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Pensativa


Enviado por   •  28 de Abril de 2014  •  1.056 Palabras (5 Páginas)  •  325 Visitas

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Pensativa: capítulo 2

Fueron hermosos esos días, los primeros de mi estancia en la rumorosa y se preguntaba ¿Dónde estaba el fastidio que tanto había temido al salir de México? Me sentía fortificado como si al pisar la tierra natal en la que mi apellido no era nombre entre tantos y en la que por todas partes encontraba huellas de mis abuelos.

Me despertaban por las mañanas las campanas de santa clara al levantarme observaba a la chacha que hacia maniobrar en los corredores a las criadas descalzas que arrojaban agua sobre las baldosas y descubrían las jaulas para asearlas.

Antes de almorzar saludaba a mi tía ahora ya no era capaz de desear su muerte y la veía con placer ir recuperando las fuerzas y con ellas la voz y el gusto por referir sus recuerdos en los que mis padres siempre aparecían . Mi prima Jovita una mujer delgada y tímida vestida de negro había llegado para servir de enfermera.

Yo tomaba de la bandeja de plata que traía Jovita el vaso de leche y lo acercaba a los labios de la anciana con ello gozaba enternecida. En la mañana, tras de almorzar en el anchuroso comedor con piso de ladrillo aceptaba el caballo que un mocito me traía y abandonaba la rumorosa para dar largas galopadas por el campo. Me llevo al cementerio, sembrado de las tumbas de mi familia; a la Tenería, cuyos estanques relampagueantes entre los frutales.

Desde un otero, Fidel me mostraba cuando se desplomaban las cortinas de polvo, las cañadas sobre las que chillaban las aves de rapiña, los pinares obscuros extendidos en torno de las cumbres, el tajo amoratado por el rio se deslizaban antes de arrojarse a la llanura.

No cruce ni una vez el rio repelido por el aspecto taciturno de la otra ribera, en la que solo había eriales y cactos, colinas y después cerros fragosos. Bajamos hasta la mísera corriente por senderos de cabras; mientras los caballos se bebían el hilillo de agua, que se perdía entre los bancos de arena. Fidel me señalaba las marcas dejadas por las crecientes en las márgenes tajadas y apuntaba después a las nubes que entoldan el cielo.

Volvíamos a montar y regresábamos a santa clara, cuyas torres nos espiaban sin descanso sobre la arboleda. En los tardes yo hacía visitas o las recibía, visitaba a la parentela ya casi extinguida o las antiguas amistades de mis padres en aquellas casas robustas, claras, de cuyos eternos patios se elevaba sobre los tiestos floridos la algarabía de los pájaros enjaulados, encontré una turbadora población femenina : muchachas casi todas condenadas de morir solteras por la emigración de los hombres pero casi todas hermosas de grandes ojos obscuros en el rostro de ovalo perfecto , de finas extremidades de señoriles movimientos,

Pronto me sentí confundido al verme punto de mira de aquella gentil tropa y medí mis palabras para no dar pábulo a las fantasías. Por más que le alagara ser el objeto de los sueños de tantas chicas guapas, no quise comprometer a la ligera soltería y estudie sin aparentarlo a mis nuevas amigas.

Le pregunte a mi tía ¿qué dirías si me casara en santa

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