La Felicidad

El placer y el dolor, como también la alegría y la tristeza dependen en gran medida de los acontecimientos. Pero ser feliz depende de una experiencia mucho más nuclear que lo emotivo-con una independencia de lo circunstancial o anecdótico- que pareciera surgir del fondo de la siquis. Los acontecimientos exteriores son de cierto modo neutros, ya que somos nosotros mismo los que les damos significado… un enfermo depresivo ve todo difícil y complicado, pero al recuperar la normalidad los mismos hechos vuelven a verse fáciles y aún favorables. Así la felicidad no depende de los acontecimientos exteriores, ni de las condiciones materiales de existencia, sino de una actitud hacia la vida. A menudo se cree que la felicidad está en la otra ribera, pero no es así, no está en una meta o un fin determinado, sino en una actitud cuyo secreto radica en la aceptación de sí mismo y de la vida, con sus luces y sombras. Si se quiere ser feliz hay que serlo aquí y ahora, con lo que se tiene y con lo que se es. Logrando una coincidencia con lo esencial de sí mismo y la satisfacción con una vocación personal, con lo que pensamos y hacemos. Al lograr esto tenemos mayor seguridad frente a lo que viene de afuera, somos más fuertes ante el destino, porque esta armonía proviene de nosotros mismos y no de los acontecimientos exteriores con sus inevitables fracasos y amenazas que nosotros no manejamos. Nuestra felicidad no puede depender de lo que nos acontece- acontecimientos que nos dan placer y tristeza- sino de nuestra actitud, porque al depender de los que somos, somos dueños de nuestra vida y no traicionamos nuestra humanidad. Alguien puede decir que esa actitud aún así depende de los acontecimientos por los que pasó el individuo, es una constante evolución que forjan los sufrimientos y alegrías a lo largo de la vida. Esto se relaciona directamente cuando nos ocurre un evento traumático como la muerte de un ser querido, en este caso nos podemos remitir a la felicidad negativa. La felicidad negativa emerge cuando la persona que ha sufrido aquel evento traumático logra percibir el aspecto formador del sufrimiento, que se trasforma en experiencia y plenitud humana. El dolor se asume y es nuestro deber superarlo para no desperdiciar nuestra vida. Así naturalmente y con tiempo se va pasando la angustia siempre y cuando estemos amando. Siendo preciso tener una actitud de superación con la identidad sufrida. Ocurren con mucha gente que tiene traumas en la infancia que le es imposible superar el trauma, puesto que su identidad es eso: el niño traumado, y este niño traumando no quiere morir para dar paso al florecimiento de una nueva persona. Pero he aquí una ventana, Sastre dijo que el temor y la angustia son campanas de alarma que muestran al hombre su caída en lo falso y en lo inauténtico, pero que –por la misma razón- pueden ser caminos abiertos hacia su libertad. De este modo el dolor hay que enfrentarlo para que actúe como un baño,

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