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El cuerpo y sus usos en el arte contemporáneo


Enviado por   •  4 de Marzo de 2015  •  Tesis  •  2.539 Palabras (11 Páginas)  •  192 Visitas

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El cuerpo y sus usos en el arte contemporáneo

El pensamiento es un

alma cuyo cuerpo es la

lengua

JACQUES DERRIDA

Tal vez impregnada por los discursos performativos acerca de la construcción del sujeto y por las distintas derivas teóricas sobre la genealogía del cuerpo humano, mi interés principal ha estado guiado por las peculiaridades de los procesos de subjetivación; por la pregunta sobre ese cuerpo que se hace Yo en una relación dialéctica que supera, o trasciende, toda disquisición dualista mente-cuerpo, soma-psique, materia-espíritu o cualquier otro de los pares antitéticos existentes y por todos conocidos.

El cuerpo como frontera, como entidad con estatuto propio, dique que contiene nuestra subjetividad y que además la integra, ha sido largamente ignorado e incluso despreciado por pensadores que, desde la Grecia clásica hasta la modernidad, preconizaban la superioridad de la razón respecto de la podredumbre y malignidad de la carne. Con el mundo sensible así subestimado, toda noción que aludiera al ser como cuerpo en el mundo, como ser encarnado, como experiencia sensorio-afectiva, no sólo racional e intelectual, resultaba “in-pensable”. Debo decir entonces, para comenzar, que es este cuerpo y su reivindicación el que me ocupa.

Nietzsche (1882), doscientos años después de Descartes, rescató la relación entre alma y cuerpo, ubicando a este último como fuente y asiento de toda idea y pensamiento. Sin embargo, ya mucho antes que él y en reacción contra el cógito cartesiano del cual fue al inicio un fiel seguidor, Spinoza (1670) sentenciaba que cuerpo y alma eran una sola y misma cosa, hechas de una misma sustancia para comprender el mundo.

En su trabajo sobre El yo y el ello (1.923), Freud da un paso mas allá y barre con toda dicotomía radicalizando su premisa al afirmar que “el yo es primero y ante todo un yo corporal”. Tajante, Merleau-Ponty (1945), sostuvo que toda experiencia con el mundo pasa por el cuerpo, incluso antes de la adquisición del lenguaje y de la toma de conciencia. Esta travesía no puede hacerse impunemente, deja sus huellas, y un cuerpo averiado es casi invariablemente comandado por un yo averiado. Para algunos, dependiendo de su constitución psíquica, sus experiencias de vida y/o sus deficiencias físicas, es a veces cárcel, no recinto.

La clínica, con su contundencia insoslayable, nos confirma esta verdad. Cada cuerpo lleva escrito su historia privada, con una narrativa propia y esencial. “El cuerpo es el territorio oculto de la historia….” (Berman, 1992. Pag.123).

Schilder (1925), psicoanalista vienés que acuñó la noción de “imagen corporal”, ofreció una definición globalizadora que incluía la visión psicoanalítica. Afirmó: “Los procesos que colaboran en la construcción de la imagen del cuerpo, no se sitúan tan sólo en el campo de la percepción, tienen también su desarrollo paralelo en el campo libidinal y afectivo”. Según él, la imagen corporal es la “representación surgida de una vivencia integradora del cuerpo, es la imagen del cuerpo que el sujeto tiene de sí” y está constituida tanto por elementos conscientes como inconscientes.

Pieles heridas, laceradas, órganos sangrantes, membranas que se inflaman, una extensa lista de padecimientos involuntarios pero inevitables e invasivos, vividos como ajenos al yo, nos reclaman explicación; un nuevo texto que reordene el caos del sentido extraviado y a veces nunca alcanzado. Fenómenos psicosomáticos a contramano de la vida, que introducen una ruptura yo-cuerpo y que la subrayan a modo de denuncia, de grito previo a la palabra.

Pero es en el ámbito de lo que se podría considerar salud, en la cotidianidad, en otros contextos, donde me gustaría que pusiéramos la mirada.

¿Qué marcas dejan en la piel, en la carne, en nuestra imagen corporal, los primigenios intercambios con el mundo?¿En qué momento adquirimos conciencia del lugar corporal que habitamos? ¿Cuándo y cómo surge la pregunta acerca de “quién soy yo” y su localización? ¿Qué procesos y mecanismos intervienen en el logro de una representación psíquica acerca de quiénes somos y el cuerpo que poseemos? ¿Qué papel juega en dicha representación, nuestra experiencia con esta masa-materia, compuesta por orificios, extremidades, delimitada por un manto de infinitas sensaciones que llamamos piel? Cuál el papel del otro? Qué factores nos sustraen de nuestra corporalidad?¿Qué rompe esta relación?

Anita, a sus cuatro años, manifiesta exultante a raíz de un episodio vivido en la escuela:” mi corazón está contento, todo mi cuerpo está contento”. Diego, a los tres: “mi cerebro es el único que sabe lo que piensa mi pensamiento”. El uso del pronombre posesivo no da cuenta aún del yo que los habita, pero éste es sin duda evocado en sus afirmaciones. Una intuición en ambos niños, una hermosa, aunque tenue, sospecha de localización de emociones e ideas no reconocidas de manera integrada y unificada en el yo, pero ya identificadas como propias y corporales.

Llamado por Foucault (1966) “topía despiadada”, omnipresente mapa de lenguajes cifrados, no es sino hasta un cierto tiempo, después del nacimiento, que adquiere presencia en la mente del ser. Nos recuerda este pensador que también como palabra que apunta a la unidad corporal del sí mismo, es de aparición tardía en nuestra civilización. Proveniente del latín, se la utilizaba para designar al cadáver, y en los poemas homéricos, por ejemplo, no se hablaba de cuerpo como totalidad, sino de brazos, piernas, pechos; miembros fragmentarios.

Tejido de sangre y carne, espacio conmensurable que nos contiene y separa de otros; cuerpo mirado, hablado, tocado, atravesado desde afuera, empujado desde adentro, desde el cual también miramos, hablamos, tocamos, sufrimos, gozamos… Cuerpo significado, subjetivado ¿cómo y por qué deviene objeto?

Siendo el primer bien del Yo, en el decir de Aulagnier (1.975), ¿cómo termina rechazado, desmentido, violentado por nosotros mismos?

En el terreno artístico vemos también resurgir esta disociación con algunos casos donde la dimensión simbólica del cuerpo es abolida y la acción se instaura en su lugar. Ejemplos sobran, basta con pensar en Gina Pane y su “martiriología”, Orlan y sus experimentos en el rostro, Stelarc y las suspensiones, Flanagan perforándose el pene con un clavo o cosiéndose los genitales, o en Schwarzkogler, Muehl o Brus, el más provocador de estos accionistas vieneses, quien se abría la carne y hurgaba en sus

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