Elevación de la memoria.
tepytaEnsayo22 de Octubre de 2012
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Elevación de la memoria. Las tres potencias del alma
Lograda la consurrección por la plenitud de gracia y cooperación del propio esfuerzo en las partes superiores del alma, puede compararse a una fuente de donde salen tres arroyos que inundan las tres potencias del alma. Se mantiene, inmanente en la esencial unidad de nuestro espíritu, donde nacen tres ríos de divina operación inundando las potencias espirituales del alma.
Arroyo de la memoria
El primero corre desde la unidad del espíritu hasta la memoria, la potencia primera. Es una serenidad o claridad espiritual, simple, uniforme, gozosa y pacífica. Como el aire cuando ha cesado todo viento, limpio de nubes y nieblas, sereno, esclarecido por los rayos del sol. En eso se transforma la memoria por influencia de este arroyo.
Paz de la memoria
Pacífica en sí misma, clara, serena en su conversión a lo divino, purificada de toda imaginación peregrina. Este divino caudal la eleva por encima de impresiones sensitivas, imaginaciones y todo cuanto pueda distraerla. Se hace estable y firme en la unidad de espíritu. Cuando corre este torrente inunda las potencias inferiores y superiores del alma. Como el reflujo del mar, las atrae al punto de su nacimiento. Se levantan sobre toda multiplicidad y ocupaciones, como sí el hombre fuese elevado sobre las nubes hacia la verdadera claridad y paz, donde ni el viento, ni nubes, ni granizo, ni otro algún cambio tiene lugar La memoria alcanza claridad y paz tan admirables que nadie podrá comprender si no lo hubiese experimentado.
LAS POTENCIAS DEL ALMA
El alma, la mente, el espíritu, la razón, la inteligencia, etc. es un ente de razón: no es una cosa mensurable y tangible que se pueda representar pictórica o fotográficamente. Es intangible, y por eso la concibe cada uno a su modo: hay quien percibe tantos entes como términos se puedan emplear para nombrarlo, y quien entiende que se trata de nombres de una misma realidad, tan difícil de aprehender que por eso se le dan nombres tan diversos, intentando expresar con cada uno de ellos cada una de sus numerosas aristas.
Si difícil es que coincidamos en darle todos el mismo nombre a la misma realidad física y tangible, inmensamente más difícil es coincidir para nombrar entes de razón. Hoy por ejemplo se evita hablar de mente y de espíritu, por considerar que estas palabras van cargadas de doctrina. Gusta mucho más hablar de inteligencia, la facultad reina de la mente. Por suerte los psicólogos que en su día entronizaron la inteligencia pura y dura como reina absoluta de la mente, le han hecho sitio al sentimiento, al que antes despreciaban como una excrecencia de las sensaciones; como algo si no estrictamente físico, sí al menos fisiológico, es decir químico – orgánico.
La mente humana no acaba de descubrirse ahora: los filósofos griegos se explayaron construyendo la anatomía del alma. Y de ahí en adelante los demás filósofos y cultivadores del espíritu que en el mundo han sido, han creado cada uno su propia psicología, es decir su propia teoría sobre el alma humana. No hace más de medio siglo que se enseñaba en las escuelas lo de las potencias del alma (algún día habrá que hablar en serio de lo que han representado los catecismos en la configuración de nuestra mente): eran tres: memoria, entendimiento y voluntad. Ahí quedaba resumida toda la teoría sobre el alma (que en menos religioso era el espíritu, y en laico total, la mente). Resulta que para el catecismo, bastante aristotélico, el funcionamiento del alma humana se resumía en estas tres facultades: la memoria (desacreditada luego hasta la infamia); el entendimiento (cuya traducción más próxima a la terminología actual sería inteligencia), y ¡la voluntad!, tan obsoleta, tan demodé. Ésta no tiene
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