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Pronombres El Guayacán


Enviado por   •  1 de Mayo de 2018  •  Informes  •  643 Palabras (3 Páginas)  •  579 Visitas

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[Leyenda Guaycurú]

El Guayacán

La vieja payé repetía sin cesar: -El último guayacán muere en el ca-agüí... y con él desaparece de la tierra el árbol venerado… Ya no veremos sus flores amarillas cubriendo el follaje como manto de oro… El genio de la selva así lo quiere, y el guayacán no volverá a renacer porque sus flores morirán estériles…

Caminando por entre los árboles del bosque, la hechicera volvía a decir su triste presagio con voz pausada y monótona:

-El guayacán no volverá a renacer porque sus flores morirán estériles…

Los pájaros y los insectos que azorados la oían al pasar, movían sus alas con mayor rapidez para llevar la noticia a los otros pobladores del bosque.

Así llegó a los oídos de una panambí verá que hacía poco abandonaba su capullo suave y sedoso.

Las alas oscuras y brillantes del animalito, dos alas de gasa cubiertas de dibujos caprichosos, temblaron sobre la rama en que se posaba el insecto, y sin titubeos, graciosa y ligera, voló la mariposa hacia el lugar donde la última flor, del último guayacán, se estremecía agitada por la brisa.

Llego hasta ella la panambí verá. Se introdujo en la corola amarilla decidida a aguardar allí el momento que Ñandeyara hubiera señalado para su muerte.

De los pétalos amarillos de la única flor que embellecía las ramas del venerado guayacán, surgieron los brillantes reflejos del insecto que albergaba en su seno.

El sol se ocultó en el occidente y la selva enmudeció. Sus ruidos, sus cantos, sus murmullos, quedaron prisioneros de la noche que no tardó en llegar.

Era la hora del descanso. En el viejo guayacán se aquietaron los pétalos y las alas, y, mariposa y flor, unidas en su efímera existencia, fueron un capullito inmóvil aguardando su destino…

Pasaron varios días. El tiempo, que todo lo transforma, marchitó la flor y sus pétalos fueron cayendo uno a uno.

La  dulce panambí verá se aferró a los despojos y piadosa hasta el fin se albergó en el cáliz, que aún permanecía unido  a la rama, y en el depositó los huevos que darían origen a las nuevas mariposas.

Cumplido su destino, absorbió la esencia que contenía el cáliz y, sintiendo llegado su último minuto de existencia, la mariposa, llevando entre sus patas el germen de vida y de esperanza salvando de la flor, voló hasta una cascada de güembés  y de isipós, ocultándose bajo sus hojas.

La tierra húmeda la recibió afectuosa y como madre benévola de los seres creados, le ofreció su regazo.

Valiéndose de sus débiles patas,  que en su intento de prolongar una vida, se hicieron poderosas y la panambí verá cavó un hoyo,  y conservando integro su tesoro, se hundió en la tierra.

Ñandeyara premió esta acción noble y generosa.

Pasado un tiempo, las patas se transformaron en raíces, y del cuerpo surgieron los primeros brotes que poco a poco y por obra de la naturaleza le dieron nacimiento a un árbol fuerte y frondoso.

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