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PRUEBA EFRAIN EN LA VEGA

EVELIZABETH197531 de Mayo de 2015

5.578 Palabras (23 Páginas)362 Visitas

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Efraín en La Vega

Mario Carvajal y Victor Hugo Riveros

INDICE

Primer día de vacaciones

El subterráneo

El canto misterioso

El Sopita

Joselote y Cocoliso

Compañeros de aventura

La niña fantasma

Buscando a Segundo

La liberación

De vuelta al colegio

PRIMER DÍA DE VACACIONES

El primer lunes de enero, Efraín fue despertado por su padre.

– ¡A levantarse! Nos vamos a trabajar.

– ¡Pero, papá, si todavía está oscuro! –reclamó Efraín mirando la ventana–. ¡Tengo sueño!

–En La Vega comienzan a trabajar cuando todavía es de noche –dijo su padre–. Por esta vez yo

te iré a dejar más temprano porque después debo ir a mi trabajo. Desde mañana te irás solo y

podrás llegar más tarde.

Efraín Garcés y su padre partieron caminando hacia La Vega. El niño no dejaba de pensar en

las extrañas vacaciones que estaban por comenzar. Acostumbrado a ir todos los años a El Tabo,

este verano se presentaba muy diferente.

A medida que se acercaban a La Vega se escuchaba un ruido que iba aumentando. Efraín se

sorprendió cuando comenzó a ver a esa hora de la mañana varios carretones cargados de frutas

y verduras tirados por esforzados trabajadores. Dieron vuelta a una esquina y se encontraron

con mucha gente que iba y venía en plena actividad. Mujeres y hombres cargaban sacos, daban

órdenes a gritos y Efraín comenzó a sentir intensos olores de frutas y verduras, que se

mezclaban con quesos, pescados y carnes. Pequeños locales, pegados uno al lado del otro,

vendían todo tipo de productos. Habían llegado a La Vega; cruzaron galpones y pasillos llenos

de colores que Efraín nunca había visto, a pesar de vivir tan cerca.

El niño y su padre llegaron a un gran portón de madera con un letrero que decía El Paraíso. Era

el negocio del tío Abelardo.

Cuando se disponían a entrar, un gato gordo cruzó la calle y antes de doblar la esquina miró a

Efraín y le cerró un ojo. Los gatos no le cierran el ojo a las personas, pensó el niño, y salió

corriendo a buscarlo, pero había desaparecido. El tío Abelardo salió a saludarlos. Era un

hombre delgado, no muy alto, de grandes bigotes y pelo negro. Siempre andaba despeinado y

con una sonrisa de oreja a oreja. Su negocio era un galpón repleto de cajas y grandes canastos

con frutas y verduras.

– ¡Así que vai a estar viniendo pa’cá durante las vacaciones! –le dijo el tío a Efraín, haciéndole

cariño en la cabeza.

–Si poh, tío –respondió Efraín, con tristeza.

–Aquí lo vai a pasar mejor que en la playa. ¡Acuérdate!

Efraín no estaba muy convencido de que La Vega iba a ser más entretenida que El Tabo. Pero

no había otra alternativa. Sus padres, por motivos de trabajo, no iban a salir de Santiago y la

única solución para que no se quedara solo en casa era estar en el negocio de su tío todas las

mañanas.

Su padre se despidió y Efraín se dedicó a mirar a la gente pasar, recorrer el local y observar cada

detalle. Todo era nuevo y extraño. Las cajas y canastos se amontonaban por todos lados. Al

fondo, una puerta conducía a un pequeño baño, y en uno de los rincones había una tapa de

madera en el suelo.

– ¿Para qué es esa tapa? –preguntó Efraín.

–Para bajar al subterráneo –respondió el tío–. Hace muchos años, la persona que fue dueña del

local dejó un montón de cosas allí y nunca las vino a buscar.

Efraín se quedó pensativo. Siempre le habían atraído los lugares llenos de cosas viejas.

–Tal vez podís encargarte de limpiar y ordenar ese lugar –dijo su tío, sonriendo–; a mí me

serviría mucho para poner más mercadería. ¿Qué te parece si desde mañana lo tomái como un

trabajo hasta que terminís tus vacaciones?

Efraín abrió los ojos entusiasmado y aceptó el encargo de inmediato. Ordenar un subterráneo

repleto de cosas viejas le pareció muy interesante.

EL SUBTERRÁNEO

Al día siguiente, Efraín llegó a La Vega muy temprano.

– ¿Te costó llegar? –le preguntó su tío–. ¿Te viniste solo?

–Sí, y es súper fácil, tío –respondió Efraín –. Yo vivo cerca, en la calle Maruri.

