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Las batallas


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2013  •  Tutoriales  •  6.037 Palabras (25 Páginas)  •  275 Visitas

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17. Las batallas en el desierto José Emilio Pacheco HOY COMO NUNCA Hasta que un día -un día nublado de los que me encantan y no legustan a nadie- sentí que era imposible resistir más. Estábamos enclase de lengua nacional como le llamaba al español. Mondragón nosenseñaba el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo: Hubiera ohubiese amado, hubieras o hubieses amado, hubiera o hubiese amado,hubiéramos o hubiésemos amado, hubierais o hubieseis amado,hubieran o hubiesen amado. Eran las once. Pedí permiso para ir albaño. Salí en secreto de la escuela. Toqué el timbre del departamento4. Una dos tres veces. Al fin me abrió Mariana: fresca, hermosísima, sinmaquillaje. Llevaba un kimono de seda. Tenía en la mano un rastrillocomo el de mi padre pero en miniatura. Cuando llegué se estabaafeitando las axilas, las piernas. Por supuesto se asombró al verme.Carlos, ¿qué haces aquí? ¿Le ha pasado algo a Jim? No, no señora: Jimestá muy bien, no pasa nada. Nos sentamos en el sofá. Mariana cruzó las piernas. Por unsegundo el kimono se entreabrió levemente. Las rodillas, los muslos, lossenos, el vientre plano, el misterioso sexo escondido. No pasa nada,repetí. Es que... No sé cómo decirle, señora. Me da tanta pena. Qué vaa pensar usted de mí. Carlos, de verdad no te entiendo. Me parece muyextraño verte así y a esta hora. Deberías estar en clase, ¿no es cierto?Sí claro, pero es que ya no puedo, ya no pude. Me escapé, me salí sinpermiso. Si me cachan me expulsan. Nadie sabe que estoy con usted.Por favor, no le vaya a decir a nadie que vine. Y a Jim, se lo suplico,menos que a nadie. Prométalo. Vamos a ver: ¿Por qué andas tan exaltado? ¿Ha ocurrido algomalo en tu casa? ¿Tuviste algún problema en la escuela? ¿Quieres unchocomilk, una cocacola, un poco de agua mineral? Ten confianza enmí. Dime en qué forma puedo ayudarte. No, no puede ayudarme,señora. ¿Por qué no, Carlitos? Porque lo que vengo a decirle -ya de unavez, señora, y perdóneme- es que estoy enamorado de usted. Página 17 de 35

18. Las batallas en el desierto José Emilio Pacheco Pensé que iba a reírse, a gritarme: estás loco. O bien: fuera deaquí, voy a acusarte con tus padres y con tu profesor. Temí todo esto:lo natural. Sin embargo Mariana no se indignó ni se burló. Se quedómirándome tristísima. Me tomó la mano (nunca voy a olvidar que metomó la mano) y me dijo: Te entiendo, no sabes hasta qué punto. Ahora tú tienes quecomprenderme y darte cuenta de que eres un niño como mi hijo y yopara ti soy una anciana: acabo de cumplir veintiocho años. De modoque ni ahora ni nunca podrá haber nada entre nosotros. ¿Verdad queme entiendes? No quiero que sufras. Te esperan tantas cosas malas,pobrecito. Carlos, toma esto como algo divertido. Algo que cuandocrezcas puedas recordar con una sonrisa, no con resentimiento. Vuelvea la casa con Jim y sigue tratándome como lo que soy: la madre de tumejor amigo. No dejes de venir con Jim, como si nada hubiera ocurrido,para que se te pase la infatuation -perdón: el enamoramiento- y no seconvierta en un problema para ti, en un drama capaz de hacerte dañotoda tu vida. Sentí ganas de llorar. Me contuve y dije: Tiene razón, señora. Medoy cuenta de todo. Le agradezco mucho que se porte así. Discúlpeme.De todos modos tenía que decírselo. Me iba a morir si no se lo decía. Notengo nada que perdonarte, Carlos. Me gusta que seas honesto y queenfrentes tus cosas. Por favor no le cuente a Jim. No le diré, pierdecuidado. Solté mi mano de la suya. Me levanté para salir. EntoncesMariana me retuvo: Antes de que te vayas ¿puedo pedirte un favor?:Déjame darte un beso. Y me dio un beso, un beso rápido, no en loslabios sino en las comisuras. Un beso como el que recibía Jim antes deirse a la escuela. Me estremecí. No la besé. No dije nada. Bajé corriendolas escaleras. En vez de regresar a clases caminé hasta Insurgentes.Después llegué en una confusión total a mi casa. Pretexté que estabaenfermo y quería acostarme. Pero acababa de telefonear el profesor. Alarmados al ver que no Página 18 de 35

