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GUION TEATRAL CANTAR PRIMERO DESTIERRO DEL CID


Enviado por   •  14 de Marzo de 2020  •  Documentos de Investigación  •  2.523 Palabras (11 Páginas)  •  7.805 Visitas

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GUION TEATRAL

CANTAR PRIMERO

 DESTIERRO DEL CID

-REY DON ALFONSO:cid te ordenó que vallas por las parias que me tienen que dar cada año los reyes de Granada y Sevilla.

-El cid: como usted ordene mi señor. Y se dirigió a granada

-Almudafar rey de Granada: ustedes mis  amigos los que están aquí presentes os necesito para ir contra almutamiz rey de Sevilla.

-El cid: ¡oh no!esto es grave iré a decidle al rey de Sevilla .se dirige a Sevilla

-El cid: oh señor el rey de Granada planea una invasión en sus tierras

-Almutamiz rey de sevilla: ¡no! Ellos no pueden venir a mis tierras soy el vasallo y perchero del rey don Alfonso y no me podrán hacer esto ¡cid! Mándale esta carta ah aquellos que desean venir contra mi.

-El cid :bueno mi señor no os tardaré. Se dirige a granada

-El cid: rey Almudafar aquí os manda el rey almutamiz estas  cartas a todos ustedes quienes quieren ir contra el.

-Almudafar:¡ salid de mis tierras! No retrocederemos esas tierras serán mías.

-El cid: os marcho de aquí pero tengo que reunir los mejores cristianos y moros para la guerra y sacar al rey Almudafar de las tierras del rey de Sevilla  os arrepentiréis Almudafar nos veremos en el campo de batalla.

Dura un par de horas la lucha entre estos dos reinos pero al final os gana el rey de Sevilla apoyado por el cid y dice:

- el cid:¡hemos ganado! Estos prisioneros después los soltaremos pero primero recoger todos los bienes del campo y las riquezas que allí quedaron y se las llevaremos al rey almutamiz.

Se dirigen hacia donde se encontraba el rey almutamiz

-El rey almutamiz :mira cid Campeador aquí te doy estos regalos y las parias que has venido a cobrar y darte gracias por lo que has hecho por mis tierras.

-el cid : ese es mi deber proteger, y también por la lealtad a mi señor el rey don Alfonso. Permiso mi rey os me retiro. Se dirige hacia el reino del rey don Alfonso

-rey don Alfonso: me encuentro muy satisfecho de ti cid Campeador por todas tus hazañas.

-el cid : todo por usted mi señor permiso me marchare

Tiempo después

Rey don Alfonso:estos días en recibido quejas tuyas y me encuentro ofendido con tigo  cid Campeador te ordenó que te retires de mi reino te doy nueve días de plazo

- el cid: os no resistirse me marchare con su permiso mi señor. Iré al pueblo por aquellos amigos que deseen ir con migo.

—el cid :Amigos, quiero saber cuáles de vosotros queréis venir conmigo. Dios os lo pagará a los que vengáis, pero igualmente satisfecho quedaré con los que aquí permanezcáis.

 Álvar Fáñez, su primo hermano:

—Con vos iremos todos, Cid, por las tierras deshabitadas y por las pobladas, y nunca os fallaremos mientras estemos vivos y sanos; en vuestro servicio emplearemos nuestras mulas y nuestros caballos, el dinero y los vestidos; siempre os servire- mos como leales amigos y vasallos.

Todos aprobaron lo que dijo Álvar Fáñez y el Cid les agra- deció mucho lo que allí se había hablado.

Y en cuanto el Cid hubo recogido sus bienes, salió de Vivar con sus amigos y mandó ir camino de Burgos. Allí dejó su casa vacía y abandonada. Derramando abundantes lágrimas, volvía la cabeza y se quedaba mirándola. Vio las puertas abiertas y los postigos sin candados, las perchas vacías, sin pieles y sin mantos, sin halcones y sin azores para la caza. Suspiró el Cid, con preocupación, y habló con gran serenidad:

—el cid : ¡Gracias a ti, Señor, que estás en el cielo! ¡Esto han tra- mado contra mí mis malvados enemigos!

Se dispusieron a espolear a los caballos, y les soltaron las riendas. A la salida de Vivar, vieron una corneja por la derecha y cuando entraron en Burgos la vieron por la izquierda. Se encogió de hombros el Cid y sacudió la cabeza:

—el cid: ¡Alegrémonos, Álvar Fáñez, ya que nos destierran!

 El Cid Rodrigo Díaz entró en Burgos, en compañía de sesenta caballeros, cada uno con su pendón. Salieron a verlo mujeres y varones, la ciudad entera se asomó por las ventanas derramando abundantes lágrimas ¡tan fuerte era su dolor!, y diciendo por sus bocas una misma opinión:

—el cid :¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!

Lo convidarían con gusto a su casa, pero ninguno se arriesga- ba, pues el rey don Alfonso le tenía gran rabia al Cid. El día de antes había mandado una carta a Burgos, severamente custodia- da y debidamente sellada, en la que ordenaba que al Cid Rodrigo Díaz nadie le diese posada y que el que se la diese tuviese por cierto que perdería sus bienes y también los ojos de la cara, e incluso la vida y el alma. Gran dolor tenían aquellas gentes cristianas; se escondían del Cid, pues no se atrevían a decirle nada.

El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta, la encontró bien cerrada: por miedo del rey Alfonso así la tenían atrancada, y, a no ser que la forzasen, no la abriría nadie. Los que iban con el Cid con grandes voces llamaron, los de dentro no les respondieron una sola palabra. El Cid se acercó a la puerta, sacó el pie del estribo y le dio una patada, pero no se abrió la puerta, pues estaba bien cerrada.

Entonces una niña de nueve años apareció ante sus ojos:

—la niña: ¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada! El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta severamente custodiada y debidamente sellada. No nos atreveremos a acogeros por nada del mundo; si no, perderíamos los bienes y las casas, e incluso los ojos de la cara. Cid, con nuestro mal, vos no ganáis nada. ¡Que el Creador os ayude con todas sus mercedes santas!

Esto dijo la niña y se volvió para su casa. Bien vio el Cid que no contaba con el favor del rey. Se alejó de la puerta, atravesó Burgos, llegó a Santa María, y allí descabalgó; se hincó de rodillas y rezó de corazón. Terminada la oración,

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