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Explicacion Mas Alla Del P Del Placer

florpsico4726 de Mayo de 2013

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«Más allá del principio de placer»**

 

 José Gutiérrez Terrazas

 

Capítulo IV

 

El párrafo inicial de este capítulo nos muestra a un Freud entusiasmado por esta nueva aventura conceptual y eso sin duda es seductor a los ojos de un estudioso en general de su obra, sin embargo la resultante o lo que se puede constatar es que esa “especulación de largo vuelo” le va a reconducir a Freud a lugares ya muy visitados o transitados a lo largo y ancho de su obra, al estilo de ese volver una y otra vez al viejo lugar más que conocido, porque de él se partió y que, en este caso, es la tierra madre de lo biológico.

No obstante y una vez más el texto freudiano se recupera en sus preguntas y cuestiones, a pesar del entrampamiento de sus formulaciones discursivas. Y la pregunta que aquí le está guiando es si los sueños estereotipados, que se presentan en las neurosis traumáticas, están gobernados por o están bajo el imperio del principio de placer o si, por el contrario, lo que repiten es lo desagradable y funcionan entonces por fuera e independientemente del principio de placer. Veámoslo más de cerca.

Tras un primer párrafo dedicado a establecer el marco en el que se va a mover o dedicado a una cuestión de ordenamiento, señala y matiza seguidamente que su especulación, por curiosa que pueda ser, no deja de conectarse con el campo psicoanalítico, en la medida en que arranca y se enraíza en “la indagación de procesos inconcientes”, dado que «la conciencia no puede ser el carácter más universal de los procesos anímicos, sino sólo una función particular de ellos» (p.24 casi al inicio del segundo párrafo). Con lo cual aparece o se plantea que el hecho de la existencia de unos procesos psíquicos inconscientes lleva a considerar a la consciencia únicamente como una parte o una función de los procesos psíquicos, si bien es una parte que proporciona tanto “percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior”, como “sensaciones de placer y displacer que sólo pueden originarse en el interior del aparato anímico”, lo que permite colocar al sistema llamado P-Cc de un modo “espacial” y, en ese sentido, “en la frontera entre lo exterior y lo interior”.

Ahora bien, Freud añade a continuación (siempre dentro de ese largo segundo párrafo de la p.24) que se trata de un planteamiento o de una hipótesis que no añade nada nuevo, sino que además eso es situar “la sede de la conciencia en la corteza del cerebro, en el estrato más exterior, envolvente, del órgano central”. Pero mientras que la anatomía no se ocupa de las razones por las cuales “la conciencia está colocada justamente en la superficie del encéfalo”, nosotros (véase: la especulación psicoanalítica) sí podemos “llegar más lejos en cuanto a deducir esa ubicación”.

Y para poder hacerlo Freud da un paso, que no aparece bien explicitado en su discurso, más aún, se podría decir que sólo se muestra de un modo implícito a través de lo que va exponiendo y que es necesario engarzar con elementos que son aportados más adelante y que a la vez están en el trasfondo de todo este texto que trata de dar cuenta del traumatismo, es decir, de elementos representativos que se presentan en el sistema P-Cc o en la consciencia, pero que no pertenecen estrictamente a ese sistema y por eso mismo se repiten o insisten. Esto es, aquí tenemos que intervenir como hacemos con los pacientes cuando articulamos elementos que van soltando y que para nada están conectados entre sí.

Me refiero al paso que Freud lleva a cabo por medio del también extenso párrafo tercero de este capítulo, en el que conducido por la clínica psicoanalítica («No hacemos sino apoyarnos en las impresiones que nos brinda nuestra experiencia psicoanalítica si adoptamos la hipótesis…», p.24-25) da cuenta o habla de unas huellas mnémicas que si bien “son la base de la memoria”, no obstante “nada tienen que ver con el devenir-conciente” (p.25). Y es que resulta muy útil y pertinente diferenciar –como ha hecho S.Bleichmar en sus múltiples trabajos- entre lo inscripto y lo memorizado o entre huella mnémica y memoria. El sujeto puede no recordar, porque lo inscripto no forma parte del patrimonio de su memoria en la medida en que no ha sido significado ni engarzado, es decir, esas huellas inscriptas no han sido ensambladas o no han sido retranscriptas. Y eso sucede tanto más cuanto menos se haya establecido en el sujeto la tópica intrapsíquica, o sea, el clivaje o la separación entre los sistemas psíquicos.

