EL "CRIMEN"
papinanaTesis10 de Octubre de 2012
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EL "CRIMEN"
DE LAS HERMANAS PAPIN
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por G. Vialet-Bine y A. Coriat
Es jueves 2 de febrero de 1933 en la ciudad de Le Mans, departamento del Sarthe. Son
alrededor de las ocho de la noche, la policía municipal se presenta en casa de René Lancelin,
quien no logra entrar en su domicilio, fuerza la puerta del ex procurador judicial y descubre en el
primer piso a la señora Lancelin y a su hija asesinadas, con los cuerpos horrorosamente
mutilados y los ojos arrancados de sus órbitas. En el segundo piso, refugiadas en el fondo de su
lecho y pegadas una a la otra, las dos sirvientas modelo, Christine y Léa Papin, confiesan sin
dificultad haber cometido el doble asesinato de sus patronas, patronas irreprochables, según las
palabras de las propias sirvientas. Únicamente, un incidente menor relacionado con una plancha
descompuesta y un fusible que saltó parece haber desencadenado la “sanguinaria matanza”.
Esta crónica policial, aparecida en la primera plana del periódico local, La Sarthe, abría el
misterio del caso “Lancelin-Papin”, misterio que daría lugar, durante medio siglo, a las más
diversas interpretaciones y a polémicas entre expertos, pero también a creaciones literarias,
cinematográficas y, finalmente, a la instalación de toda una iconografía, lo cual permitió que
cada uno le atribuyera al crimen el color más conveniente para sostener su doctrina o su fantasía.
Retornemos al 2 de febrero de 1933. Toda Francia se apasionará por la historia de las
hermanas asesinas y se dividirá en dos. Unos, los más numerosos, reclaman una venganza
ejemplar. Una canción popular, compuesta durante el proceso, exige al tribunal criminal el
cadalso para las “homicidas”. El otro bando, el de la intelligentsia marxista y surrealista, se
apropia de la noticia policial. Jean Genet se inspira en ella para escribir su obra de teatro Las
criadas. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir transforman a las dos hermanas en “víctimas” de
la lucha de clases. Simone de Beauvoir escribe: “Sólo la violencia del crimen cometido nos da
una medida de la atrocidad del crimen invisible, en el que, como se comprenderá, los verdaderos
asesinos ‘señalados’ son los amos”. Eluard y Benjamin Péret, desde mayo de 1933 las evocan
como “ovejas descarriadas” salidas directamente de un “canto de Maldoror”.
Entre los surrealistas se instaura toda una imaginería en el corazón de la cual el crimen de
las dos hermanas, al constituir un cuadro para el espectador, aparece como el medio supremo de
expresión. Medio supremo de expresión también el vínculo existente entre ese crimen “insensato,
inusitado, inexplicable” y la vida cotidiana “inmensamente banal” de las dos sirvientas modelo
en una familia burguesa de Le Mans en 1933.Las hermanas Papin Full: 2/15
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Sólo algunos cronistas de talento, tales como Jérôme y Jean Tharaud que cubrían el
acontecimiento para la prensa parisiense, mantienen cierta compostura, desconcertados por el
trágico misterio, por la opacidad del enigma que envuelve a las dos hermanas.
Pero, entonces, ¿qué son? ¿Criminales, víctimas, heroínas, psicópatas? Es cierto que, como
veremos luego, el acto criminal de las dos hermanas contenía ciertas sombras propicias a las
proyecciones de cada espectador. En medio de esta cacofonía de voces y de interpretaciones y en
este clima de contagio emocional, se elevó precisamente una voz que habría de dar sentido a las
variadas visiones parcelarias al calificar el crimen de paranoico.
Es la voz de un joven psiquiatra que acaba de publicar su tesis de doctorado que lleva el
titulo que ya conocemos, “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, tesis
en la que el caso central se nutre del encuentro de Lacan —pues de él se trata— con la famosa
Aimée en la enfermería de Sainte-Anne.
En el curso de su tesis, también Lacan se apropia de la noticia policial que convulsiona a
Francia. En diciembre de 1933, es decir dos meses después del proceso, Lacan publica, en la
revista surrealista Le Minotaure, el artículo que abordaremos aquí titulado: “Motifs du crime
paranoique: le crime des soeurs Papin”. Ciertamente, Lacan nunca conoció a las hermanas
Papin; para su estudio se basó en la lectura del acto criminal, lectura que lo llevó, por lo demás, a
modificar ciertas conclusiones de su tesis, cuando la tinta aún no se había secado por completo.