Se puso a trabajar de inmediato. Fue al rincón donde estaba la tapa de madera que conducía al

subterráneo y comenzó a levantarla; era más pesada de lo que esperaba. Una vez que logró

abrirla se encontró con una escalera que se veía bastante oscura. Su tío se acercó y pasandole

una linterna le dijo:

–Toma, esto te puede servir –y lo dejó solo.

Efraín la encendió y empezó a descender. Cuando llegó al piso del subterráneo se encontró en

una gran pieza llena de objetos amontonados en gran desorden. El lugar no tenía ninguna

ventana y hacía frío.

Temeroso, Efraín comenzó a recorrer el lugar pensando que no iba a ser fácil ordenar tanto

cachureo. Al fondo de la pieza, medio escondidos entre unas cajas, había un hombre y una

mujer que lo miraban fijamente. Dio un salto y vio que los personajes no tenían piernas, sino

una base de madera. Eran maniquís con extraños sombreros, como los que había visto en las

tiendas de ropa. Respiró aliviado mientras su corazón latía aceleradamente.

El niño continuó con su visita y sobre una vieja mesa encontró una caja cubierta de polvo.

Tomó un pedazo de papel y la limpió. Sobre la tapa apareció el dibujo de un bello paisaje de

campo y en una esquina estaba firmado el nombre Jacinta.

Efraín se apresuró a abrir la caja, pero estaba cerrada con un pequeño candado y no se veía

ninguna llave. Dejó la caja cuidadosamente y continuó mirando otros objetos. Encontró una

vieja máquina de coser, dos máscaras, un baúl lleno de ropa vieja, un montón de fotos antiguas,

archivadores llenos de papeles, una pintura enmarcada con el retrato de un militar y una caja

llena de monedas antiguas. Fue reuniendo los objetos ordenadamente cerca de la escalera para

finalmente sacarlos del local. Había cosas que era mejor botar a la basura, y otras que prefirió

conservar.

Estuvo trabajando toda la mañana moviendo cajas, y después de tanto esfuerzo se tendió a

descansar en un viejo sofá de tercio pelo que estaba junto a los maniquís que tanto lo habían

asustado. En un par de minutos se quedó dormido profundamente. Comenzó a soñar con un

campo y una niña muy hermosa, un poco mayor que él. La joven susurraba: «La llave está junto

al reloj... la llave está junto al reloj...». Su sueño fue interrumpido por la voz de su tío Abelardo:

– ¡Efraín, ya es hora que volvái a tu casa! Tu

papá me dijo que fueras puntual y te fueras a la

hora de almuerzo, pa' que tu mamá no se

preocupara.

El niño se dirigió a su casa y en el camino no

dejó de pensar en el sueño que había tenido con

la niña campesina, que hablaba de una llave

junto a un reloj... ¿Sería la pequeña llave para

abrir la caja de madera?

EL CANTO MISTERIOSO

Al día siguiente se levantó ansioso por llegar al subterráneo. Tomó desayuno, se despidió

apurado y partió caminando hacia La Vega.

Cuando llegó al negocio, el tío Abelardo lo saludó cariñosamente.

–Hay mucho que hacer allá abajo –le contó Efraín–. Está todo desordenado.

No quiso dar muchos detalles porque no quería contarle a su tío la aventura que estaba

comenzando a vivir.

Se dirigió directamente al subterráneo y empezó su tarea moviendo cajas de un lado a otro,

barriendo y sacudiendo.

Apoyado en uno de los muros del subterráneo había un armario con pequeños cajones. Se puso

a abrirlos y estaban llenos de cosas. En uno de ellos había una peineta junto a un espejo; en

otro, un viejo reloj con una cadena que en su extremo tenía una pequeña llave plateada, y en el

último, estampillas. Recordó el sueño del día anterior y con la llave plateada corrió a buscar la

caja que no había logrado abrir.

Introdujo la llave y el candado se abrió de inmediato. Levantó suavemente la tapa y dentro de la

caja encontró numerosas fotos y dibujos, algunos acompañados de poesías que hablaban de

campos, ríos, lagos y bosques.

De pronto, Efraín comenzó a escuchar la voz de una

niña cantando. Se quedó muy quieto. La misteriosa voz

provenía de un lugar cercano, pero no del interior del

subterráneo. Se oía más allá de los muros. Era una voz

tan dulce que sintió ganas de acercarse. Cerró la caja

lentamente y caminó hacia el fondo del subterráneo; allí

la voz se sentía más cercana. Cuidadosamente comenzó

a desplazar los maniquís hacia un lado y encontró una

pequeña puerta. La suave melodía provenía de ese

lugar. Tomó la manilla de la puerta y comenzó a abrirla.

Vio un largo pasillo que se oscurecía hacia el fondo y sintió una brisa muy helada. La dulce voz

se alejó y no se escuchó más. Asustado, Efraín cerró la pequeña puerta y salió rápidamente del

subterráneo.

Durante el resto de la mañana, Efraín dio

...

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