Arte Y Pseudoarte

El pseudoarte pretende buscar sensaciones, provocarlas en el receptor y por supuesto que sean agradables. La regla de oro es: no molestar al receptor. Provocarle sensaciones minúsculas; divertirlo, distraerlo, ofrecerle una suerte de fuga de la cotidianidad, una suerte de ruptura con el quehacer de todos los días. Y una vez que ha sido formado dentro de este tipo de mensajes, queda casi condenado a buscar una conmoción periférica, desde lo más cursi hasta el sensacionalismo. El hombre cursi reemplaza la experiencia estética por una actitud pseudoestética, por un simple sensualismo. Frente a la obra se comporta como un simple buscador de placer y no como alguien que intenta confrontar sus experiencias con las que el artista ha puesto frente a él. Alguien programado tan rígidamente no ve en realidad más que esquemas de seres, no busca otras cosas que sensaciones agradables.

Se define el pseudoarte como aquel que ofrece una versión distorsionante de la realidad y que por su estructura formal apunta a provocar en el receptor nada más que un efecto. Se manifiesta a través de los mensajes de la comunicación colectiva y de la forma que se da a los objetos producidos en serie y tienen añadido un plus de belleza para hacerlos atractivos para el consumidor.

El arte tiene la función de expresar los momentos esenciales de una determinada realidad histórica social. El pseudoarte seguirá exactamente el camino contrario. Seleccionará los momentos más superficiales, más triviales de una realidad y los presentará con la pretensión de que ellos son los verdaderamente importantes. Si el arte es una tensión hacia la totalidad, el pseudoarte es un proceso de destotalidad, un proceso de fragmentación. La mayor parte de mensajes que recibimos en los países de origen, ya constituyen un modo de fragmentación, de versión distorsionante de aquella realidad. En la relación que se establece con nosotros, el hecho es doblemente riesgoso: fragmentación

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