Deconstruyendo A Lady Gaga
panera404 de Julio de 2014
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Deconstruyendo a Lady Gaga
La cultura pop como caja de herramientas
F. Javier Panera
*Publicado en ARTPULSE International. Noviembre 2011
En un momento en que la tecnología comienza a
desdibujar los límites de los derechos de autor, son
cada vez más las voces que señalan que el artista
contemporáneo se ha convertido en un simple gestor
de información, condenado en unos casos a
copiarse a sí mismo y en otros a “reprogramar obras
ya existentes”, en una estrategia semejante a la del
DJ o el productor discográfico. El símil musical no es
gratuito y se nos antoja cada vez más imprescindible
a la hora de referirnos a artistas que basan su
trabajo en el desmantelamiento de obras anteriores
con el fin de decodificarlas y manipular sus
elementos para crear una obra nueva, como por
ejemplo ha hecho recientemente el rapero Kanye
West en su disco My Beautiful Dark Twisted
Fantasy1 construido a partir de decenas de samplers
de canciones de Mike Oldfield, King Crimson, The
Byrds, Smokey Robinson, Rick James, Bon Iver,
Black Sabbath, Manfred Mann, Aphex Twin, y un
largo etc y como de un modo más burdo –aunque
no por ello menos efectivo- hacen Djs de fama
internacional como David Guetta o la artista de la
que vamos a ocuparnos en este texto.
Los productos culturales escritos y audiovisuales de
lo que Bauman ha denominado la “modernidad
líquida”2 son la prueba definitiva de que ya no
existen mitos modernos como la “creatio ex-nihilo” o
la “página en blanco” sino que el artista responde
más bien a la figura del “semionauta”, una especie
de nómada en medio de un paisaje de signos que
entran –como anticipó Barthes3- “en relaciones
mutuas de diálogo, parodia o controversia”. En este
mismo orden de cosas ya no nos sorprende que en
Gran Bretaña exista una editorial (Quirk Classics)
que se dedica a transformar los textos clásicos en
literatura-basura. Entre sus volúmenes de más éxito
se cuentan Sentido y sensibilidad y monstruos
marinos de Ben H. Winters y Orgullo y prejuicio y
zombis de Steve Hockensmith en las que los
personajes de Jane Austen son devorados a la orilla
de los lagos por pulpos asesinos o se dedican a
cazar seres de ultratumba. Incluso se han atrevido a
convertir en robot a la Ana Karenina de Tolstói,
transformada en Androide Karenina también por Ben
H. Winters y a alterar La metamorfosis de Kafka en
The Meowmorphosis por un tal Coleridge Cook, en
la que se cuenta cómo el protagonista de la novela
de Kafka despierta una mañana convertido en un
simpático gato doméstico… o casos como el del
escritor español Agustín Fernández Mayo que ha
realizado una operación similar con El hacedor (de
Borges) Remake4, la estructura y los títulos de este
libro coinciden con los de El Hacedor de Borges pero
el texto se lee como un pastiche subjetivo, digital y
pop en el que no faltan enlaces a páginas web,
vídeos de YouTube, música, monólogos,
descripciones de Wikipedia, etc. Se trata, en suma,
de aplicar a la literatura las mismas estrategias de
apropiacionismo, remake y sampleado que desde
hace décadas se vienen utilizando en el cine, la
música o las artes visuales.
Esta estrategia, que teóricos como Bourriaud se han
apresurado a clasificar con etiquetas como:
“Posproducción” o“Altermodernidad”5 cuestiona tanto
el culto de la modernidad a “lo nuevo” como el culto
romántico a “lo original” y es homóloga al
websurfing, la lectura por links y la adicción a las
redes sociales. Hablamos, en suma, del
advenimiento de un nuevo régimen audiovisual; de
la implantación de un ecosistema “pantallocrático”6
para unos y de “fascismo de la imagen”7 para otros,
en el cual “tenemos una vida al otro lado de la
pantalla” y donde nunca ha sido tan fácil hacer de la
propia biografía una suerte de copypaste.