19. Las batallas en el desierto José Emilio Pachecoaparecía, me buscaron en los baños y por toda la escuela. Jim afirmó:Debe de haber ido a visitar a mi mamá. ¿A estas horas? Sí: Carlitos esun tipo muy raro. Quién sabe qué se trae. Yo creo que no anda bien dela cabeza. Tiene un hermano gángster medioloco. Mondragón y Jim fueron al departamento. Mariana confesó que yohabía estado allí unos minutos porque el viernes anterior olvidé mi librode historia. Y a Jim le dio rabia esta mentira. No sé cómo pero vio clarotodo y le explicó al profesor. Mondragón habló a la fábrica y a la casapara contar lo que yo había hecho, aunque Mariana lo negaba. Sunegativa me volvió aún más sospechoso a los ojos de Jim, deMondragón, de mis padres. VIII PRÍNCIPE DE ESTE MUNDO Nunca pensé que fueras un monstruo. ¿Cuándo has visto aquímalos ejemplos? Dime que fue Héctor quien te indujo a estabarbaridad. El que corrompe a un niño merece la muerte lenta y todoslos castigos del infierno. Anda, habla, no te quedes llorando como unamujerzuela. Di que tu hermano te malaconsejó para que lo hicieras. Oiga usted, mamá, no creo haber hecho algo tan malo, mamá.Todavía tienes el cinismo de alegar que no has hecho nada malo. Encuanto se te baje la fiebre vas a confesarte y a comulgar para que DiosNuestro Señor perdone tu pecado. Mi padre ni siquiera me regañó. Se limitó a decir: Este niño no esnormal. En su cerebro hay algo que no funciona. Debe de ser el golpeque se dio a los seis meses cuando se nos cayó en la plaza Ajusco. Voya llevarlo con un especialista. Todos somos hipócritas, no podemos vernos ni juzgarnos como Página 19 de 35

20. Las batallas en el desierto José Emilio Pachecovemos y juzgamos a los demás. Hasta yo que no me daba cuenta denada sabía que mi padre llevaba años manteniendo la casa chica de unaseñora, su exsecretaria, con la que tuvo dos niñas. Recordé lo que mepasó una vez en la peluquería mientras esperaba mi turno. Junto a lasrevistas políticas estaban Vea y Vodevil. Aproveché que el peluquero ysu cliente, absortos, hablaban mal del gobierno. Escondí el Vea dentrodel Hoy y miré las fotos de Tongolele, Su Muy Key, Kalantán, casidesnudas. Las piernas, los senos, la boca, la cintura, las caderas, elmisterioso sexo escondido. El peluquero -que afeitaba todos los días a mi padre y me cortabael pelo desde que cumplí un año- vio por el espejo la cara que puse.Deja eso, Carlitos. Son cosas para grandes. Te voy a acusar con tupapá. De modo, pensé, que si eres niño no tienes derecho a que tegusten las mujeres. Y si no aceptas la imposición se forma el granescándalo y hasta te juzgan loco. Qué injusto. ¿Cuándo, me pregunté, había tenido por vez primera concienciadel deseo? Tal vez un año antes, en el cine Chapultepec, frente a loshombros desnudos de Jennifer Jones en

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