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El Clavo. Por Rafael Gil

Anita22922 de Febrero de 2013

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Introducción

Tras la exitosa adaptación de la novela de Pedro Antonio Alarcón, El Escándalo por José Luis Sáenz de Heredia en 1943, y del que ya se había adaptado al cine en 1934, su novela titulada El Sombrero de Tres Picos, luego en el cine La Traviesa Molinera. La productora CIFESA se propuso llevar a la pantalla grande otra obra del mismo novelista, El Clavo, esta vez de la mano del director Rafael Gil. Gil dio sus primeros pasos en la productora con la adaptación de El Hombre que Quiso Matar en 1941, de Wenceslao Fernández Flórez y Eloísa está debajo de un Almendro de 1943 de Enrique Jardiel Poncela.

Los grandes valores de la producción son el excelente guion escrito por el mismo director con la colaboración del dramaturgo Eduardo Marquina en los diálogos, además de dos actores de renombre de la época, Amparo Rivelles y Rafael Durán. Así como también la participación del director de fotografía de Alfredo Fraile, quien a través de su influencia consiguió película virgen de gran calidad y por consiguiente logró grandes efectos de claroscuro y numerosas escenas nocturnas que ambientan a la perfección esta precoz película policíaca española.

El Clavo empezó a rodarse el 22 de diciembre de 1943 y terminó aproximadamente cuatro meses después, la censura solo suprimió un beso entre los protagonistas en el rollo siete, obtuvo la clasificación administrativa de película de Interés Nacional, así como también el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo y 15 licencias de doblaje.

De la literaturización

Para hacer frente a las propuestas que venían de Hollywood que se consolidaban como una fuerte competencia para el cine nacional, en los primeros años del cine durante el franquismo se recurrió a obras literarias de escritores españoles para así dotar de prestigio el producto nacional y además otorgarle un atractivo extra a los espectadores. Así mismo, además de las razones netamente comerciales, la relación entre el cine y la literatura ayudaba a su vez en el ideario franquista de la reconstrucción de un imaginario nacional común.

A partir del momento en el que el cine asume una función repetidor de historias, las novelas, las otras de teatro y en general obras literarias son la principal fuente que vierte su inspiración en la producción fílmica. Durante los años cuarenta las principales productoras se inclinaron sobre todo en la literatura de los siglos de oro que se construía básicamente a partir del romanticismo español más conversador.

El maridaje entre el cine y la literatura se genera a partir de un interés recíproco, la literatura es adaptada al cine con la intención de popularizar la primera y dignificar el segundo. Según Rafael Utrera “la literatura se ofrece como sinónimo de garantía para un medio expresivo (el cine) que se quiere prestigiar entre las clases sociales mas cultas, al mismo tiempo se descubre el potencial que el nuevo invento técnico ofrece para ser la nueva imprenta de la literatura” . Esta alianza y convergencia de patrones narrativos se realiza no solo por entender el cine como aliado o instrumento útil para ilustrar de forma acertada y además como medio propagandístico de los textos literarios, sino porque a su vez, el cine empieza a concebirse como una potencial herramienta de difusión de la cultura y un arma social, económica y sobre todo política.

Es el cine para la época el vehículo cultural más acertado, por medio del cual la ideología dominante intentaba mantener su autoridad sobre los asuntos de la sociedad, además ser convirtió en una guía que mostraba al espectador el buen vivir y hacer o su incumplimiento y posteriores consecuencias.

En este sentido, por tanto la literaturización (Louis Althusser) del cine, es decir, el traslado del texto a imágenes viene ha convertirse en un integrante del patrimonio artístico español dentro de un contexto donde la adaptación de la literatura al cine se convierte en un referente cultural, que es capaz de producir una identidad nacional y que refuerza el potencial del cine para producir discursos culturales de índole ideológico.

Así pues en las primeras décadas del cine oficial franquista, cuyo objetivo principal se basaba en la reivindicación del pasado imperial, el rescate de los clásicos artísticos del período y la reconstrucción del concepto de españolidad. En la década de los 40, en coexistencia con dramas históricos, folklóricos y religiosos se adaptan al cine textos literarios que en su momento fueron identificados con el esplendor imperial y la tradición española, o de autores históricos o simplemente de aquellos favorecidos por su proximidad política al régimen. Tal es el caso de la novela corta de El Clavo de Pedro Alarcón y su posterior adaptación al cine por Rafael Gil.

