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Nadie Los Vio Salir

andrewdavid10 de Octubre de 2012

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En nadie los vio salir de Eduardo Antonio Parra la narrativa comienza:

Llegaron a eso de las tres. Cuando los músicos todavía no se cansan y avientan cumbias y corridos como si estuvieran empezando. A esas alturas de la madrugada ni nosotras ni los clientes estamos tan borrachos, y casi nadie perdona una pieza sin ponerse a zapatear. Los de la maquila apenas acaban la segunda jornada y entran bien ganosos, con la garganta nuevecita y los billetes de la raya listos en la bolsa para reventarse un buen rato de cerveza y compañía.

La visión del congal se presenta a partir de la focalización de la voz narrativa, que según explica Oscar Taca el narrador cuenta pero da pausas para reproducir lo que los otros personajes dicen. La descripción de la narradora realza la decadencia del ambiente: “Como aquí no hay clima, lo único es echarse unas frías. Esos ventiladores del techo nomás sirven para revolver los olores; diario los mismos: sudores, cerveza, meados, perfumes, cigarro y hasta vomito”. La joven pareja llega al congal, llama la atención por la belleza que contrasta con los bebedores asiduos, los gringos, los negros y nacionales que llegan hasta esos barrios. La narradora, como testigo de la historia, participa en menor grado en la s acciones de los personajes y limita su narración a lo que observa, siguiendo a la pareja a manera de Vouyer, desde el primer cubetazo de cerveza. Isocronicamente, la narradora presenta a su acompañante: Don Chepe, un viejo jubilado y medio sordo, que llega en las noches a invitarle una cerveza, recordando los años pasados: “con los años a él se le fue muriendo poco a poco la hombría y yo, pues dejé el atractivo por ahí” . La narradora, a través de la voz y la mirada, presenta a los demás personajes: los gringos borrachos que llegan al congal con “bermudas floreadas y sombreros de zapatistas”; las mujeres que los acompañan “rubias y flacas”; y Marcial, el dueño del lugar que trata de complacerlos y darles el mejor lugar para que gasten muchos dólares en alcohol y con sus “pupilas” en los cuartos. No importaba quien fuera el cliente: éramos bien jariosas y nos gustaba tanto el hombre… Pero los años no nomás se llevan lo bonita de una; también las ganas y nos dejan la pura nostalgia. La dimensión icónica del lenguaje, producida por un grado creciente de particularización, se da entonces no sólo en el nivel de la constitución semántica de un lexema aislado sino en el nivel discursivo, ya que los adjetivos y toda suerte de frases calificativas también cumplen con esta función particularizarte. Al atravesar la pista, aún vacía por la pausa entre pieza y pieza, se detuvo para aventarse un palomazo de unos pasos de baile. [..] Creí que iba a echarse a volar cuando menos lo esperáramos y sentí una especie de ahogo por la emoción. [..] Aunque bailó nada más unos segundos, sus movimientos agitaron el ambiente. Me fijé en que eran muy semejantes. Como hermanos. No lo había notado y me dio curiosidad. Forcé la vista para fisgonearlos bien, y un estremecimiento me puso el pellejo de gallina. No nada más parecían hermanos, sino gemelos: quitándole a ella el cabello, y sin tomar en cuenta la diferencia en los tamaños, se podría jurar que habían nacido de la misma madre o el mismo padre. El grado de confiabilidad depende de la ilusión de “objetividad” que logre a través de ese retrato. A su vez esta ilusión de objetividad depende del modelo descriptivo utilizado: mientras mejor embone con los modelos cognitivos propuestos por el saber de la época, mayor será la ilusión de que la descripción no sólo es completa sino imparcial. Dejé de mirar cuando sentí la mano de don Chepe quemándome los muslos por debajo de la falda. Lo encaré y, sin darme tiempo de nada, me besó igual que lo hacía en nuestros mejores años antes de subir a la recámara. [..] Gemí cuando, con la otra mano, llevó la mía hacia su bragueta

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