Los Miserables
daveebekcs27 de Abril de 2014
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LOS MISERABLES, EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA ÉTICA
Mientras el científico busca, el artista encuentra. La descripción académica de un fenómeno suele estar precedida, en ocasiones siglos atrás, por la intuición de novelistas, pintores o poetas. Así, la tragedia griega inspira a Freud, como la poesía amorosa precede necesariamente al yo-tu de Buber y el concepto psicológico de sombra es impensable sin la fascinación de Jung por el misterio y el sentido paradójico de los textos místicos orientales.
La intuición precede al discurso, pero también se nutre del mismo y nos recuerda que el aprendizaje es un proceso circular en el que la teoría tiene la vocación de dialogar con la existencia escuchándola en un momento, para iluminarla en el siguiente. Cuando el proceso se rompe de ida, nuestro discurso pierde sentido existencial y levita gradualmente a la abstracción; cuando se rompe de regreso, le resulta imposible superar el anecdotario.
Haciendo de esto una propuesta metodológica, intentaré en este artículo mostrar la evolución de nuestra conciencia ética leyendo Los Miserables de Víctor Hugo desde la visión conceptual de Lawrence Kohlberg que distingue seis fases de este proceso.
UNO: ÉTICA DEL PREMIO Y EL CASTIGO
Este apasionante ejercicio hermenéutico nos permite reconocer, al inicio de la novela, la vida de Jean Valjean regida por el primero de los niveles éticos de Kohlberg. Valjean obtiene su libertad condicional después de cumplir una condena de diecinueve años de trabajos forzados y al sentirse por primera ocasión libre de la supervisión inmediata de una autoridad, roba la platería de su primer anfitrión. Y es que en la ética del premio y el castigo, el actor moral es externo. En la autoridad que fija premios y castigos recae el mérito de los actos, pero, sobre todo, la responsabilidad de los mismos. La ausencia de autoridad es ausencia de ética y por ello el juego de huir y esconderse es válido.
Jean Valjean lleva este juego al grado superlativo de la impostura; rompe el pasaporte que, de acuerdo a las leyes de la época, debía portar y visar en cada ciudad de la ruta que la ley le había asignado: rompe con él su identidad y su pasado; decide cambiar de ruta y de nombre; huye y se convierte, después de años de esfuerzo, en un empresario próspero y en alcalde de su ciudad: Monsieur Madeleine.
Antes, la inesperada respuesta del anfitrión ultrajado, aunque incomprensible para la razón de Valjean, se transforma para él en una fuente de inspiración moral: el obispo Charles Myriel, un hombre converso que ha encontrado luz y consuelo en su vejez, no sólo no condena a Valjean cuando éste es apresado por haber robado su platería, tampoco se limita a negar lo ocurrido para liberarlo: cede a Valjean también sus candelabros y hace votos para poder, con este símbolo, transformar su alma. El recuerdo de este acto será para Jean Valjean un símbolo imprescindible del ascenso moral continuo que es su propia historia.
DOS: ÉTICA DE LA CONVENIENCIA
La segunda fase del proceso de desarrollo de nuestra conciencia ética puede entenderse como una invasión de la ley de la oferta y la demanda en nuestros criterios de actuación y decisión. Quien se ubica en este nivel, juzga como ético aquello que le reporta más beneficios que pérdidas y como inmoral aquello que no inclina a su favor la balanza de la relación costo-beneficio.
Víctor Hugo es especialmente agudo e intenso al describir los criterios de este segundo nivel al proponer en los Thénardier a personajes identificados plena y definitivamente con su ética. Los Thénardier se mantienen en un mismo nivel ético durante el total de la obra; además, a diferencia de Valjean, cumplen cabalmente con los códigos morales de la época. El padre es un patriota que ha defendido Francia con las armas, viven en familia y realizan conductas típicamente caritativas, como auxiliar a Fantine, una madre soltera en apuros, cuidando de Cosette, su única hija.
En la medida en que la obra avanza, el autor desenmascara los mecanismos de sus personajes y demuestra que detrás de una apariencia benévola muy frágil sólo rige el criterio de la conveniencia. Los Thénardier son fríos, calculadores; cobran cada vez más a Fantine por la manutención de su hija a quien maltratan y explotan, la convierten en sirviente de su familia e intentan venderla. Intercambian convicciones y favores. Todo es negociable para ellos: no hay pacto indigno.
