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Psicologia

malejarosa11 de Diciembre de 2013

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El lenguaje puede ser chocante a oídos habituados a la crítica de la idea de pureza

cultural o de las clasificaciones socioraciales, en fin, al anti esencialismo. Puede

parecernos inclusive una posición equivocada por su pretensión de relación entre el

estado y la antropología. Pero más allá de constatar cuánto hemos redefinido la relación

con las políticas estatales es evidente que esos antropólogos no veían una dicotomía

entre objetividad académica y preocupación social por las poblaciones que estudiaban.

Es claro su afán por participar en la función constitutiva de la nacionalidad, similar al

papel de las cartografías, los museos y los censos de que nos habla Benedict Anderson

(1983). Pensaban, como lo dice la presentación del primer número, que la antropología

no podía escapar a interrogantes nacionales ni a la pregunta de cómo podemos

contribuir a la respuesta de qué es el ser americano.

Con todo, en esa primera generación no hubo unanimidad sobre cómo resolver la

relación entre conocimiento y posición política, cómo abordar los dilemas entre

conocer y comprometerse, o hasta dónde llegar en propuestas concretas sobre el

problema social. Mientras unos privilegiaban el conocimiento "objetivo" de sociedades

in vitro en peligro de extinción, otros, los denominados "indigenistas", asumían la

reivindicación política y cultural del indio. Entre 1940 y 1952 las tendencias

contrapuestas habían coexistido en tensión dentro del Instituto Etnológico Nacional,

mortalidad infantil en Colombia, y de allí a proponer que si se tomaran en cuenta los

patrones culturales de crianza y alimentación ese alto índice podría disminuirse.

Gutiérrez de Pineda comenzaba por entonces su carrera. Y el asunto de cómo traducir

los conocimientos antropológicos en políticas públicas sobre salud y familia según las

particularidades culturales de cada región colombiana fue el de toda su vida, en especial

como profesora de antropología en la facultad de medicina de la Universidad Nacional

de Colombia.

En las décadas de 1960 y 1970 las diferencias adoptaron otro carácter, pues algunos

antropólogos conservaron un marcado recelo crítico ante las políticas oficiales y

sostuvieron una posición de denuncia sobre la situación indígena -por ejemplo, Blanca

Ochoa en la Universidad Nacional-, y apoyaron abiertamente a los movimientos y las

organizaciones indígenas cuando se conformaron. En contraste, otros, como Guillermo

Hernández de Alba, hicieron toldo común con una corriente desarrollista dentro del

aparato estatal colombiano y participaron en la formulación de planes institucionales

orientados a "asimilar" a los indígenas al resto de la población. Desde la división de

asuntos indígenas, parte del entonces llamado Ministerio de Gobierno, sentaron las

bases de una política oficial que duró varias décadas y cuyo fin era "integrar" a los

indígenas al torrente de la nacionalidad colombiana, influenciados en buena medida por

el indigenismo mexicano. Durante esas décadas el discurso del desarrollo permeó al

estado colombiano, que se sirvió de un nuevo estrato de científicos y técnicos, como

partícipes de la administración pública, para "planificar" la intervención social (Jimeno,

1984). Por entonces se consolidaron los dos grandes mecanismos de los cuales se ha

servido el campo del desarrollo, analizados por Arturo Escobar: la profesionalización y

la institucionalización (Escobar, 1996).

A comienzos

...

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