Tenemos, entonces, que mientras que la memoria es una función ligada al yo y a la consciencia, la huella mnémicaes del orden de lo inscripto. Con lo cual puede haber huellas mnémicas no recordables, ya que lo recordable o la memoria es aquello que el sujeto reconoce como parte de su experiencia y no es solamente del orden de lo vivencial. De hecho, no forma parte de la memoria precisamente lo que se repite o lo que insiste, pues se repite porque no ha podido ser significado o ensamblado, por más que se trate de algo excesivamente “investido” (que no es lo mismo que “significado”).

En ese sentido, la frase con que concluye Freud el mencionado tercer párrafo y que dice así: «La conciencia surge en remplazo de la huella mnémica» (p.25) puede ser entendida bajo la idea de que la consciencia y la memoria se constituyen en la medida en que son reemplazadas las huellas mnémicas, es decir, en la medida en que éstas se significan y se retranscriben. De esa manera, puede decirse que la armonía de la vida psíquica está posibilitada cuando hay un cierto equilibrio entre lo inscripto y lo retranscripto, cuando se da una continuidad entre lo uno y lo otro sin excesos de investiduras que obliguen a masivas contrainvestiduras o a compulsiones.

Y esa idea parece concordar o al menos no es discordante con el párrafo que sigue a continuación y que es un preámbulo del posterior, en el que Freud echa mano del famoso modelo de la vesícula para tratar de dar cuenta cómo se gesta o cómo se establece el aparato psíquico. Digo que concuerda, porque Freud lo que plantea ahí es que el sistema Cc se constituye (“se singularizaría”, dice su texto) por medio de  «la particularidad de que en él… el proceso de excitación no deja tras de sí una alteración permanente de sus elementos, sino que se agota en el fenómeno de devenir-conciente» (p.25 al final). Esto es, el sistema Cc-Pr se establece en la medida en que lo que se inscribe en el psiquismo va siendo retranscripto o significado y eso va permitiendo un engarzamiento o las conexiones entre las representaciones, lo que a su vez comporta el que ciertas representaciones queden excluidas de ese engarzamiento y por tanto reprimidas, dado que todo no se deja traducir o retranscribir. Lo cual va configurando la separación o el clivaje entre los sistemas psíquicos y, por tanto, el establecimiento asentado de la tópica intrapsíquica.

No obstante, lo que llama la atención es que Freud clasifique ese procesamiento (consistente en ligar la excitación, en significarla y retranscribirla, algo que permite que quede engarzada y contenida en la red de las representaciones que forman el sistema Cc) como “desviación de la regla general” (en el último renglón de la p.25). A mi juicio, sólo se puede entender en la línea de que la regla general de la que él está partiendo es la de “la alteración permanente” o la de los procesos psíquicos inconscientes, respecto de los cuales la consciencia o el devenir consciente «no puede ser el carácter más universal de los procesos anímicos, sino sólo una función particular de ellos» (tal y como afirmaba al inicio de este capítulo IV).

Por otra parte, parece que Freud se plantea la representación (“representémonos”) de lo que él comienza llamando el “organismo vivo” (y, por tanto, todo ser viviente) a partir de haber puesto de relieve que el sistema Cc está caracterizado por un factor exclusivo y único de ese sistema, que es  «su choque directo con el mundo exterior» (p.26, primer párrafo). Es decir que la representación que va a llevar a cabo se conecta directamente con lo que él llama “la ubicación del sistema Cc”, lo cual permite comprender mejor ese modelo de una vesícula “de sustancia estimulable”, cuya «superficie vuelta hacia el mundo exterior está diferenciada por su ubicación misma y sirve como órgano receptor de estímulos» (p.26 al inicio del segundo párrafo). Precisamente este último término, el de “estímulos”, es el que parece más utilizado en esta descripción, lo que indica que estamos situados en el plano de lo adaptativo o del organismo psicobiológico frente a su medio ambiente o ante los estímulos procedentes de lo exterior, tal y como se describe al organismo en la Psicología académica.

Dicho de otro modo, recogido de la precisión aportada por J.Laplanche en sus Problemáticas I. La angustia(p.203-204), «el primer orden de realidad de este modelo es, evidentemente, el cuerpo. Es así como empieza el capítulo 4: es una vesícula viva, una bola de sustancia excitable, de protoplasma que tiene una capa cuticular o cutánea [véase en Freud p.26 en el centro del segundo párrafo: “por el incesante embate de los estímulos externos sobre la superficie de la vesícula … se había formado una corteza” y p.27 al inicio del segundo párrafo “Esta partícula de sustancia viva flota en medio de un mundo exterior cargado con las energías más potentes, y sería aniquilada por la acción de los estímulos que parten de él sin no estuviera provista de una protección antiestímulo”]: es la famosa protección

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