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La envidia. Sentimiento que corroe

Dado1222Ensayo1 de Mayo de 2020

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7. La envidia: la emoción que todo lo corroe.

La envidia procede principalmente de la sensación de no tener algo que creemos merecer y verlo en otra persona y entonces desearlo intensamente. En la envidia existe un fuerte pesar  al descubrir que otra persona posee o logra algo que creemos que nosotros necesitaríamos, deberíamos o mereceríamos tener, pero que sin embargo, no podemos poseer. A la persona que experimenta la envidia, le molesta sobre todas las cosas que exista un prosperar ajeno asociado a una idea de injusticia. "¿Por qué a él y no a mí?" – pregunta el envidioso.  Por lo mismo, y por absurdo que pueda parecer, quien sufre de envidia siente que la vida no ha sido justa con él, no puede valorar lo que tiene, lo que la vida le ha dado,  y manifiesta una clara sensación de enojo y discordia  hacia quien brilla y quien se siente satisfecho con su vida.

La definición de envidia que usó Melanie Klein, (1957), en su libro: Envidia y gratitud;  desde mi punto de vista es profundamente clara ya que  se refiere al sentimiento de enojo hacia otra persona que posee y disfruta de algo deseable, acompañado por un impulso de tomarlo, robarlo o bien de echarlo a perder.

La envidia implica entonces desear algo que tienen otros: capacidades intelectuales, habilidades, dinero, belleza, poder o posesiones, amistades, popularidad, el amor de una persona… El envidioso, al darse cuenta que no puede conseguir lo que tanto desea del otro,  ocasiona en sí mismo, una profunda alteración del estado de ánimo (tristeza, enojo, desesperanza o ira).  Como consecuencia a estas emociones que el envidioso siente con toda intensidad se genera la creencia de que se está cometiendo una gran injusticia hacia él por considerar que el éxito, los bienes, las relaciones o las cualidades del envidiado deberían ser suyos. El ser humano que experimenta envidia también manifiesta una gran sensación de placer o bienestar cuando al sujeto al que envidia está atravesando por un mal momento; por lo que tristemente la envidia no solamente corresponde al dolor o tristeza al no tener lo que tiene el otro sino que,  también implica el disfrutar  cuando el otro pierde lo que tenía,  aunque el que siente envidia no lo haya conseguido aún. Lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia, nos explica Klein, es el deseo de que el otro, a quien le tenemos envidia, pierda lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su éxito,  no sea tanta como parece su riqueza material, ni tan sólida su relación de pareja.

Cuenta la leyenda, que cuando Peleo, el padre de Aquiles,  y Tetis, la diosa del mar se casaron, invitaron a todos los dioses del Olimpo a la fiesta, pero como no querían tener problemas en un día tan especial, decidieron que lo mejor sería no invitar a Eris, la diosa de la discordia.... Edith Hamilton, (2017), en su libro: Mythology: Timeless Tales of Gods and Herores; explica que  Eris se enojó tanto, que se apareció en el banquete de bodas de todas maneras. Furiosa se dirigió hacia la mesa donde se encontraban las diosas más hermosas: Hera, Atenea y Afrodita y arrojó una enorme manzana de oro al centro con una inscripción tallada que decía: "Para la Diosa Más Hermosa". Y después, se alejó sin mirar atrás…

A hablar de la envidia, Ignacio Morgado Bernal, (2017), en su libro:  Emociones corrosivas: cómo afrontar la envidia, la codicia, la culpabilidad, la vergüenza, y el odio;   expresa que la envidia no solo radica en desear lo que tienen los demás; lo cual sería bastante lógico, sobre todo cuando percibimos que tenemos poco; sino que lo que la vuelve tan tóxica, es el deseo de que el otro, pierda lo que tiene, de que sea desprestigiado, abandonado o humillado. Por lo mismo, la envidia se centra imaginativamente en el otro, en cómo arrebatarle la felicidad y el gozo, dejando de poner atención a nuestra vida. La envidia es un sentimiento amargo y solitario, que se lleva por dentro, en soledad y en la intimidad más oscura y silenciosa, pues su manifestación podría parecer y sentirse como una declaración de inferioridad, de maldad o de dureza de corazón. Irónicamente, asegura Morgado Bernal, el envidiado, por su parte, muchas veces ni se entera de que lo es, siendo el envidioso el que verdaderamente sufre y  la pasa mal. La envidia, es uno de los sentimientos más corrosivos que existen, pues requiere de mucha de nuestra atención y el autor asegura que es mucho más tóxica y dañina cuando se genera generacionalmente, es decir, cuando es el superior quien envidia al inferior, una envidia que puede agravarse cuando el superior es rebasado en cualidades como belleza, éxito, popularidad o  inteligencia. El saberse superado por un inferior, requiere de madurez, tolerancia, generosidad, compasión y sabiduría, ya que todas las etapas de la vida tienen su encanto y ninguno de los atributos que se viven en cada una de ellas son eternas. Un joven podrá ser muy guapo, pero no será tan sabio como lo puede ser un hombre maduro. Un gran empresario podrá tener riqueza pero no será tan idealista y soñador como lo puede ser un universitario. Un hombre maduro, puede ser prudente y equilibrado, pero quizás no será tan atractivo como lo puede ser un joven en la impulsividad en su década de los veintes.  El problema de la envidia es que compite con todos y contra todos, sin que permita que sintamos satisfacción por lo que nosotros hemos conseguido y gusto y placer por aquello que el otro tiene y que tiene la oportunidad de vivir.

