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Prueba De Cruzada En Jeans


Enviado por   •  28 de Agosto de 2012  •  2.948 Palabras (12 Páginas)  •  3.123 Visitas

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COLEGIO SUPERIOR DEL MAIPO

Ed. Media: Covadonga 178 – F. 8594131 – Fax. 8581167 Nombre:__________________

San Bernardo – Chile Curso:______________

Departamento de Lenguaje Fecha: _____/______/_______

Profesora. Marcela Urrutia Azócar.

PRUEBA DE LECTURA MENSUAL DE: “CRUZADA EN JEANS” 1°S MEDIOS FILA AAAAAAAA

INSTRUCCIONES GENERALES:

. Lee atentamente cada una de las preguntas.

. Asegúrate de comprenderlas para luego responder.

. No uses corrector, ni hagas borrones, pues ello estará anulando tu respuesta.

- Completa la hoja de respuestas

. Contesta sólo con lápiz pasta

- Esta prueba es de carácter sumativa

. Tiene 50minutos para responder la prueba

. Puntaje total 42 puntos

Aprendizajes Esperados:

a- Leer comprensivamente un texto

b- Extraer información explicita e implícita

c- Interpretar el sentido global del texto

d- Evaluar lo leído de acuerdo a las perspectivas del texto

e- Reconocer el significado de palabras provenientes de la lectura

I. LÉXICO CONTEXTUAL: Preguntas de vocabulario, consistentes cada una en una palabra que aparece subrayada en el texto, seguida de cinco opciones, una de las cuales usted elegirá para reemplazar el término destacado, según su significado y adecuación al contexto, de modo que no cambie el sentido del texto, aunque se produzca diferencia en la concordancia de género.

LA CRUZADA DE LOS NIÑOS, UN HECHO HISTÓRICO

Unos años después de finalizada la Cuarta Cruzada (1201-1204), en 1212 y bajo el papado de Inocencio III, tuvo lugar la que se conoce como “Cruzada de los Niños”, unos extraños y sorprendentes sucesos de los que existen diversos y contradictorios testimonios cargados de fantasía, hasta crear una extensa leyenda, que, aunque parece estar basada en algunos hechos reales, es aún objeto de debate entre los historiadores. Muestro a continuación una versión resumida de aquellos hechos, tomada de varias crónicas medievales.

“En mayo del año oscuro de 1212, un adolescente llamado Esteban de Cloyes, se presentó en la corte del rey Felipe con una carta que, según afirmaba, le había sido entregada por Jesucristo en persona, junto con el encargo de predicar una cruzada. El rey, sin prestarle atención lo envió de regreso, pero el zagal, en vez de volver serenamente a su casa, cayó en un fervoroso delirio y anunció a los cuatro vientos que Dios le había ordenado organizar una cruzada de niños para recobrar de las manos infieles la ciudad santa de Jerusalén. En menos de un mes las prédicas de Esteban habían conseguido reunir a millares de niños; ante la mirada, unas veces atónita, otras burlona, de los adultos, cerca de 30 mil niños franceses, acompañados por algunos religiosos y de otros peregrinos, emprendieron con él una desastrosa marcha a través de Provenza con rumbo a Marsella, desde donde esperaban que el Señor separara las aguas, tal y como lo había hecho con el pueblo judío en el mar Rojo, para que ellos cruzaran el mediterráneo y llegaran a Tierra Santa sin siquiera mojarse los pies. El pastor Esteban viajaba a bordo de un carrito con toldo y los demás a pie.

Al conocerse la noticia, en Alemania, se desencadenó un movimiento semejante, éste al mando de un muchacho llamado Nicolás quien, al igual que Esteban predicaba que el mar se abriría ante ellos. En poco tiempo reunió un ejército de niños que marchaban gustosos a derrotar a los moros. Sólo el Papa Inocencio trató de disuadirlos, cuando un pequeño grupo llegó a Roma, pero, para entonces, ya nada se podía hacer.

De los que habían salido de Colonia –cuenta J. Lehmann en su obra Las cruzadas–, menos de la tercera parte llegó a la ciudad portuaria de Génova a finales de agosto. El hambre, la sed y las penalidades del paso por los Álpes habían causado un auténtico desastre, cientos de cadáveres de niños quedaron desperdigados entre las montañas. También la expedición francesa padeció hambre y sed. Muchos murieron de inanición a los bordes del camino; otros volvieron como pudieron y regresaron famélicos a sus casas. Los pocos que lograron alcanzar Marsella o Génova corrieron enseguida a las playas para vivir el gran milagro de que el mar se abriera delante de ellos. Grande fue la decepción al comprobar que no sucedía tal cosa. Muchos pensaron que habían sido engañados por Esteban y emprendieron el regreso como pudieron, pero otros salían todos los días a la orilla del mar en espera de que se cumpliera el prodigio.

Algo parecido ocurrió a la cruzada alemana encabezada por Nicolás; tampoco en esta ocasión quiso hacer milagros el Señor. No se sabe con certeza, pero muchos murieron por el camino al igual que las otras expediciones. Algunos consiguieron llegar hasta Brindisi, otros, en especial las niñas, se quedaron en Italia por temor a las penalidades del regreso. Muy pocos fueron los que consiguieron volver a las regiones del Rin antes de la primavera siguiente. Los padres de los niños que habían perecido por el camino, después de haber creído en las promesas celestiales, clamaron venganza terrenal; el padre de Nicolás fue preso y ahorcado.

Aparentemente los niños franceses tuvieron más suerte en Marsella. Al cabo de varios días y como el mar insistía en no querer abrirse, dos mercaderes marselleses se declararon dispuestos a transportarlos sin cobrar, para mayor gloria de Dios. Esteban aceptó la oferta, y los dos mercaderes, Hugo el Hierro y Guillermo el Cerdo, fletaron siete barcos y zarparon.

Pasaron dieciocho años antes de que se volviese a tener noticia

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