La novela corta El Clavo

Pedro Antonio Alarcón nació en 1833 en Guadix, Granada. La precaria situación económica a la que se ve enfrentada su familia a partir de la Guerra de Independencia, condiciona los primeros pasos de Alarcón. Su familia le aconseja ingresar al Seminario de Guadix para encontrar en el sacerdocio la solución a los problemas económicos. Sin embargo, el temperamento de Alarcón lo lleva por otro camino. Desde muy joven demostró su talento con la pluma, desde el Seminario publicó sus primeros escritos en la revista gaditana El Eco del Comercio. Sin embargo, sus aficiones le llevaron a abandonar el Seminario e incursionar en Madrid donde no tuvo mucho éxito.

Al regresar a Granada ingresa en la célebre asociación de jóvenes literatos y artistas, la Cuerda Granadina. Alarcón, a los veintiún años de edad, se puso al frente de la insurrección en Granada, siendo durante varios días el jefe de las turbas revolucionarias. Intervino en el levantamiento liberal en Vicálvaro en 1854 en la que además de distribuir armas entre la población y ocupar el Ayuntamiento y la Capitanía General, así mismo fundó el periódico La Redención, con una actitud hostil al clero y al ejercito.

Tras el fracaso del levantamiento, se fue a Madrid y dirigió El Látigo, periódico de carácter satírico que se distinguió por sus ataques a la reina Isabel II. En 1859, se incorpora como voluntario al batallón de Cazadores de Ciudad Rodrigo . Alarcón actúa como corresponsal de guerra, tal vez como el primero de la historia del periodismo español. Sus crónicas, escritas en los mismos campos de batalla, se publicaron, primero, en la prensa para posterior reunirlas en un libro titulado Diario de un testigo de la Guerra de África.

Sus convicciones republicanas lo implicaron en un duelo que trastornó su vida. En 1875 Alarcón es elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua. Su discurso estuvo dedicado a “La moral en el Arte”, considerando la primera como amiga inseparable de la segunda.

Así pues, sus convicciones se manifiestan abiertamente en la obra El Clavo, donde se celebra “el triunfo de la justicia sobre la pasión, de los códigos sobre las personas” (Joan Ramón Resina, p25), se plantea como el férreo paradigma de la Ley destruye la vida de aquellos que, en principio, le sirven.

Esta novela corta o cuento, es considerada la primera novela policíaca española. El origen se remonta a mediados del siglo XVIII y deriva de las crónicas de juicios populares que se celebraban en Francia e Inglaterra. Este genero denominado por algunos autores como “causas célebres”, inspiró a grandes novelistas como Defoe, Fielding y a otros grandes a partir del siglo XIX como Dickens, Thackeray o Alexandre Dumas.

La temática criminal en la literatura surge a partir de la preocupación que ha ido absorbiendo a la población con respecto al creciente índice de criminalidad en la sociedad. La explosión de la revolución industrial supone la transformación definitiva de una sociedad que en principio era básicamente agraria, en su mayoría rural en cuanto a la distribución demográfica y semifeudal en una sociedad que progresivamente se va industrializando y que poco a poco se convierte en urbana y capitalista. Este fenómeno que viene ha transformar radicalmente a la misma que le dio origen, cambia por completo las nuevas relaciones sociales, y se centra fundamentalmente en la explotación masiva de la clase trabajadora por la burguesía, que se obligada a trabajar en condiciones inhumanas, mal remunerada y alimentada, y la condenada a vivir en la miseria y el hacinamiento, en consecuencia, hubo un incremento en el delito, pero sobre todo en la conciencia pública del mismo y por tanto en la generación del concepto de inseguridad ciudadana.

Justamente con la necesidad de preservar el orden público, en Francia y en Inglaterra se crean importantes cuerpos de policías como el de Scotland Yard y la Súreté, es a partir de éste radical fenómenos cuando empiezan a escribirse narraciones propiamente policíacas, donde intervienen grandes cuerpos de detectives, policías y pandillas organizadas.

El tratamiento de la novela policiaca en España es muy distinto al modelo francés e inglés, por la ausencia en la España de entonces de una verdadera economía industrial capitalista, de una burguesía poderosa y una demografía urbana, por lo que la trama, suele girar generalmente en torno a las aventureras vidas de bandidos o sobre crímenes pasionales de melodrama, así pues encontramos la novela corta El Clavo de Pedro Antonio Alarcón publicada en 1853 .

Así pues, la temprana narración criminal se debate en sus inicios entre un idealismo tardío romántico, en el que se presenta la realidad como misteriosa e inescrutable, y el naciente positivismo el cual basaba sus argumentos en el paradigma científico y la experiencia empírica

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