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Juventud En Extasis


Enviado por   •  15 de Agosto de 2012  •  55.829 Palabras (224 Páginas)  •  531 Visitas

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JUVENTUD EN EXTASIS LIBRO 1

—¿ Quieres tener sexo ?

Mi pregunta fue tan directa que bajaste la cara mostrándote agraviada. Diste media vuelta con intenciones de salir.

—Espera…

Te detuviste en el umbral de la puerta. El escote triangular de tu vestido dejaba a la vista la piel blanca de tu juvenil espalda.

—No te disgustes —supliqué acercándome—. Eres una mujer muy hermosa. Miles de hombres darían cualquier cosa por tenerte y me atrevo a suponer ésta sería tu primera experiencia… Pero antes que eso ocurra, me gustaría que supieras algunas cosas de mi pasado.

Te volviste muy lentamente con gesto desafiante.

—Muy bien. ¿ Qué es exactamente lo que tratas de decirme?

Quise entrar en materia pero no conseguí más que tartamudear. Tu actitud apremiante y molesta bloqueó toda posibilidad de comunicación profunda. Hilvané un par de mentiras para eludir la escabrosa situación y di por terminada mi confidencia.

—¿Algún día me contarás la verdad?

Asentí con tristeza.

No te despediste al abandonar el lugar.

Apenas me quedé solo busqué una hoja para escribir.

Después de un rato detuve mi escritura y observé la prolija carta mientras limpiaba las lágrimas de mi rostro.

Soy un amigo que nunca te traicionará.

Traicioné a muchas mujeres en el pasado y, créeme, sufrí

tanto por ello que no volveré a hacerlo jamás.

PRIMERA PARTE

SEXO POR PLACER

1

LAS MOTIVACIONES SEXUALES.

Hechizado por las bellas y voluptuosas formas de Joana, la miraba de hito en hito departir con sus amigas a unos metros de distancia.

Ocasionalmente giraba la cabeza para asegurarse de que su corpulento galán no llegara. Tal vez había terminado con él y ahora estaba disponible… Apreté la mandíbula enérgicamente. No debía hacerme ilusiones. El hecho de que la chica más agraciada de la escuela hubiera asistido sola a la fiesta de fin de curso semestral y que por coincidencia tampoco yo fuese acompañado no significaba que el destino quisiera nuestra unión. Con todo, la ansiedad invadió mi cuerpo, como me ocurría siempre que vislumbraba la posibilidad de una aventura sensual.

Cursaba el cuarto año de la carrera de odontología y me consideraba un verdadero experto en placeres corporales. Había aprendido (después de no pocos insultos y bofetones) a seducir mujeres con sobrada destreza. Era capaz de oler las posibilidades de un encuentro íntimo y, cuando echaba el ojo a una joven, casi siempre lograba conducir mi romance con ella hasta las últimas consecuencias.

José Luis, el único profesor joven y libertino que se prestó a acompañarnos a esa fiesta de despedida, al verme solo se aproximó a mi mesa.

—¿Qué te pasa? —Espetó dándome un efusivo golpe en la espalda—. ¿Te libraste al fin de Jessica, la famosa “virginiacasta”?

Reí con reserva. En el ambiente universitario los chismes corrían rápidamente y no era de extrañarse que José Luis estuviera enterado de mis conquistas más importantes. Además era un profesor amigable, a quien alguna vez me acerqué para pedirle consejos.

—Sí— le contesté —. Terminamos hace un par de días. Tú sabes: Jessica es de esas chicas que te complacen sólo con la condición de casarse al día siguiente.

—Lo suponía. Y ten cuidado. En esta época hay varios millones más de mujeres buscando matrimonio que hombres, así que…

Asentí sin contestar. El equipo de sonido había sufrido un pequeño desperfecto y el ambiente, sin música estruendosa, era propicio para la conversación. Pero no me apetecía ahondar más en ese asunto con José Luis, a quien, dicho sea de paso, adiviné un poco alterado por la ingestión de los primeros alcoholes de la velada.

Observé a Joana que se ponía de pie dirigiéndose al tocador. Quise incorporarme para ir tras ella, pero la presencia de mi profesor de anatomía me lo impidió. Contemplé el extraordinario cuerpo de mi compañera alejándose. Llevaba un vestido de algodón extremadamente ceñido, como los que usan las bailarinas de ballet, con un amplio escote en la espalda y un atrevido agujero al frente que ventilaba, a la vista de todos, su ombligo y su vientre plano.

—Esta noche no se salva —susurré para mí.

—¿Decías algo?

—No, profesor… es simplemente que… —y me detuve valorando lo que significaba departir a solas con José Luis en un ambiente de igualdad. Podría preguntarle todo sobre las dudas anatómicas que en clase hubiera sido impropio mencionar… Y mi maestro era un joven sexualmente experto, que además de tener instrucción académica comprobada había vivido en unión libre tres veces.

—Hay asuntos que no comprendo —retomé—. ¿Por qué las mujeres son tan impredecibles? De pronto se te ofrecen envueltas en una nube de romanticismo y al rato están agobiadas por la culpa y la tristeza; a una hora alegres, y a la siguiente iracundas. Visten y se exhiben para excitar al hombre y luego exigen total respeto. Francamente no las entiendo… ¿Sienten el mismo deseo sexual que nosotros? Si es así, ¿por qué se hacen tanto de rogar? Y, sobre todo ¿cuál es la razón por la que después de entregarse parecen tan desilusionadas?

Alzó las cejas asombrado por mi cuestionamiento múltiple.

—Esa respuesta te costará por lo menos una copa.

Llamé al camarero con la mano, dejando que José Luis ordenará en cuanto llegó.

-¿Y bien?

—Si deseas entender a las chicas debes partir de lo básico: sus ciclos hormonales las hacen subir y bajar cada mes por pendientes de diferentes estados de ánimo. Su mecanismo físico es muy diferente al de los varones. Sienten deseo carnal pero mezclado con emociones. Para tener un orgasmo necesitan sentirse amadas. comprendidas, valoradas; pensar que lo que hacen está bien, que no corren peligro alguno, que no están siendo obligadas, que su compañero

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