TRES: ÉTICA DE LA FILIACIÓN
La ética de la filiación puede entenderse como una versión adolescente de la moral: todo acto es validado por un grupo que dicta el criterio sobre el mismo. El grupo premia con identidad y pertenencia determinadas conductas y castiga otras con expulsión o degradación. Este nivel constituye un avance con respecto al anterior dado que, a diferencia de éste, lleva implícito un principio aunque incipiente de solidaridad y de altruismo. La renuncia a las propias necesidades es válida, pero se realiza sólo en función del grupo inmediato de referencia.
A diferencia de Víctor Hugo, sus personajes adolescentes, que impulsan la causa republicana para un mundo que aún la desconoce, no son políticos, ni humanistas, mucho menos intelectuales: encuentran en cambio en la unión de grupo fuerza para propugnar por dichos ideales, incluso heroicamente.
Los grupos de referencia significan para ellos lo que han significado para nosotros: una fuente imprescindible de identidad, atributo que, como mucho de lo valioso, no suele ser gratuito, que tiene normalmente un alto precio en términos de autoconcepto. Cuando la aceptación es condicionada no podemos permitirnos desacatar la expectativa de los grupos que nos abrigan con membrecía. Desestimar sus exigencias sería el equivalente psicológico de no ser nadie. Entonces, por ejemplo no podemos permitirnos no ser buenos, alegres, ordenados, “relajientos” o trabajadores, pero dejamos nuestra cuota de maldad, melancolía, desorden, timidez y flojera en esa trastienda de nuestra personalidad que Jung tuvo el tino de llamar sombra.
Quien no incorpora su sombra a su ego con todas las aparentes contradicciones que esto supone –reconocer por ejemplo que es a la vez tímido y extrovertido, bueno y malo, laborioso y abúlico- frena necesariamente su desarrollo psicoevolutivo. En el caso que nos ocupa, que es el de la ética, la postura junguiana afirmaría que mientras el esfuerzo por ocultar la incomodidad de la sombra genera una tensión que conduce a la perversidad, dar la cara a los demonios, incongruencias y pecados de los que también estamos hechos, es una paradójica condición para el auténtico desarrollo moral.
CUATRO: ÉTICA DE LA LEGALIDAD
Quien participa del cuarto nivel de desarrollo de la conciencia ética logra trascender las demandas adolescentes de los grupos de pertenencia para encontrar en la ley una norma suprema de decisión y de comportamiento; para él no hay ley inmoral, ni moralidad fuera de la ley. Todo dilema ético se resuelve jurídicamente.
Por eso, el personaje paradigmático de este nivel es un gran sabueso de la ley, un hombre cuya existencia cobra sentido en la medida en que la legalidad se cumple: el inspector Javert, personaje de gran consistencia que había custodiado a Jean Valjean en prisión y que, sabiendo que éste ha roto su libertad condicional, dedica su vida a seguir sus huellas para hacerlo cumplir la pena que le corresponde, que es la cadena perpetua.
Para Javert existen dos tipos de hombres: los que están (o deben estar) en la cárcel y quienes deben garantizarlo. Su instinto de investigador lo lleva a convertirse en el jefe de la policía de Motreuil-sur-Mer, la pequeña ciudad de la que Valjean, bajo la impostura de Madeleine, es alcalde. Los encuentros que allí ocurren entre ambos personajes son de enorme profundidad y gran fuerza dramática. Uno de ellos tiene además un peso iconográfico importante en la obra: un hombre queda atrapado por su propia carreta, Monsieur Madeleine corre en su auxilio y salva su vida mostrando una fuerza física impresionante. Javert, que sólo ha visto a una persona con tal vigor, reconoce en Madeleine la fuerza de Valjean, pero es incapaz de reconocer la fortaleza espiritual de la que da testimonio.
En otro de los encuentros entre ambos personajes es posible apreciar la enorme consistencia de Javert en este cuarto nivel ético. El inspector, atendiendo a su gran intuición jurídica, había denunciado en la Comisaría de París la impostura de su jefe, pero llega a sus oídos que un tal Carnot, que había sido apresado por robar manzanas, es reconocido por los prisioneros de Toulon como Valjean. Esta falsa acusación, que lleva a Carnot a un nuevo juicio, echa en tierra la hipótesis de Javert y lo convierte en calumniador. La congruencia de Javert, hombre de ley, lo lleva entonces a solicitar al alcalde Madeleine tanto su propio despido, como ser denunciado por difamación. Así, al pedir que el peso de la ley caiga también sobre sí mismo, Javert muestra haber superado por mucho la discrecionalidad de la ética de la conveniencia, propia del segundo nivel de Kohlberg.
Valjean perdona
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