Hace algunos años comencé a trabajar con una chica de 24 años, que se dedica a la mercadotecnia y su motivo de consulta era que tenía importantes episodios de ansiedad, insomnio y ataques de pánico. Ana, en los últimos dos meses, había acudido a la sala de urgencias del hospital dos veces,  creyendo que le estaba dando un infarto o un problema respiratorio: “No podía respirar, por más que trataba de meter aire en mis pulmones, no podía, simplemente no entraba y sentí que me moriría, y en el hospital me dijeron que era ansiedad y me recomendaron ir con un psiquiatra y a terapia, y por eso estoy aquí” – me explicó mi joven paciente que en ese entonces tenía solo 24 años, muy bonita, con unos ojos grandes y azules muy expresivos, que llamaban la atención, pues brillaban como si fueran de vidrio. Esta joven, entró al consultorio y no dejaba de moverse, se mordía las uñas y claramente la estaba pasando mal. Ante mi pregunta: “¿Estás ansiosa?”, ella afirmó con la cabeza, para después contestar: “Vivo ansiosa, no sé cómo vivir diferente”.  

La ansiedad ha sido parte de la vida de Ana desde que ella era muy niña. Conforme fuimos hablando acerca de su vida, recordó que desde niña, fue bendecida con ser una niña realmente hermosa: “Tuve la suerte de ser muy bonita, tanto que dicen mis tíos que la gente  paraba a mis papás en el parque para sacarse fotos conmigo. Dicen que era tan bonita que hasta me llevaron a audicionar para ser ‘Bebé Gerber’ y hasta los tres años salí en varios anuncios de tele. Yo no tenía la culpa de ser tan bonita; de hecho, me acuerdo que mi madrina, que es hermana de mi papá, dice que  ‘yo era una muñequita llena de luz y deslumbraba a cualquiera que me viera’. Mi papá se llenaba de orgullo al tener a una hija tan bonita y me presumía y era feliz que saliera en la tele, pues de todos sus amigos, yo era la más bonita de todas. ‘Eres la luz de mi vida, mi primera hija, lo mejor que me ha pasado en la vida’, se encargaba de decirme siempre. Sin embargo, ahora comprendo que desde mi nacimiento, al ver esto, mi mamá no lo soportó. No toleró tener una hija bonita que llamara la atención y desde siempre me tuvo celos y envidia. Me maltrató desde que nací” – concluyó Ana después de algunos semanas de tratamiento.  

Y por medio de hipnosis y técnicas de trabajo de trauma Ana recordó como su madre la humillaba, le dejaba de hablar, le escondía la comida o sus juguetes cuando su papá no estaba en casa o después de que alguien la hubiera elogiado en el parque o en algún centro comercial. Solo era necesario que alguien la volteara a ver, para que su madre la castigara de alguna manera. Ana en una de sus primeras tareas terapéuticas, le escribió lo siguiente a su niña interna: ”Tú vas a ver la vida de color rosa muñequita, pero desgraciadamente esta pinche vieja, la cual se dice tu madre, te la va a hacer negra. Vas a sufrir muchísimo todos los días de tu vida, sin entender por qué,  y derramarás ríos de lágrimas, porque todos los días de tu vida te sentirás odiada y asediada por ella. Te pegará, te pellizcará y te insultará sin que entiendas por qué. Te retirará el habla y te mirará con odio cada vez que te vea.  Ella no descansará hasta verte muerta en vida, te dirá que estás ‘gorda y fea’, que nadie te va a querer, que eres repulsiva, y sufrirás de anorexia, de bulimia y de ataques de pánico; te quedarás sin amigas, porque ella se encargará de hablar mal de ti con todas ellas, diciéndoles que eres envidiosa y mal amiga. Te quedarás fuera del cuadro de honor, porque ella irá al colegio a mentir acerca de que copias en exámenes y en tareas, te dejarán sin salir a comer los domingos, porque le dirá a tu padre que dijiste groserías y que no obedeces…  Pero algún día irás a terapia y entenderás que nada de esto es tu culpa.  Llegará el momento en el que puedas decidir no volverla a ver nunca más. Hoy, muñequita,  crees que el amor de tu papá es incondicional y que él no ve más allá de ti chiquita, pero llegará el día, cuando entiendas lo que es ser  un ‘padre tóxico’,  en que te des cuenta que él te usa como el puñal con el que apuñala a su enemiga, te usa para darle celos, para hacerla sentir mal, para ignorarla y desquitar sus frustraciones. Tú eres la que se llena y se llenará de sangre siempre. Él te usa para herirla y ella te maltratará a ti.  Eres sólo la herramienta para que ellos dos se agredan y se lastimen. Ella te odiará y te envidiará siempre, y él te manipulará diciéndote que  aguanta todo por ti, que eres la única razón por la cual no se ha ido. Al final, chiquita, aprenderás que el amor verdadero no manipula, ni castiga, ni destruye…” Así, Ana se dio cuenta de la relación tan contaminada, codependiente y tóxica que tenían sus papás.  “Mi madre es sin duda la persona más maquiavélica, destructiva, rencorosa y poco amorosa que yo he conocido en mi vida. Es un monstruo. Realmente me siento rota por ella” – escribió en otra reflexión terapéutica al trabajar en sus desórdenes de la conducta alimentaria.

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