De modo que Lacan hace su entrada en el mundo psicoanalítico gracias a las enseñanzas
de su paciente Aimée y de “sus hermanas en la psicosis”, Léa y Christine, del mismo modo que,
en su época, lo hizo Freud de la mano de sus bellas histéricas. El artículo de Le Minotaure marca
un punto de inflexión en su tesis sobre la paranoia de autocastigo y su invención del “estadio del
espejo” de 1936. Punto de inflexión que abre un largo camino por el cual llegará a instaurar y a
precisar las categorías de lo Simbólico, de lo Imaginario y de lo Real.
RELATO DEL ACTO HOMICIDA
Habiendo pagado la deuda correspondiente a los “Antecedentes” —para parafrasear a
Lacan—, quisiera ahora penetrar en esta historia desarrollando dos puntos. El primero consistirá
en proponer un análisis estructural del acto criminal haciendo hincapié en los rasgos específicos
y singulares que lo caracterizaron. El segundo punto será llegar a comprender quiénes eran las
hermanas Papin y para ello me limitaré a evaluar las características clínicas de su acto.
Singularidad del acto
Enfocaremos cinco aspectos principales:
— el carácter súbito;
— la ausencia de motivo aparente;
— la violencia y la ferocidad;
— su rigor;
— la simetría de las protagonistas.
Son alrededor de las 19 de esa noche de febrero de 1933. La señora y la señorita Lancelin
regresan de una venta de caridad donde han hecho algunas compras menores, compras que
quieren dejar en la casa antes de salir nuevamente a cenar en la ciudad. El ataque sobreviene en
el momento en que las dos mujeres entran en la casa: los sombreros, los bolsos de mano, los Las hermanas Papin Full: 3/15
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paquetes desparramados cubriendo el piso alrededor de los cadáveres son el testimonio del
carácter súbito del ataque; madre e hija no tuvieron siquiera tiempo para quitarse los sombreros o
depositar los demás objetos sobre algún mueble; las manos de la señora Lancelin aún llevan
puestos los guantes.
La ausencia de heridas de cualquier tipo, ni siquiera rasguños, en Léa y Christine,
demuestra, por lo demás, que no hubo lucha. Las víctimas no pudieron defenderse ni prevenir el
ataque; se trata, pues, de una agresión que, de entrada, alcanza el paroxismo de la furia. Además,
¿por qué razón deberían aquellas señoras estar vigilantes o alertas? Hasta un minuto, hasta un
segundo antes de que se desencadenara el acto salvaje, nada había perturbado la tersa superficie
de las relaciones entre las dos criadas y sus patronas. Pero, ¿entonces que ocurrió? Una plancha
descompuesta, un fusible que saltó y sumergió la gran casona en la penumbra, tal vez una mirada
de reproche, un relámpago de mal humor en los ojos de la señora Lancelin y todo se derrumba. A
ese motivo fútil, a ese motivo insignificante, responderá la horrible carnicería.
Horrible, en efecto, es la palabra que corre bajo todas las plumas. Horror, en efecto, el de
esos dos cadáveres bañados en su propia sangre con las cabezas espantosamente destrozadas a
causa de los repetidos golpes recibidos. Horror además el que provoca esa papilla humana
sanguinolenta, de partículas proyectadas aquí y allá sobre las paredes, materia cerebral,
fragmentos óseos, dientes arrancados, salpicaduras de sangre. Más horrible aún, esos ojos
“arrancados en vivo” en los primeros momentos del ataque: globos oculares que rodaron a
merced de las asperezas del suelo, en un desorden de llaves, de guantes, de papeles arrugados:
ojos muy abiertos para siempre carentes de mirada, objetos extraños.
El horror, pues, de esos ojos arrancados a víctimas vivas, “la metáfora más utilizada del
odio”, como escribirá luego Lacan; sin embargo, para Léa y Christine, no se trata de ninguna
metáfora: “Te arrancaré los ojos”, significa, al pie de la letra, en el sentido más puramente literal
lo que han de ejecutar: estamos, pues, en una clínica de lo Real.
Sabemos que fue Christine, la mayor, quien realizó la mayor parte de la faena. Léa la sigue
y se limita a imitarla. ¿De dónde sacaron estas dos niñas pálidas y endebles semejante fuerza
diabólica? Energía furiosa surgida no se sabe de dónde, que las lleva a golpear hasta el límite de
sus fuerzas con
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