El penúltimo producto audiovisual que responde a
este paradigma lleva en su propio nombre artístico la
cita y la parodia8: me refiero a Lady Gaga; una
avispada artista neoyorkina a la que la revista
People ha nombrado como una de las 10 personas
más influyentes de 2010 y la revista Time ha incluido
en su codiciada lista de las 100 figuras más
relevantes del año. Lady Gaga es para la generación
YouTube lo mismo que Madonna y Michael Jackson
fueron para la generación MTV. No en balde, los
videos de las canciones Bad Romance, Telephone
o el reciente Judas han sido visitados por más 200
millones de personas desde que se creó esta web,
pero con una gran diferencia que pondría en
evidencia ese régimen de fascismo de la imagen que
antes denunciábamos. Si Michael Jackson y
Madonna -o antes que ellos David Bowie- hicieron
del camaleonismo su principal seña de identidad y el
mundo esperaba cada 3 o 4 meses un nuevo cambio
de imagen que coincidía con el lanzamiento de un
nuevo videoclip o un nuevo disco, en el caso de
Lady Gaga las mutaciones de su identidad se
operan diariamente, y en muchas ocasiones varias
veces al día, siendo el sistema viral de las redes
sociales, de un modo más efectivo que la propia
maquinaria publicitaria del negocio discográfico,
quienes se encargan de que la artista neoyorkina se
haya convertido en un ícono global.
Huelga decir que la excepcionalidad de Lady Gaga
no se encuentra ni en su originalidad conceptual ni
en sus aportaciones a la historia de la música, pero
sus estrategias de omnipresencia mediática y su
perfil de performance viviente en perpetuo estado
de mutación representan a la perfección los deseos
del nuevo espectador y lo preocupante es que
desborda los límites del show business para
convertirse en el espejo deformado en el que
empiezan a mirase muchos artistas actuales, no en
vano en los últimos dos años Lady Gaga ha
colaborado con artistas visuales de la talla de
Damien Hirst, Francesco Vezzoli, Frank Gehry o
Terrence Koh9, prototipo de “posproductores”que se
sienten como pez en el agua en el mundo del show
business, un territorio obsolescente en el que no
existe el genero artístico en estado puro.
Con motivo del 30 aniversario del MOCA de Los
Angeles, el 14 de Noviembre de 2009 se celebró un
evento multimedia ideado por el artista italiano
Francesco Vezzoli bajo el título: Ballets Russes
Italian Style (The Shortest Musical You Will Never
See Again) en el cual Lady Gaga interpretó la
canción: Speechless, tocando un Steinway Grand
Piano hecho por Damien Hirst, mientras los
bailarines del Bolshoi Ballet de Moscú danzaban con
indumentarias y máscaras diseñadas por el director
de cine australiano Baz Luhrman y la directora de
arte Catherine Martin. Lady Gaga iba ataviada con
un singular vestido creado para la ocasión por
Miuccia Prada y portaba en la cabeza un sombrero
diseñado por el arquitecto Frank Gehry...
Tanto en su música como en la imagen que
proyecta, en sus videos, sus conciertos y sus
calculadas apariciones televisivas, Stefani Joanne
Angelina Germanotta -que es el verdadero nombre
de esta artista-, reconoce una deuda con un linaje
que va: de David Bowie a Madonna, pasando por
Dalí, Andy Warhol, Orlan, Leigh Bowery, Matthew
Barney Elton John, Freddie Mercury, Grace Jones,
Cyndi Lauper, Betty Page, Cher, Marilyn Manson,
Gwen Stefani, el teatro burlesque, Donatella
Versace, Alexander McQueen… y otras mil
referencias menos populares que Gaga fagocita a
través de un imaginario grotesco, hiperpólico y
profundamente neobarroco10 o como diría
Baudrillard: “escópicamente orgásmico”11, dada la
importancia que juega la provocación sexual en su
trabajo.
En efecto, al igual que Madonna, Lady Gaga ha
convertido en seña de identidad la ambigüedad
respecto a su propia orientación sexual y su
compromiso con causas –antaño- controvertidas y
hoy “políticamente correctas”, como el Sida o los
derechos de gays y lesbianas. En los vídeoclips de
canciones como” Alejandro”,” Judas” o “Born This
Way” se hace una calculada mezcla de sexo,
religión y sadomasoquismo que tienen su
antecedente obvio en vídeos de Madonna como Like
a Prayer (1989) o Justify My Love (1990), pero, más
allá del pequeño escándalo que tales vídeos
provoquen en ciertos sectores ultraconservadores,
hay muy poco de ruptura o transgresión en estas
obras, resultando difícil saber si son simples poses
de franca decadencia o gestos de cinismo en los que
la teatralización ha sustituido a cualquier estrategia
crítica. Como señala Eloy Fernández Porta en su
libro Homo Sampler12 (un calificativo que también
sería perfecto para definir a Lady Gaga) en la
actualidad el arte se ha situado en una tesitura
...