religión para enseñarnos a soñar.
La atención es la capacidad que tenemos de discernir y centrarnos en aquello que queremos
percibir.
Percibimos millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el
primer plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos que nos rodeaban captaron nuestra
atención y, por medio de la repetición, introdujeron información en nuestra mente. Así es como
aprendimos todo lo que sabemos.
Utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa, un sueño completo. Aprendimos
cómo comportarnos en sociedad: qué creer y qué no creer; qué es aceptable y qué no lo es; qué
es bueno y qué es malo; qué es bello y qué es feo; qué es correcto y qué es incorrecto. Ya estaba
todo allí: todo el conocimiento, todos los conceptos y todas las reglas sobre la manera de
comportarse en el mundo.
Cuando íbamos al colegio, nos sentábamos en una silla pequeña y prestábamos atención a lo que
el maestro nos enseñaba. Cuando Íbamos a la iglesia, prestábamos atención a lo que el sacerdote
o el pastor nos decía. La misma dinámica funcionaba con mamá y papá, y con nuestros hermanos
y hermanas. Todos intentaban captar nuestra atención. También aprendimos a captar la atención
de otros seres humanos y desarrollamos una necesidad de atención que siempre acaba siendo
muy competitiva. Los niños compiten por la atención de sus padres, sus profesores, sus amigos:
«¡Mírame! ¡Mira lo que hago! ¡Eh, que estoy aquí!».
La necesidad de atención se vuelve muy fuerte y continúa en la edad adulta.
El sueño externo capta nuestra atención y nos enseña qué creer, empezando por la lengua que
hablamos. El lenguaje es el código que utilizamos los seres humanos para comprendernos y
comunicarnos.
Cada letra, cada palabra de cada lengua, es un acuerdo. Llamamos a esto una página de un libro;
la palabra página es un acuerdo que comprendemos. Una vez entendemos el código, nuestra
atención queda atrapada y la energía se transfiere de una persona a otra.
Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni tus valores morales: ya estaban ahí antes de que
nacieras. Nunca tuvimos la oportunidad de elegir qué creer y qué no creer. Nunca escogimos ni el
más insignificante de estos acuerdos. Ni siquiera elegimos nuestro propio nombre.
De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdo con
la información que otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta. La única forma de
almacenar información es por acuerdo. El sueño externo capta nuestra atención, pero si no
estamos de acuerdo, no almacenaremos esa información. Tan pronto como estamos de acuerdo
con algo, nos lo creemos, y a eso lo llamamos «fe». Tener fe es creer incondicionalmente.
Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen todo lo que dicen los adultos.
Estábamos de acuerdo con ellos, y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se
nos había transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra
...